The White Stripes: Encendiendo el final
Cada cierto ciclo el género que liberó a la juventud necesitaba volver a la matriz. Lo hizo The Beatles en el final de su carrera, The Ramones en el debut, y así también Jack y Meg White. Con White blood cells, publicado un día como hoy hace 20 años, el rock inició el canto del cisne tras reinar medio siglo, con los mismos rasgos de la génesis.
Con White blood cells de The White Stripes, publicado un día como hoy hace 20 años, el rock inició el canto del cisne tras reinar medio siglo, con los mismos rasgos de la génesis: un sonido básico y temperamental con volumen a tope, la voz alzada, redobles apelotonados y pulso incesante para encuadrar melodías perfectas, genética idéntica a las primeras grabaciones de Elvis, Chuck Berry y Little Richard.
Cada cierto ciclo el género que liberó a la juventud necesitaba volver a la matriz. Lo hizo The Beatles en el final de su carrera, The Ramones en el debut, y así también Jack y Meg White. Micrófono, guitarra y una batería con lo justo bastaron para tirar la cadena a esas bandas tipo Limp Bizkit donde sobraban esteroides, abriendo en paralelo la compuerta al retro rock. The Strokes, Yeah Yeah Yeahs, Interpol, Franz Ferdinand, Kings of Leon y Black Rebel Motorcycle Club, entre varios grupos, se instalaron como plataformas petroleras extrayendo las últimas reservas rock disponibles. Por Chile se alinearon Los Bunkers.
Con reconocido ingenio, todos esos nombres succionaron hasta la última gota de sonido y estéticas de otros días rematando la fiesta que había sido el género, como también era evidente que el estanque estaba vacío en materia creativa. En el intertanto, la juventud emigró en masa a la música urbana con el big bang de La Gasolina ocurrido en 2004. El rock siguió girando cada vez más cerca de la categoría museo.
Cuando The White Stripes se separó en 2011 quedaban algunos vestigios del retro rock, pero ya no era la nave orgullosa de la década previa. Jack y Meg White flotaban a la deriva sin novedades desde Icky Thump (2007), hasta que el guitarrista, productor, cantante y compositor de todo el material del dúo cortó amarras para iniciar una carrera en solitario y junto a otras bandas como The Raconteurs y The Dead Weather, supliendo con instrumentos y estridencia la falta de química y concisión respecto del material para los Stripes.
Ya sea por las limitaciones del formato dúo o debido al arsenal rítmico acotado de la baterista, el músico se inspiró en escribir las mejores canciones, melodías y riffs. Pero Meg no solo aporreaba la batería en métricas simples sin apenas cantar o aportar en las entrevistas, sino que estéticamente era responsable en partes iguales del atractivo de la banda, como en vivo acallaba las dudas. Quienes asistimos al único show brindado por The White Stripes en Santiago en el estadio Víctor Jara el 24 de mayo de 2005 atestado hasta la última fila -uno de los conciertos más memorables de la cartelera capitalina de los últimos 20 años-, presenciamos la perfecta comunión de ambos; el poder y la belleza de su acto cargado de decibeles, éxitos y un sentido del espectáculo total, desde los colores distintivos del dúo -una trinidad negro, rojo y blanco-, hasta los roadies de cotona asistiendo una destilería de rock sin aditivos. Sólo bastaba una mirada entre ellos para marcar acentos, acelerar o relajar pulsaciones, como una pareja en un acto íntimo donde Jack embestía con la guitarra rechinante, mientras Meg acogía manejando el ritmo y la intensidad.
Aquella noche fue, quizás, la última vez que vimos un espectáculo de rock clásico en estado puro y salvaje.
En 2014 Jack se quejó de la actitud inmutable de Meg ante los logros. Cuatro años después sus reflexiones fueron más justas reconociendo “la belleza que aportaba a la música”. El rock cerró el círculo. Para llamar la atención del mundo por última vez, con dos fue suficiente.
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