Re-pensar la economía con Ha-Joon Chang

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Foto: Andrés Pérez


La narrativa económica en Chile se ha sostenido en dos premisas claves: el libre mercado es un espacio donde que no existen 'interferencia arbitrarias' del Estado y, a su vez, es la fuente del desarrollo económico de la naciones.  Aquellas premisas justificaban que Chile se abriera al mercado internacional, firmara TLC y privatizara empresas. Todo bajo la retórica de que el libre mercado era una esfera ajena a la política y sus intervenciones.

Pues bien, Ha-Joon Chang (economista que acaba de recibir el premio Doctor Honoris Causa por la Universidad de Chile) defiende dos premisas completamente distintas: ningún país se ha desarrollado con la estrategia señalada anteriormente, y la economía de mercado es una esfera inherentemente política.

En lo relativo a la primera, en su famoso libro Kicking away the ladder, desnudó la falta de evidencia histórica de la estrategia neoliberal. Tal como demostró: ni Inglaterra ni EEUU, ni los países nórdicos, ni  Corea del Sur, ni Taiwán, ni Japón habían seguido dicha receta durante sus respectivos despegues económicos. Por el contrario, en cada uno de los casos, el Estado aplicó un conjunto de políticas de promoción de exportaciones, protección arancelaria, inversiones en bienes públicos y educación, junto con un sistema financiero articulado hacia el sector industrial y un rol clave del Estado en dirigir inversiones hacia sectores con potencial tecnológico.

Dicho diagnóstico pone en jaque a la justificación de la estrategia comercial aperturista chilena. En efecto, mientras que el ingreso medio de Corea del Sur en 1973 equivalía a menos de un tercio del chileno, hoy dobla a Chile. No solo eso, sino que pasó de exportar pescado a bienes intensivos en conocimiento y tener una desigualdad considerablemente inferior a la nacional. Todo aquello, nos recuerda Chang, lo logró Corea del Sur sin firmar ningún TLC, restringiendo la llegada de inversiones extranjeras (para potenciar la industria local), con un régimen de patentes laxo y con un Estado empresarial.

El problema, afirma Chang, es que los países ricos exportan 'libre comercio' a los países pobres vía los acuerdos multilaterales como la OMC y bilaterales como los TLC. Aquello no solo no ha traído los resultados esperados, sino que ha amarrado a los países a normativas de inversiones extranjeras, propiedad intelectual y regulaciones financieras que les impiden usar esas mismas políticas que los ricos utilizaron en su momento.

Detrás de esa perspectiva pragmática hay una visión muy profunda de la naturaleza de la economía. Para Chang, el mercado como algo ajeno a las interferencias del Estado es un espejismo. ¿Por qué un aumento de un arancel, por ejemplo, se considera hoy una interferencia al mercado pero no que los niños no tengan hoy derecho a trabajar en una fábrica, o que los votos no se puedan vender libremente en un mercado? Todos esas normas son 'interferencias' efectivas al mercado y, sin embargo, no nos referimos a ellas como 'interferencias arbitrarias' al mercado. Así, que una medida sea consideraba o no 'interferencia' al 'libre mercado' depende de los valores dominantes de una época, esto es, de la ideología política hegemónica de un sociedad.

Aún más, sostiene Chang, los principales precios de un 'mercado libre' (salario, interés y tipo de cambio) también son, en gran medida, resultado de relaciones de poder entre grupos sociales y de regímenes institucionales (a su vez resultados de pactos sociales). Mientras el salario está determinado por la capacidad de negociación del trabajo y las reglas laborales, el tipo de interés viene condicionado por las medidas del Banco Central, institución cuyos objetivos son políticamente establecidos. A su vez, el tipo de cambio existe en varias formas institucionales (flexible, fijo o 'sucio') y su nivel está sujeto a diferentes instrumentos utilizados públicamente de acuerdo a objetivos políticos decididos de antemano.

De esta forma, el 'libre mercado' está internamente plagado de relaciones de poder, regímenes institucionales específicos e ideologías dominantes que naturalizan ese entramado y acusan a toda norma y política ajena a dicho entramado dominante como 'interferencias arbitrarias'. La economía, así visto, es necesariamente un fenómeno político.

En síntesis, el discurso económico queda completamente invertido: ni la economía es un fenómeno técnico y separado de la política, ni el libre comercio la fuente del desarrollo.

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