Revisionismo y estatuas caídas
Por Alejandro San Francisco, historiador y académico de la Universidad San Sebastián y Universidad Católica. Director de Formación Instituto Res Publica
Las protestas sociales en el mundo actual no son meros reclamos contra las injusticias de las sociedades, sino que han pretendido ajustar cuentas con el pasado. Ambas luchas no son contradictorias, sino que forman parte de una continuidad que requiere ser mirada con atención. Después de todo, como señalaba Marc Bloch, la historia nos permite comprender el pasado por el presente y el presente por el pasado.
Por lo mismo, las protestas antirracistas en Estados Unidos no solo condenan el asesinato de George Floyd, sino que representan una lucha específica por la memoria, que se remonta a viejas discriminaciones, las luchas de Martin Luther King, la guerra de Secesión y una cadena de injusticias con asesinatos, discriminación y esclavitud. Las sociedades europeas también tuvieron sus procesos de expansión imperial hacia América, Asia y África, que mezclaron logros con abusos. La esclavitud negra llegó a constituirse en una verdadera industria donde hubo muy pocos actores ausentes, y el colonialismo fue un fenómeno de larga data que se extendió hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Las percepciones sobre esa historia han derivado en un proceso de destrucción de estatuas, revisionismo histórico y deseos de bajar del pedestal a figuras que habrían contribuido a la esclavitud o la opresión sobre pueblos indígenas, o que tuvieron comentarios y acciones racistas. En los ataques caben personalidades tan disímiles como Cristóbal Colón o Winston Churchill, reyes y figuras políticas, lo cual ha escandalizado a algunos gobernantes.
Los “estallidos de iconoclastia”, como los ha llamado Enzo Traverso, han sido frecuentes en la historia, los han utilizado diversos regímenes para anular a sus adversarios y controlar el pasado a través del poder presente, como expresaba George Orwell en su libro 1984. Sin embargo, hoy la situación es distinta, y como el mismo Traverso ha sintetizado, “la iconoclastia, como toda acción colectiva, merece atención y crítica constructiva. Estigmatizar despectivamente es simplemente exonerar una historia de opresión”.
Sin perjuicio de ello, lo que altera la comprensión de los problemas históricos es el ascenso del presentismo, enunciado por François Hartog, que lleva a hacer prevalecer sin contrapesos los puntos de vistas del presente: lo inmediato estaría dispuesto a juzgar anacrónicamente el pasado y a predecir arbitrariamente el futuro, sobre la base del privilegio del momento actual, cuyos valores se asumen como definitivos y superiores. Así se elimina la posibilidad de diálogo con realidades pretéritas diferentes y la adecuada relación de los tiempos históricos.
Lo planteaba adecuadamente Sol Serrano en La Tercera (27 de junio): “si vamos a juzgar todo el pasado con los criterios morales del presente, el único camino va a ser borrar la historia completa”. Hoy las sociedades tienen consensos sociales y culturales muy distintos de los que rigieron en otros tiempos, pero de llevar los juicios presentistas y la moral iconoclasta hasta las últimas consecuencias, desaparecerían prácticamente todas las monarquías europeas, con sus estatuas, castillos y museos, y pasaría lo mismo con muchas repúblicas.
Revisitar la historia es una necesidad y un deber intelectual, enfocando un mismo problema de manera distinta o incorporando fuentes diferentes que permitan un conocimiento más cabal y complejo del pasado humano. Ampliar, renovar y repensar el paisaje de los panteones y monumentos también será relevante en el futuro, pero no a costa de la destrucción de los enemigos del pasado, sino desde la base del cultivo del pensamiento histórico en nuestras sociedades.
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