Solidaridad nacional y espacio
La vida social se desenvuelve en expresiones diversas como vecindarios, sindicatos, iglesias, partidos políticos, institutos educativos, la familia. Esa vida social es fuente de experiencias de sentido. Ella brinda campo de despliegue a las capacidades fundamentales del ser humano: intelectuales, afectivas, estéticas.
El Estado no puede producir directamente esa vida social. Ella depende de la espontaneidad de los grupos y los individuos que los conforman. Sin embargo, sí puede favorecerla o dañarla. El Estado vive de supuestos que puede apoyar o eliminar, pero no producir. Así como no produce la tierra sobre la que se asienta, aunque puede arrasarla, no produce la vida comunitaria. Y, sin embargo, sin ella, como dice Hölderlin, “el Estado es una osamenta seca, sin vida ni espíritu”.
De la vitalidad y excelencia de la sociedad civil depende la vitalidad y excelencia del Estado. Los contextos comunitarios facilitan las experiencias afectivas y de pertenencia de los individuos, así como su desenvolvimiento intelectual y estético, lo que redunda en ciudadanos emocional y mentalmente dotados. El estar con otros en los cuales se confía es fuente de vivencias intensas de significado; ese tipo de experiencia aumenta, además, la seguridad y el poder de los individuos ante los poderes del mundo.
Más aún, la historia nacional es muestra elocuente de la fecundidad que puede alcanzar la colaboración del Estado y la sociedad civil. La fundación de institutos educativos fue, a lo largo de dos siglos, uno de los factores generadores de elementos sociales instruidos y pilar del desarrollo cultural, político y productivo del país.
La cercanía con el otro que se produce en los contextos comunitarios deviene especialmente relevante -tal como la cercanía con la tierra y el paisaje- en la época de las redes sociales y la creciente racionalización de la vida.
Consta, empero, un debilitamiento general de los vínculos comunitarios. Vecindarios, familias, iglesias están en una crisis que parece dejar sólo ruinas tras de sí. Ella importa un vaciamiento severo. Sin contextos comunitarios, la vida tiende a diluirse en el entramado mediado y superficial de las redes sociales y la soledad.
Se vuelve tarea de la política la solidaridad nacional: fortalecer las condiciones bajo las cuales florece la vida comunitaria.
Entre ellas son fundamentales las condiciones espaciales, las que vienen sufriendo un franco deterioro: viviendas amplias, aptas para el descanso, el estudio y el afecto; vecindarios espaciados, con plazas y parques que faciliten el contacto habitual y paisano entre los ciudadanos; sistemas de transporte holgados, que no aprieten como ganado y permitan la conversación y el trato personal. Tierra, paisaje, espacio, ámbitos de encuentro común suficientes e integrados a la naturaleza: esos donde nacen los vínculos humanos.