Recuperación económica: un puente a un Chile más sustentable e inclusivo

Lluvia en Santiago


Por Yasna Provoste, presidenta del Senado, y Marcelo Mena, exministro de Medio Ambiente

Aluviones producto de fuertes lluvias en Atacama; impensados 49 grados Celsius en Canadá, o 44,8 grados en Quillón el 2017. El cambio climático aumenta la temperatura media del planeta y hace mucho más probables olas de calor, sequías y eventos extremos de lluvia. Al año 2050, según estima la reaseguradora suiza Swiss Re, el cambio climático extremo podría causar una pérdida del 27% del PIB de Chile.

Luchar contra el cambio climático es luchar contra la pobreza y la inequidad. Sus efectos, al igual que la pandemia, se magnifican en las personas de menores recursos.

Durante la pandemia, la inequidad ha mostrado su peor cara. La enfermedad ha afectado más a las familias de menores ingresos. La reciente encuesta Casen mostró que nuestro índice GINI retrocedió casi 20 años. La normalidad a la que muchos dicen querer volver es una normalidad de desigualdad, segregación, cambio climático, y pérdida de biodiversidad. Y la “nueva normalidad” de la derecha, no es más que la misma desigualdad, con mascarilla.

El desafío de reconstruir Chile después del actual gobierno implicará unir esfuerzos públicos y privados para una reactivación económica post pandemia que se centre en recuperar los empleos perdidos, con una perspectiva de género profunda, pero que además avance con decisión hacia un desarrollo más inclusivo y resiliente. Ello requiere incorporar a las comunidades como sujetos activos del desarrollo y avanzar hacia una matriz productiva distinta a la actual, con más ciencia y más tecnología, mayor valor agregado y más sustentabilidad. Seguir haciendo lo mismo no solo será insuficiente, sino además dañino.

Para recuperar el casi millón de empleos perdidos y la década de retroceso en participación laboral femenina, necesitaremos avanzar hacia una corresponsabilidad efectiva, que abandone la idea de la mujer como única responsable del hogar y los hijos. Y el país deberá invertir en aumentar y mejorar la oferta pública de calidad en programas para la primera infancia.

Al mismo tiempo será clave invertir en tecnologías limpias para que las cuentas de la luz y calefacción de los chilenos bajen. Subsidiar techos solares generará empleo y al mismo tiempo ahorros permanentes a las familias. En Chile, una vivienda en promedio consume entorno a los 30.000 pesos de energía eléctrica por mes. Esto puede llegar a ser cero, generando decenas de miles de empleos. En todo Chile, la gente pasa frío en invierno. Subsidiar el acondicionamiento térmico de viviendas puede permitir rebajar las cuentas de calefacción y aspirar a combustibles más limpios. El sur la gente se ahoga por la contaminación de leña, situación que agrava la crisis de Covid-19 que estamos viviendo.

Las obras públicas del Estado deberán prepararnos mejor para el cambio climático y considerar el clima del futuro. Chile debe proteger su borde costero ante el alza de marejadas y establecer sistemas de alerta temprana para enfrentar los aludes y aluviones que conocemos. Hay que prevenir desastres naturales trabajando con la naturaleza, no contra ella. La infraestructura verde puede brindar soluciones más efectivas que solo cemento y maquinaria. Para ello, la conservación de humedales costeros, turberas y glaciares es fundamental.

El traspaso de la administración de las escuelas desde municipios hacia los servicios locales es otra oportunidad para invertir en infraestructura para un retorno seguro al aula. Mejor iluminación y climatización mejorará la calidad de la educación, nos hará más resilientes, rebajará la contaminación a la que se exponen los niños y, al mismo, tiempo mejorará el rendimiento escolar.

En definitiva, sería un error volver a los enfoques del pasado. Los desafíos de igualdad, inclusión y sustentabilidad deben ser asumidos con seriedad, así lo exigen millones de chilenas y chilenos. Para ello debemos ser capaces de entregar un camino de cambios ambiciosos y responsables. Es una obligación ética con las futuras generaciones pasar de las promesas a la realidad. De un Chile de la competencia, a uno de la colaboración y de la solidaridad.