Rebelión al encierro

APOQUINDO
COVID-19
FOTOS: PATRICIO FUENTES Y./ LA TERCERA

¿Estaremos llegando al punto en que la solución es peor que la enfermedad? Es la pregunta que se comienzan a hacer muchos.



Decretada la anunciada cuarentena para más de un millón de personas en Santiago, no deja de sorprender la dureza de la medida.

Al contrario de muchos países, Chile optó por el encierro total, al punto que la gente necesita un salvoconducto para ir a comprar. Eso es bastante inédito y genera un estrés mayor y totalmente innecesario en las personas que estarán en cuarentena. Y revela un grado de desconfianza en la gente que sólo tienen los regímenes totalitarios.

Pero eso no es todo. Los afectados tienen prohibido salir de sus casas a cualquier otra cosa que no sea pasear a sus perros por 20 minutos y un radio de dos cuadras. Este permiso ya es como una broma. Sólo a un burócrata se le pudo ocurrir algo así. Me imagino las discusiones del comité central analizando los minutos que necesita salir un perro cada día. Y la cosa de los dos cuadras, ya no resiste análisis.

Pero claro, al menos los perros y sus dueños pueden salir 20 minutos. Los que no lo tienen, o se compran uno hoy, estarán confinados en sus casas por el tiempo que dure esto. Que será largo, porque lo de los siete días no lo cree nadie.

Lo que no se entiende es por qué nuestras autoridades, siguiendo el ejemplo de muchos países y ciudades del mundo, no fueron capaces de hacer una cuarentena más inteligente. Una que protegiera la salud física de las personas, pero también la salud mental.

Y me refiero a haber permitido que los encerrados puedan -manteniendo la distancia social y todos los resguardos necesarios- salir a caminar, trotar, andar en bicicleta u otros.

Esto es bastante común en otras partes donde ese tipo de actividades no sólo están permitidas, sino aconsejadas. La primera ministra belga, por ejemplo, dijo que las actividades al aire libre no sólo eran buenas, sino también altamente convenientes. En Francia lo mismo, y en Inglaterra se autorizó una hora al día para hacer deporte.

En Estados Unidos, país que se ha convertido en centro del coronavirus mundial, la cosa no es distinta. En Nueva York, la ciudad con más contagios, en cuarentena total, se mandó un instructivo donde se señala que caminar, trotar o andar en bicicleta está permitido manteniendo la distancia social de tres metros. California hizo lo mismo agregando la posibilidad de subir cerros, como una forma de esparcimiento sano. Así la lista de ejemplos es extensa.

¿Por qué hacen esto? Primero, porque estas actividades, realizadas bien, no tienen riesgos. Porque una cosa es clara: si bien desconocemos la cura del coronavirus, sí sabemos cómo se contagia.

Lo segundo es más importante: porque se está tratando de proteger la salud mental de la gente.

Hay en esto dos tipos de personas. Están los que mandan unos mensajes buena onda y auguran que este período de confinamiento será de reencuentro familiar o con uno mismo, de surgimiento de nuevos valores, de una actitud más humana, en fin, que cuando todo pase seremos mejores personas. Y están los otros, que creen que con el encierro nos vamos a deprimir como nunca y vamos a terminar matándonos.

Yo estoy con los últimos y creo que nada bueno puede salir de este encierro forzoso, que va a durar mucho tiempo. Y, por eso, considero fundamental no sólo permitir sino incentivar en las personas pequeños momentos de esparcimiento fuera de la casa. Para la salud mental y física.

Por eso hay que rebelarse contra aquellos que buscan el encierro total. No por inconsciencia, sino por conciencia. No por irresponsabilidad, sino por responsabilidad.

“No hagamos de la solución un problema mayor que la enfermedad”, escribió hace unos días el doctor David Kast en el New York Times en una columna que se viralizó por todo el planeta. Bueno, ese es precisamente el punto. Aquellos que planificaron el encierro total, que salir a la calle en forma controlada es un pecado mortal, deben saber que están incubando un problema más grande que el coronavirus.

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