Siria: una guerra que ya suma diez años

A national flag depicting a picture of Syria's President Bashar al-Assad flutters at a checkpoint in Douma


Por Alberto Rojas, director del Observatorio de Asuntos Internacionales, Universidad Finis Terrae

Una década. Eso es lo que ha durado hasta ahora el desgarrador conflicto en Siria, que se inició en marzo de 2011, en el contexto de la llamada Primavera Árabe; una ola de revueltas que barrió con diferentes gobiernos de Medio Oriente que llevaban décadas aferrados al poder, como era el caso de Zine el Abidine Ben Ali, en Túnez; Hosni Mubarak, en Egipto; y Moammar Jaddafi, en Libia. Y en ese entonces, casi todos apostaron que el gobierno de Damasco correría la misma suerte que los anteriores.

Bashar al Assad había llegado al poder en 2000, tras la muerte de su padre, Hafez al Assad, quien había tomado el poder en Siria en 1971. Es decir, era el siguiente eslabón en una dinastía que buscaba prolongarse aún más en el tiempo.

Sin embargo, el alzamiento que comenzó en las calles de las principales ciudades de Siria se convirtió en una guerra civil que -lejos de resolverse en forma rápida- se extendería por diez años, transformándose en uno de los conflictos más largos y cruentos en la región.

En ese sentido, el balance es desolador: casi 390.000 fallecidos, según registros del Observatorio Sirio de Derechos Humanos (aunque otras fuentes hablan de 593.000); 5,58 millones de refugiados en países de Medio Oriente y Europa, de acuerdo con Acnur; y 6,7 millones de desplazados dentro del país. Esto, además de la enorme pérdida en infraestructura, así como la grave contaminación del suelo y las reservas de agua dulce.

El conflicto en Siria comenzó, en efecto, como una guerra civil entre los grupos armados que buscaban derrocar a Bashar al Assad y las fuerzas del gobierno en Damasco. Sin embargo, ese escenario bélico rápidamente escaló a un nivel de mayor complejidad, transformando a este país en un nuevo escenario de confrontación entre potencias regionales (Arabia Saudita, Irán y Turquía) y mundiales (Estados Unidos y Rusia).

Además, entre 2014 y 2018 vimos la aparición del Estado Islámico, que autoproclamó su califato en los territorios que llegó a controlar en el norte de Siria e Irak. Y que incluso estableció su “capital” en la ciudad siria de Raqqa.

Tras la derrota militar del Estado Islámico -ya que aún existe, pero de manera clandestina-, la comunidad internacional pareció perder interés en Siria. Y con la llegada de la pandemia, este conflicto fue quedando en el olvido.

Actualmente, el gobierno de Bashar al Assad controla cerca del 70 por ciento del país, en gran medida, gracias al apoyo de las fuerzas rusas enviadas por Vladimir Putin. Y no son pocos los que ya consideran que esta guerra está llegando, definitivamente, a su fin. No obstante, la crisis humanitaria sigue existiendo a través de los millones de refugiados y desplazados que aún buscan un lugar seguro donde vivir.

Estados Unidos y sus aliados europeos, agotados por las guerras en Afganistán e Irak, nunca consideraron una real intervención en Siria, más allá de aprobar paquetes de sanciones en Naciones Unidas y operaciones aéreas.

Sin ir más lejos, hace pocas semanas, el gobierno de Joe Biden autorizó un bombardeo en suelo sirio, en contra de “milicias apoyadas por Irán”, solo en respuesta a ataques contra personal estadounidense y de la coalición internacional en Irak.

Siria quedará en la historia como un país desgarrado por conflictos e intereses internos y externos. Un ejemplo de lo que puede llegar a ocurrir cuando la comunidad internacional prefiere mantener distancia. Y, entonces, surge la pregunta inevitable: ¿cuál será la nueva Siria?