Tiempo de recomposición

AP


Aunque el suspenso terminó -y ya sabemos quién sucederá a Sebastián Piñera en La Moneda-, la incertidumbre tardará un poco más en disiparse. Atendido que el candidato triunfador moderó ostensiblemente su discurso para la segunda vuelta, era inevitable que quedara instalada la duda acerca de cuánto de esa moderación respondió solo a cosmética electoral y cuánto a un convencimiento profundo de parte del diputado por Magallanes en orden a que el país no está para refundaciones.

Solo cuando el nuevo mandatario -el más joven que haya llegado a la Presidencia en Chile, posiblemente en América Latina y quizás si hasta en el mundo- anuncie su gabinete, esto es, su equipo de colaboradores más inmediato, se podrá saber con mayor claridad hacia dónde y hasta qué punto Gabriel Boric intentará forzar la transformación del país, en línea con las que fueron sus convicciones y que, hace más de 10 años, lo convirtieron en uno de los líderes más importantes del movimiento estudiantil, en uno de los diputados emblemáticos de la nueva izquierda y en una de las voces más intransigentes de las que fueron las demandas del estallido social de hace dos años. Conocida como es su trayectoria, que de moderada tiene poco, se diría que en el cuadro de gobernabilidad de la próxima administración serán especialmente decisivas las figuras tanto del ministro del Interior como el titular de la cartera de Hacienda.

Sin perjuicio de las señales que el triunfador vaya entregando al país en las próximas semanas, lo cierto es que anoche mismo partió una profunda recomposición del mapa político del país. Si en el lado de la candidatura victoriosa ya es un hecho que la nueva izquierda, representada básicamente por el Frente Amplio en alianza con el PC, se impuso a la izquierda que alguna vez reivindicó el ideario socialdemócrata, a esta hora todavía es muy difícil determinar con algún grado de certeza en qué dirección se moverán las piezas en la derecha.

Está claro que José Antonio Kast va a jugar un rol importante en la oposición. Con una votación que bien o mal interpretó casi a un 45% de la ciudadanía, Kast sin duda que será una voz importante en el sector, pero es difícil que los partidos tradicionales terminen reconociendo su liderazgo político. La campaña puede haber limado muchas de las asperezas y cuentas pendientes que el exdiputado tenía con las colectividades históricas -RN y la UDI-, pero eso no significa que sean parte del mismo proyecto político. Después de todo, Kast no venía de la coalición oficialista, y si se convirtió en el candidato de última hora de una gran parte del bloque fue solo porque el abanderado de Chile Podemos Más, Sebastián Sichel, llegó cuarto en primera vuelta. Si este fracaso no da lugar entre los socios del pacto a un proceso de severa autocrítica, para revisar qué resultó y qué se hizo muy mal, querrá decir que la derecha volverá a resistirse a tomar en serio el lugar de castigo, de resuelto castigo, que la ciudadanía le asignó no solo en esta elección, sino también en las municipales, en la de gobernadores y en la de convencionales, que por lejos fue la peor de todas.

Puesto que la derrota no siempre es buena consejera y suele abrir la puerta a enconos personales y recriminaciones de grupo, lo más sensato sería que la derecha difiriera su trabajo de recomposición a marzo próximo, una vez que la nueva administración entre en funciones y establezca su calendario de prioridades para los primeros cien días de gobierno. Solo entonces existirá el necesario marco de serenidad anímica y de presión política ineludible para que el sector enfrente ese trabajo con imaginación y responsabilidad.

Mientras tanto, sin embargo, se abrirá un amplio margen para las conjeturas. ¿Significa el triunfo de Boric y la respetable votación que obtuvo Kast, por ejemplo, que la derecha endurecerá sus posiciones en la oposición al nuevo gobierno? ¿Qué tanto aprendió en estas elecciones acerca de la ventaja de convenir políticas de alianza que resguarden la diversidad de los distintos grupos que la componen? ¿O es que, por el contrario, la idea es avanzar a un formato político mucho más homogéneo y monolítico? ¿Para dónde va la micro: a una derecha más tolerante o más refractaria a las divergencias? En otras palabras, el proceso de moderación que también experimentó Kast, ¿fue genuino o, del mismo modo que al otro lado del espectro, respondió solo a consideraciones de retórica electoral?

Hay, asimismo, otras preguntas instaladas sobre el desempeño del sector. ¿Qué ocurrió con la llamada derecha social, que ni en las primarias ni en la primera vuelta logró desplegar con éxito su proyecto político? ¿Cuánto de su fracaso es imputable a los líderes que la encabezaron desde Evópoli o desde RN y cuánto se pudo haber contaminado con la impopularidad del actual gobierno? Por otro lado, muy importante, ¿qué le pasó a Kast en su campaña más reciente que nunca logró transmitirle al país su compromiso con la seguridad y el orden público? ¿Qué pretendía hacer concretamente en este plano, más allá de respaldar y fortalecer a Carabineros? La pregunta es atendible, porque todos los estudios demostraban que esta tenía que haber sido la columna vertebral de su campaña y la impresión que quedó en las últimas semanas es que simplemente no lo fue.

Es cierto que el triunfo de Boric no tiene los contornos apocalípticos que habría tenido de no mediar los contrapesos que la elección parlamentaria instaló en noviembre pasado en la Cámara de Diputados y, con mayor holgura, en el Senado. Es cierto que el país está muy dividido y que los que votaron por Kast fueron no solo las tres comunas del barrio alto. Y también es cierto que lo que viene será difícil para el nuevo gobierno, atendidas las restricciones fiscales y que no tiene la cancha enteramente libre en el Parlamento.

Pero nada de eso garantiza que la derecha pueda ser exitosa como oposición. La experiencia histórica es más bien la contraria: la derecha no sabe hacer oposición. Y no sabe hacerla porque se vende barato, porque no tiene mirada estratégica, porque le tiene un temor parido al poder, porque cree poco en los partidos y porque olvida con facilidad que la única política que cuenta es la que hace en la base social, en los barrios, en las comunas y en las organizaciones sociales. Sin un despliegue sistemático a este nivel, la derecha una de dos: o va a ofrecerle siempre al país gobiernos con gusto a poco o va a seguir siendo per sécula minoría. Por supuesto, ninguna de las dos opciones califica.