Opinión

Tetyana Ogarkova: El amor en tiempos de guerra

Un hombre tira de un carro cerca de un edificio dañado durante el conflicto entre Rusia y Ucrania en Avdiivka, en Donetsk, el 16 de febrero de 2025. Foto: Archivo Alexander Ermochenko

Por Tetyana Ogarkova es periodista, crítico literario y profesora en la Universidad Nacional “Academia de Kiev-Mohyla”. “Cartas de Ucrania” es un proyecto de la campaña de solidaridad latinoamericana ¡Aguanta Ucrania! en conjunto con PEN Ucrania, UkraineWorld y el Instituto Ucraniano.

Iryna amaba las rosas de su jardín de Brovary, una ciudad cercana a Kiev. También le encantaban las joyas que hacía con sus propias manos con flores secas y resina epoxi. Siempre buscaba la mejor manera de conservar el color de los pétalos, de resaltar la fragilidad de la flor y de compartir su belleza con la gente que la rodeaba. Le encantaba hacer fotos, por eso cuando fue por primera vez al frente en 2015 como paramédica del batallón Sich, le dieron el apodo de “Linza”, que significa “lente”.

Su verdadero nombre era Iryna Tsvila, y fue veterana de la primera fase de la guerra rusa contra Ucrania, combatiendo en Sloviansk y Pisky, en la región de Donetsk. El 24 de febrero de 2022, Iryna tomó las armas voluntariamente y se fue a defender Kiev. Murió al día siguiente, el 25 de febrero, en el pueblo de Dymer, cerca de Kiev, donde se libraron combates encarnizados con los rusos que intentaban llegar hasta la capital. Más tarde supimos que los ocupantes habían lanzado explosivos contra su auto. Su marido, Dmytro, murió con ella.

Su muerte fue la primera en nuestro círculo de amistades. Cuando Kiev fue liberada, fue doloroso darse cuenta de que Iryna nunca sabría nada de esta primera victoria ucraniana. Que las rosas de su jardín habían quedado huérfanas, al igual que su hija adulta. Una calle de Brovary lleva su nombre: pasa por el Centro Cultural “Prometeo”, donde se celebran conciertos infantiles, incluso ahora durante la guerra, y se oyen las risas de los niños. Este lugar es una concentración de amor por la vida. Solo que Iryna ya no está aquí.

Amaba tanto la vida, sus flores, su gente. En los últimos años, había tenido dolores de espalda y estaba en rehabilitación. Y cuando nos acordamos de ella, de su jardín de rosas en Brovary, de su espalda adolorida, nos damos cuenta, una vez más, de que la guerra no está impulsada por el odio. Cuando es una guerra defensiva, cuando la guerra es por el derecho a la vida, cuando es una guerra justa, está impulsada por el amor.

En la guerra hay mucho odio y rabia, pero a pesar de todo, no nos defendemos desde el odio al enemigo. El odio da lugar a la agresión, la rabia impulsa a la acción, pero solo es posible defenderse desde el amor. Nos defendemos por amor a lo nuestro y a los nuestros. A nuestro jardín de rosas.

A nuestro patio mal pavimentado y a las paredes de nuestro portal, que hace tiempo que deberían de estar pintadas. A los que se encuentran detrás en ciudades de retaguardia, en pisos ajenos o incluso en el extranjero. A los que están atrapados en la ocupación, algunos desde hace una década. A aquellos cuyas sombras dejan un vacío resonante en la mesa común.

Nada motiva más a la gente que el deseo de volver a una época en la que todos estaban vivos y todos estaban juntos. Simplemente cuando todos aún estaban.

Cuando los observadores extranjeros miran a Ucrania en guerra, ven ruinas horribles, campos de batalla apocalípticos, una sociedad traumatizada y cansada. Cuando los ucranianos miran a su país, ven, entre otras cosas, lo que estas ruinas fueron una vez.

Es como, cuando tras años de ausencia, vuelves al mundo de tu infancia, y no ves el asfalto roto del patio de tu casa, sino un lugar donde tus pies recuerdan cada piedra. No ves tablas sucias y metal oxidado, sino el columpio de tu infancia, donde volabas hacia el cielo. No ves paredes viejas, sino un lugar donde aprendiste a soñar, a hacer amigos, a vencer el miedo y a enamorarte. Ante todo, vuelves a una época en la que todo estaba aún por delante.

Los ucranianos ven su país devastado por la guerra como un hogar tras años de separación. Aunque los árboles hayan crecido tanto que no reconozcas el terreno, y aunque tu ciudad haya desaparecido, este trozo de tierra abandonado fue una vez todo tu mundo. Estas son las raíces de las que creciste. Y es tu amor por este lugar lo que te hace seguir adelante.

Porque este amor es lo único que realmente tenemos. Nadie amará el patio de tu infancia tanto como tú, porque es tu infancia. Nadie luchará por las rosas de tu jardín, porque son tus flores. Nadie amará tu país tanto como tú, porque es tu país.

Los ucranianos no tardaron en darse cuenta de lo devastador que es el odio. No puedes odiar a tu enemigo para siempre. Es posible cansarse del odio, pero es imposible dejar de amar.

“A veces el amor vomita mucho en las posiciones tras una batalla dura.

Y a veces el amor cierra los ojos de sus amigos.

Y los envuelve en sacos de dormir y se los lleva.

¡El amor nunca se detiene!

Aunque haya profecías, cesarán, aunque haya lenguas, enmudecerán, aunque haya conocimiento, se desvanecerá.

Porque a veces cesa el bombardeo, y al amor le cierran los ojos, y sus amigos lo envuelven en sacos de dormir, y lo llevan consigo.

Y entonces, viene hacia los vivos”.

Así escribe Artur Dron, un joven poeta ucraniano que fue a defender a su país en 2022. Tenía 14 años cuando estalló la guerra en 2014. Escribió estos versos a los 20 años, en una trinchera, en la infantería.

La gente suele ir a la guerra por rabia y odio al enemigo. Pero mueren en la guerra por amor. El amor por el pórtico soleado de su infancia, por el álamo del patio de su escuela, por ciudades que ya no existen, por los que están en tumbas bajo banderas azules y amarillas, por sus hijos.

La rabia más feroz no basta para destruir al enemigo. Pero el amor puede defenderse hasta el final.

Más sobre:Guerra en UcraniaTetyana OgarkovaIryna TsvilaVocesMundo

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

Mantente informado con La Tercera

DIGITAL$1.990/mes SUSCRÍBETE