El temple del arquitecto

La demanda de estudiantes de arquitectura de la Universidad de Chile por reducir la carga académica y contar con más tiempo libre refleja los niveles de ansiedad, vértigo e intolerancia a la frustración de las nuevas generaciones ante un futuro laboral incierto.
La arquitectura, como otras industrias creativas, se basa en el balance de la tríada vitruviana: Firmeza, Utilidad y Belleza. La radical transformación tecnológica que vivimos ha incrementado la certeza sobre diseño estructural y eficiencia programática de los espacios que diseñamos, pero ¿qué hay de la cada vez más inefable belleza? Como dijo Le Corbusier: El propósito de la construcción es mantener las cosas juntas y el de la arquitectura es deleitarnos.
Ese arte del deleite hace que los arquitectos estemos investidos con uno de los poderes más bellos que se pueda contar, el de construir los sueños de cientos de personas, comunidades e instituciones. Vaya responsabilidad que acompaña a este poder, si consideramos que hasta el día de hoy, la inversión más importante de una familia es la casa propia, y el de una comunidad su calidad de vida.
Dominar ese poder es probablemente lo que más ansiedad e incertidumbre genera en las nuevas generaciones, acostumbradas a satisfacer sus necesidades en forma inmediata y tangible. Más que resistirnos a su postura, todo indica que la arquitectura como la aprendimos una generación atrás está obsoleta, o que es demasiado lenta y pretensiosa para ser comprendida por los nuevos arquitectos. Esto obliga a quienes enseñamos a buscar nuevas formas de inculcar ese valor fundamental en el arquitecto, cual es la formación un temple, esa capacidad de aguante, resiliencia y entusiasmo que tan bien acompaña a la sensibilidad propia de quien tendrá que mediar entre las distintas fuerzas que informan y dan forma a nuestro habitar.
El desafío más importante para los arquitectos hoy tiene que ver con la re-definición del rol y competencias de la disciplina en el actual medio económico, cultural y político que vive nuestro país. En un mundo globalizado, donde la inmediatez de la tecnología permite iniciar la construcción de un edificio antes de terminar el proyecto y donde cada vez son más importantes las demandas por calidad de vida y equidad urbana, es hora que los arquitectos recuperemos la ciudad y su entorno con autoridad técnica, juicio crítico y estético, y no como meros románticos o decoradores ante hechos que no nos son indiferentes.
En estos tiempos de cambio e incertidumbre, el futuro laboral se abre como campo fértil de posibilidades en todas aquellas áreas que hoy necesitan capacidad de innovación y coordinación en la definición de sus espacios y relaciones, tales como: la vivienda de integración social, el diseño urbano, arquitectura del paisaje, planificación urbana, infraestructura, administración de proyectos, gestión inmobiliaria o el desarrollo de nuevas tecnologías constructivas. Más promisorio aún es el campo que se abre en áreas nuevas que requieren de capacidades especialmente formadas para modelar tridimensionalmente relaciones espaciales complejas tales como: la simulación digital y diseño de experiencias, diseño paramétrico, modelamiento y fabricación personal de componentes, arquitectura de información, arquitectura y urbanismo sustentable, inteligencia territorial y ecología del paisaje, todas áreas de punta y donde en nuestro país ya estamos teniendo ejemplos notables. El llamado entonces es a formar arquitectos con temple, entusiastas y comprometidos con el interés público, emprendedores e innovadores. Son ellos quienes abrirán el campo hacia otras construcciones, más complejas, más híbridas, más contemporáneas y por qué no decirlo, más bellas.
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