Simplemente Boris
El nuevo Primer Ministro de Inglaterra no es Boris Johnson. En realidad es simplemente Boris. Así se hizo conocido por todos los británicos a lo largo de una carrera política más bien colorida, con muchos ribetes que son más cercanos al espectáculo que a la sobriedad política que uno espera de un líder de talla mundial. Ciertamente es muy distinta a su reverenciada Margaret Thatcher, la que se habría sonrojado hasta la humillación con actos como lanzarse en un canopy urbano, traje y desplegando la bandera británica para pedir el Brexit, o muchas de sus frases como alcalde de Londres y más tarde como diputado. Vendrán más crónicas sabrosas sobre lo que dijo y se dirá de sus excentricidades, sus orígenes en Eton y Oxford, o tal vez, su vida como periodista de trinchera conservadora.
Lo que hasta ahora ha sido una poco ortodoxa carrera hacia arriba no está exenta de momentos en que se ha visto obligado a comportarse, como fue el caso cuando fungió de Ministro de Relaciones Exteriores en el gabinete de Theresa May. Todo hasta que no toleró más el angustiante proceso de negociación para que la salida de Bruselas fuera lo más suave posible en el bolsillo y la mente de los británicos.
Sin embargo, como dice el refrán popular: otra cosa es con guitarra. Por muy rimbombantes que sean sus primeras declaraciones sobre unir a los británicos y mantener a la izquierda fuera del gobierno, la realidad es que tendrá que enfrentar una formidable oposición dentro y fuera de su partido. No son pocos los que se niegan dentro de los conservadores a mantenerse dentro del gabinete, y menos entusiastas aún, quienes desde la oposición vienen pidiendo elecciones generales hace más de un año a la fecha. La Unión Europea le dio una bienvenida de plomo, dejando claro que ya hay algo pactado y que es el Reino Unido quien debe cumplir. Es decir, lo que se viene para el 55° Primer Ministro de la historia es dejar la retórica y comenzar a dialogar con la gente que menos le gusta: todos quienes piensan distinto a él. Su mayoría en la Cámara es precaria y, a diferencia de lo que ocurre Estados Unidos con el Presidente Donald Trump (que tampoco puede hacer lo que quiera), el poder está aún más diseminado al interior del Partido Conservador, y por cierto, en el temor de que algo muy radical puede generar una revuelta interna que termine pronto con sus días en 10 Downing Street.
Los agentes económicos también miran con atención. Un Brexit duro puede ser una gran oportunidad para el Commonwealth Británico, o para el resto del mundo representado por Estados Unidos. Tal vez en la lista podamos sumar a Latinoamérica. Sin embargo, esto no basta para frenar la enorme dependencia que tienen mutuamente británicos y el resto de Europa. Suponer lo anterior es casi ingenuo. El continente al frente del Canal de la Mancha seguirá siendo fundamental para todos en las Islas. Puede que en Londres no haya efectos catastróficos como algunos aún sostienen, pero es absurdo pensar que será costo cero para las arcas del Reino.
Pero más allá de lo práctico, hay una discusión pendiente que afecta actores económicos más allá de los vaivenes de las bolsas de comercio o los parqué de las salas refinadas del Pall Mall londinense. Boris debe enfrentarse a la pregunta del fin de una era. Desde la muerte de su también amado Winston Churchill en 1965, los británicos se han preguntado por el fin de un ciclo histórico: el de ellos como imperio global. Hoy Johnson es la piedra que corona la creciente pérdida de peso específico del Reino Unido como un actor internacional central. Nadie duda que Londres sigue siendo la capital financiera del globo, o que sus universidades son las más reputadas y deseadas por millones en el mundo. Sin embargo, la voz del gobierno británico ya no es la del imperio. Tampoco es la segunda en importancia como fue durante los últimos años de la Guerra Fría. Esa realidad es historia. Hoy navegan las Islas en busca de su nueva identidad y sentido dentro del orden global. Si Boris se atreve a contestar esa pregunta, y no imitar al Presidente Trump o seguir jugando al niño terrible, quizá el destino pueda darle una oportunidad. Tal vez, si se atreve, pueda entrar a la puerta grande de la historia. Al fin y al cabo, al principio nadie daba un centavo por el propio Sir Winston cuando asumió al inicio de la guerra de todas las guerras. El tiempo lo dirá.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.