Salvar la política
Por Sergio Muñoz Riveros, analista político
¿Se parece lo que hemos vivido desde octubre del año pasado a la crisis que desembocó en el golpe de estado de 1973? No pocas personas ven similitudes. Se dice incluso que es semejante la polarización de entonces y de ahora. Pero, la comparación de ambos momentos es muy discutible. En los años de la UP, la política estaba impregnada de ideología, o sea, de ideas que se habían convertido en creencias. Era una pugna de visiones sobre la organización de la sociedad, la economía y el Estado. Al final, se impuso una noción terrible: ellos o nosotros. Las voces que pedían moderación fueron acalladas, y desapareció así el espacio de racionalidad que hacía viable la democracia. Todo terminó del modo que sabemos.
Lo que puede reconocerse como factor común entre ayer y hoy es el debilitamiento de la adhesión a las normas y procedimientos de la democracia representativa. Ayer, como consecuencia de que un bando consideraba que nada era más importante que “hacer la revolución”, mientras que el otro bando estimaba que nada era más importante que impedirla. Hoy, el debilitamiento del compromiso democrático tiene como causa principal la irrupción de tendencias populistas que han llegado a justificar la violencia como método político. Aunque existen minorías ideologizadas a izquierda y derecha, no puede decirse que la mayoría de la población sea tributaria de paradigmas duros. Incluso en la propia clase política lo que suele predominar no es el fervor ideológico, sino el acomodo a las circunstancias y los cálculos de poder. Son numerosos los parlamentarios que dan la impresión de no creer en nada que no sea su reelección.
Es mejor no convocar a los fantasmas del pasado. Lo que necesitamos hoy es mejorar la calidad de la política, erosionada por el oportunismo y la frivolidad. No puede estar en duda el compromiso con el régimen democrático, lo cual implica en primer lugar condenar la violencia y disponerse a establecer formas de cooperación que refuercen el estado de derecho y la cultura de la libertad.
No podemos olvidar que son las instituciones democráticas las que nos permiten convivir en la diversidad. Precisamente por ello es peligroso que algunos crean que, en materia de reglas, todo tiene valor relativo y llegan a interpretar el plebiscito del 25 de octubre como la entrada en tierra de nadie. La actual Constitución estará vigente hasta que sea reemplazada legalmente por otra. Por lo tanto, la idea de “correr el cerco” mediante el atajo de agregarle artículos transitorios es una forma de quebrantar los procedimientos acordados.
La elaboración de una nueva Constitución no puede concebirse como una guerra de guerrillas de unos contra otros, sino como una apuesta de buena fe en favor de la integración nacional. Ojalá que los políticos veteranos ayuden a los más jóvenes a proceder con visión de Estado y sentido de las proporciones. Así, contribuirán a mejorar lo que tenemos.