
Réquiem por AWTO
Sería apresurado decir que la muerte de AWTO es el fin del paradigma de la movilidad compartida.

Una de las tendencias urbanas más promisorias es la “economía o ciudad compartida”, donde gracias a las tecnologías accedemos a bienes y servicios sin tener que poseerlos. Así surgieron los co-work, bicicletas y scooters públicos, e incluso modelos de co-living. Pioneros fueron los servicios de vehículos compartidos, presentes en Europa y Estados Unidos desde comienzos de siglo con Zip-Car o Car2Go.
Nuestro país no estuvo ajeno a estos emprendimientos, y desde hace 10 años circuló en varias ciudades AWTO, una startup del grupo Kaufmann. Con una inversión de 1,5 millón de dólares y 25 citycars, que llegó a crecer a cerca de mil autos que se arrendaban por minutos, días o meses.
Su modelo de negocio se sustentaba en que cada automóvil privado usa solo el 3% de su tiempo en movimiento y que con la plataforma, al ser compartidos, se optimizaba el tiempo de uso hasta en un 40%. Así, un solo AWTO reemplazaba los viajes de entre 6 a 7 vehículos al día. Otra ventaja era el precio: un viaje de aproximadamente 10 kilómetros en hora punta costaba 17 mil pesos en taxi, 9 mil en Uber y solo 4 mil en AWTO. Por ello, miles de suscriptores quedamos devastados cuando días atrás recibimos el mensaje: “Hemos tomado la difícil decisión de cesar nuestras actividades debido a desafíos económicos y la falta de financiamiento necesario”.
A la muerte de AWTO se suma la quiebra de otros sistemas de movilidad compartida en Chile como Mobike, varias startups de scooters y las dificultades que enfrenta la red Bikesantiago. ¿Acaso estamos ante el fracaso de un paradigma, o no estamos culturalmente preparados para compartir?
Entre los problemas que enfrentó AWTO estuvo el explosivo crecimiento de otras aplicaciones donde sus propietarios compartían pero manejaban sus vehículos como Uber, Didi o Cabify, con menores costos de inversión y operación. A esto se sumó la baja demanda durante las cuarentenas en pandemia y los múltiples fraudes, suplantación de identidad y hasta una denuncia que 51 de sus automóviles fueron vendidos fraudulentamente mediante documentación falsa. Si bien AWTO seguía creciendo, incluso a otros países como Brasil, los costos operacionales, convenios con municipios y comercios para contar con estacionamientos reservados, la gestión y mantención de flota, robos y maltrato hicieron insostenible su continuidad. En 2024, AWTO lanzó una campaña pública para levantar fondos; sin embargo, no pudo completar la ronda, lo que llevó a su cierre.
Sería apresurado decir que la muerte de AWTO es el fin del paradigma de la movilidad compartida. Más bien estamos viendo una transición difícil. No todas las ciudades están listas para estos modelos, y no todas las empresas logran encontrar el equilibrio entre escalabilidad y sostenibilidad financiera. Lo que ocurrió con AWTO es un síntoma de una etapa aún inmadura del modelo en nuestro contexto. Pero la idea de una ciudad más compartida sigue vigente, especialmente en escenarios postpandemia, donde se busca eficiencia, reducción de emisiones y nuevas formas de movilidad.
La idea de que en el futuro uno “suscriba” un servicio de transporte en lugar de comprar un vehículo propio sigue siendo atractiva y, probablemente, inevitable en ciertas áreas urbanas. De hecho, las grandes marcas automotrices ya están explorando ese camino. Pero lo que AWTO nos recuerda es que ese futuro no llegará automáticamente; requiere infraestructura, regulación inteligente, voluntad política y, sobre todo, un cambio profundo en la relación cultural que tenemos con la movilidad. La tecnología está lista, pero las ciudades -y sus ciudadanos- aún están poniéndose al día.
Por Pablo Allard, decano Fac. de Arquitectura, U. del Desarrollo
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