Retórica de la desesperación
En los últimos años, sobre todo con el crecimiento económico de China y las derrotas que ha experimentado el sistema democrático en América Latina, a los casos dramáticos de Chile y Bolivia se ha sumado en estos días el Perú, donde la presidencia de Castillo parece consumarse pese el fraude perpetrado por Perú Libre que acompañó dichos comicios, por obra de un Jurado Nacional de Elecciones que resiste impávido todas las demostraciones en contrario.
El ocaso de la democracia, el último libro de Anne Applebaum, que acaba de salir, es más bien pesimista, pues augura tanto a Europa como al resto del mundo un aumento del autoritarismo, que, a la manera de Polonia y Hungría, países que conoce bien, pues está casada con un político polaco, irán pasando de un deterioro de la democracia a un sistema de control de la información y manipulación de las masas que vaya estableciendo poco a poco un régimen que se parece como una gota de agua a las dictaduras, aunque gane las elecciones y tenga mayoría en los parlamentos. El libro es un eco demorado de La trahison des clercs, de Julien Benda, aparecido en Francia en el año 1927, en el que ella encuentra reminiscencias de nuestra época, sobre todo en la actitud de los “clercs” o intelectuales y el crecimiento de los nacionalismos que pueden hacer fracasar intentos de integración como la Unión Europea, lo que, con mucha razón, dictamina sería una verdadera catástrofe para Europa.
El libro se abre y se cierra con dos fiestas, una celebrada en Hungría y otra en Polonia, esta última más positiva que la anterior, en las que la propia Anne Applebaum y su marido advierten que las viejas amistades ya no son tan sólidas como antaño creían, están más subordinadas a las diferencias políticas y, sobre todo, a favor de los gobiernos de turno, que exigen de sus adeptos una adhesión rectilínea, semejante a la de las dictaduras. Este es un tema que conocemos bastante bien en América Latina, donde las divisiones políticas suelen prevalecer sobre las amistades, incluso en el seno de las familias.
Con mucha razón, Anne Applebaum hace una minuciosa descripción del Brexit, la separación de Inglaterra del mercado común -dicho sea de paso, fue una idea nacida en la propia Inglaterra-, debido a las vueltas y revueltas demagógicas de esa caricatura de Churchill que es Boris Johnson, uno de los dirigentes que con toda razón queda muy mal parado en los sólidos análisis de la autora. Otro de los dirigentes que, según este libro, ha contribuido a deteriorar la sólida adhesión de su país a la democracia ha sido Trump, durante su presidencia, que arrastró al Partido Republicano de los Estados Unidos en una deriva frenética hacia el autoritarismo, introduciendo la mentira por doquier y, sobre todo, en el dominio de la prensa, algo que, con mucha razón, aunque yo tengo mis reservas al respecto, advierte Anne Applebaum podría significar un gravísimo deterioro de las reservas democráticas en el mundo de hoy. Aunque creo que su análisis del personaje de Trump es muy justo, tengo la sospecha de que el deterioro de la democracia norteamericana que cree Anne Applebaum es mucho menos profundo de lo que ella señala. En la actualidad, los Estados Unidos van recobrando, bajo la Presidencia de Biden y los demócratas, el liderazgo de los países libres del mundo, como muestran sus disputas con China Popular y la empobrecida Rusia de Vladimir Putin.
Veo en este libro un cierto estado de ánimo desmoralizado, aunque, como en todos los suyos, el rigor de los análisis sea muy eficiente y las fuentes, inobjetables. Pero, hasta ahora, y creo que los he leído casi todos, los ensayos y artículos de Anne Applebaum tenían siempre la facultad de levantarnos la moral, sobre todo a los que participamos de sus creencias -la democracia y su motor, el liberalismo- en tanto que El ocaso de la democracia, con sus muy discutibles pronósticos sobre el debilitamiento de las defensas democráticas, tanto en Europa Occidental como en los Estados Unidos, parecen cerrarnos las puertas del futuro a quienes creemos en la libertad.
En los últimos años, sobre todo con el crecimiento económico de China y las derrotas que ha experimentado el sistema democrático en América Latina, a los casos dramáticos de Chile y Bolivia se ha sumado en estos días el Perú, donde la presidencia de Castillo parece consumarse pese el fraude perpetrado por Perú Libre que acompañó dichos comicios, por obra de un Jurado Nacional de Elecciones que resiste impávido todas las demostraciones en contrario. Y una movilización de una izquierda extrema jaleada por Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, que, aprovechando los estragos de la pandemia del coronavirus, parece haber ganado un país más para su causa. De todos modos, yo creo que en estas semanas se ha visto, en las movilizaciones gigantescas con que los peruanos están defendiendo sus libertades, sin dejarse amedrentar por los sectarios, lo precarios que son los nuevos regímenes, que, inevitablemente, como ha ocurrido en Venezuela, traerán hambre y desocupación a sus países y una corrupción ilimitada en el manejo del aparato del Estado. Esos regímenes están condenados a perecer más tarde o más temprano, aunque sólo fuera por su incapacidad para manejar los elefantiásicos Estados que crean (pero no saben administrar), como ha ocurrido en todos -sí, en todos- los regímenes donde ha desaparecido la libertad de mercado por un Estado voraz y monopolizador.
Estas conquistas de la extrema izquierda no deben ser olvidadas, desde luego. Pero tarde o temprano ellas caerán, como en la Unión Soviética y China, donde los relativos éxitos se deben, sobre todo, al cambio de una economía estatizada a otra más libre, aunque sólo a medias, supeditada a las exigencias y anomalías de gobiernos despóticos e intolerantes. Un país puede progresar con la libertad mediatizada o prohibida, como China, pero sólo hasta cierto punto, más allá del cual la libertad de investigación y la competencia son indispensables para avanzar en el dominio de la técnica y la ciencia. Mi confianza en los Estados Unidos tiene que ver con ese dominio, que, justamente, el gobierno catastrófico de Trump dejó intacto, y funcionando incluso en ciertos campos con más libertad que antes. Todos los hechos señalados por Anne Applebaum en su último libro son, sin duda, exactos, la multiplicación de los grupos que se consideran liberados de las leyes, la proliferación de las armas, los extremismos de diversa índole que amenazan el sistema, incluido el racismo, pero, en mi modesta versión, nada de esto puede interrumpir ni poner trabas a la razón de ser de la libertad económica, la economía de mercado, que garantiza la libre competencia, en última instancia la mejor defensa contra las amenazas a la libertad. Mi confianza en este sistema que, hasta ahora, ha defendido, no sin tropiezos, aquella libertad de la que nacen todas las otras, no ha sido mellada sino mínimamente por los años de Trump en la Casa Blanca. Y la nueva política va haciendo tabla rasa de ese mal recuerdo.
Hay un momento en que todos, incluso los mejores que saben capear los temporales, se fatigan y dejan caer los brazos. Son los períodos en que, entre los periodistas, prevalece aquella “retórica de la desesperación” a que todos somos propensos, hasta ensayistas del alto calibre de Anne Applebaum. Mi impresión es que este libro refleja ese estado de ánimo, aunque algunas de sus denuncias, como las referidas a Polonia y a Hungría, sobre todo, resulten aterradoras, porque, en apariencia, ambos regímenes parecen respetar los resortes de la democracia, aunque casi todo en ellas está viciado, empezando por el voto popular, las mentiras de la prensa, la radio y la televisión, como ocurría en aquellos regímenes que se alzaban contra la libertad. A diferencia de ellos, en estos se la elogia, mientras se la destruye poco a poco.
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