Revelaciones
Por Óscar Guillermo Garretón, Economista
Virtud de la democracia es que, periódicamente, los dueños de su poder originario salen del silencio; juzgan y determinan a sus gobernantes. Quienes desde las alturas del poder institucional y mediático se atribuyen ser “el pueblo”, “la calle”, deben acatar.
Y la verdad ha sido contundente. Los partidos que por 30 años condujeron la transición vieron derrotados a sus candidatos. Pero los ganadores también viven su propia derrota y deben salir a buscar a quienes hasta entonces denostaron. La sociedad no votó extremos. Votó por ser más próspera, por conseguir una mejor seguridad social, por tener autoridades que le aseguren el orden público frente a la violencia, la delincuencia, el narcotráfico y el terrorismo. Buscaron, no lo que quizás soñaban Kast y Boric, sino políticos distintos a aquellos de derecha e izquierda que los habían decepcionado. No añoran derecha dura, dictaduras o economías de mercado de otrora; sino autoridades que les garanticen orden público, defensa de sus personas, propiedades, empleos, seguridad y calidad de vida. Tampoco añoran cambios de “modelo”, revueltas y quiebres del orden público, indiferencia a narcos y delincuentes, irresponsabilidad en la gestión pública y más voluminosas burocracias, desprecio a la bandera nacional; reclaman espacios mayores, más justos e igualitarios, en ese modelo que los sacó de la pobreza, pero no supo responder a sus nuevos anhelos; también, seguridad de no volver atrás, de no envejecer en angustia, de tener más prosperidad para ellos y los suyos. Parisi representó bien esta realidad que la elección desnudó: la desconfianza en el mundo político, la demanda de respuestas concretas y no entelequias ideológicas, la alarma masiva ante la inmigración descontrolada en el norte, el terrorismo en la macrozona sur, la privatización del estado en beneficio de los políticos a tiempo completo. Esa fosa entre sociedad y política, está tras las derrotas, las victorias y las sorpresas de la elección.
Para ser sincero, las candidaturas triunfantes no me expresan. Solo representan la búsqueda pendular de lo que la otra negaría. Las identidades programáticas y discursivas de ambas me resultan desubicadas. Unas por presumir ser cabeza de movimientos revolucionarios que no existen. Otras, por representar una nostalgia conservadora para crecer como minoría y se encontraron con una victoria sorpresiva. Ambas, por dudosa viabilidad económica. Así, no me interpretan los que corren desbocados a entregar apoyos incondicionales en renegación indigna de su identidad, ni los que exigen mantener inmutables los programas y propuestas de primera vuelta. Quiero conocer de las nuevas coaliciones de segunda vuelta, la amplitud de sus equipos de gobierno y cómo responden a las demandas institucionales, económicas y culturales de nuestra sociedad, que muy parcial y defectuosamente, hicieron suyas en primera vuelta.
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