
Síndrome de Estocolmo

Tanto el 18 de octubre como los procesos constituyentes marcaron un antes y un después en la política nacional, especialmente en lo relacionado con la aproximación de la izquierda hacia el régimen democrático. Hechos como la justificación o matización de la violencia, querer sacar del poder al Presidente democráticamente electo que cumplió con lo que mandataba la Constitución y, por último, el proceso refundacional que quisieron impulsar en el primer proceso constituyente dejaron una huella profunda en el escenario político.
De esto, no ha existido una verdadera autocrítica o al menos reflexión por parte de una parte importante de la centroizquierda, ni mucho menos de la izquierda, respecto al rol que cumplieron en cada uno de esos momentos ni por qué optaron por sacrificar nuestro sistema de democracia representativa por un sueño añejo de revolucionarios al borde de la jubilación.
A pesar de eso, pareciera que la dirigencia política de la centroderecha no solamente perdonó tal actuación, de la que incluso fueron víctimas, sino que volvieron a validarlos como actores plenamente democráticos sin que se haya exigido ninguna reflexión ni autocrítica por el daño que causaron a la institucionalidad.
Esto ha significado una distancia que cada vez se acentúa con el electorado y es más común que se abran alternativas de derecha, cuyos afluentes son principalmente partidos que históricamente ocupaban ese lugar. Aparentemente el borrón y cuenta nueva que hizo la dirigencia política de la centroderecha no lo ha hecho una parte importante del electorado que exige al menos un emplazamiento más directo respecto a este y otro tipo de actuaciones y menos complicidad con los protagonistas de los hechos anteriormente descritos.
Es de tal magnitud lo que estuvo dispuesta a hacer la izquierda que no solamente horadaba nuestras instituciones, sino que también hacía imposible la convivencia social, moralizando hasta el más mínimo detalle para sacar la menor de las ventajas y pontificando en contra de problemas que una vez en el gobierno se han visto en la obligación de abordar, como la seguridad pública, por nombrar el ejemplo más patente.
Pareciera que a veces no se dimensiona el daño e incertidumbre que generaron ciertas ideas que suscribió la izquierda y que hoy desconoce o, al menos, oculta. Por ejemplo, los ácidos cuestionamientos a las fuerzas de orden y de seguridad, las exigencias exacerbadas en materias de ayuda social que terminaron generando una profunda inestabilidad en la economía, cuyas consecuencias terminaron pagando aquellos que supuestamente iban a beneficiar y un sin fin de irresponsabilidades en las que simplemente no cabe hacerse el desentendido.
Lo que hoy está dividiendo a los partidos y las dirigencias políticas no está pasando exclusivamente por ideas de fondo, bastaría ver las votaciones en el Congreso, sino que tiene una mayor relación con la actitud hacia una izquierda que no cumplió con los estándares mínimos que exige la democracia. Esto será especialmente relevante para la elección de noviembre.
Por José Francisco Lagos, director ejecutivo del Instituto Res Publica
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