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Desde que el primer caso de Covid-19 fue confirmado en Chile, el comportamiento de la curva epidémica ha sido diferente al originalmente proyectado. Esto no necesariamente representa un error, pues este tipo de pronósticos busca alimentar decisiones que prevengan aquello que se pronostica. El número de casos secundarios que en promedio genera un caso contagioso (número básico de reproducción, R0) fue estimado originalmente en 2,36. Actualmente, el número efectivo (Re) es 1,06; así medida, la efectividad de las estrategias de mitigación sería 55,1%. Este sería el fundamento para una “nueva normalidad”.

El Covid-19, sin embargo, nos sorprendió en una situación que ya era “anormal”. El malestar social frente a desigualdades estructurales de largo tiempo había emergido en octubre de 2019, reduciendo el respaldo del gobierno a menos del 10%. Este bajo apoyo agregó dificultades a la conducción de la crisis, facilitando la emergencia de diversos liderazgos, con el riesgo de confundir a la población. Producto del esfuerzo de diversos actores (gobierno central, Ministerio de Salud, alcaldes, Colegio Médico), más allá de las diferencias, como sociedad hemos podido implementar las medidas de mitigación que han ido aplanando la curva epidémica, lo que es mérito de todos.

En este contexto, el Covid-19 ha evidenciado aún más las enormes diferencias sociales que ya habían aparecido con el estallido social. Segregación social por zonas geográficas en Santiago y otras ciudades, malas condiciones de habitabilidad de viviendas y barrios en zonas pobres, escasas o nulas posibilidades de equipamiento y conexión a Internet, precarias condiciones laborales de muchas personas, son “normalidades” que se nos hacen visibles en esta situación de “anormalidad”. La gestión centralizada de camas hospitalarias por parte de la autoridad sanitaria permite a ésta derivar pacientes que lo requieran, independiente de su sistema de salud previsional, a hospitales públicos y clínicas que tenga disponibilidad de cama UCI. Si la demanda por atención en UCI aumenta hasta copar la capacidad del sistema, una persona que siempre ha accedido en función de sus altos ingresos, al momento de requerir atención podría no encontrar cupos disponibles por estar estos ocupados por personas que la autoridad sanitaria ha derivado previamente. Esta situación de “anormalidad” que seguramente generaría incredulidad y angustia en personas de altos ingresos, es de “cotidiana normalidad” para importantes segmentos de nuestra población. 

¿Podemos entonces avanzar hacia una “nueva normalidad”? Dentro del ámbito epidemiológico, habría que reforzar la prudencia. Sabemos que no estamos diagnosticando todos los casos, que hemos estado fallando en el aislamiento estricto de casos y de contactos; el Re aún no nos indica que hayamos entrado en una fase de endemia estable de Covid-19. Con el Re actual de 1,06 se pueden generar más de 5.800 nuevos casos en cinco días, generando una demanda adicional de casi 300 camas de UCI, acercándonos a una situación en la que personas que requieran cuidados intensivos y no tengan posibilidad de acceder a ellos, no podrán sobrevivir. No parece, entonces, recomendable aún volver a clases presenciales, ni tampoco abrir los centros comerciales donde se aglomeran personas. 

En términos más amplios, la “anormalidad”, primero del estallido social y luego de Covid-19, nos ha permitido visualizar la muy injusta “normalidad” en la que cotidianamente viven muchos de nuestros compatriotas. Es cierto que tendremos que aprender a convivir con la presencia de Covid-19 por un tiempo largo, lo que implica construir una “nueva normalidad”. Sin embargo, sería más importante avanzar con decisión hacia la “nueva normalidad” de una sociedad más justa y solidaria.

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