Tiempos de radio

DUNLAP INSTITUTE FOR ASTRONOMY & ASTROPHYSICS
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Misteriosas señales de radio han sido detectadas en un radiotelescopio canadiense. Un tipo de radiación conocida como “ráfagas rápidas de radio”, que por primera vez se observan llegar en lapsos periódicos, cada 16 días. Nadie sabe de qué se trata, y las especulaciones están a la orden del día. Una reacción muy similar a la que tuvo la astrónoma Jocelyn Bell, que en 1967 descubrió las estrellas de neutrones cuando extrañas señales de radio irrumpieron en su radiotelescopio.



La tecnología de comunicaciones a través de ondas de radio nos acompaña por más de 120 años. Tanto tiempo ha pasado que de algún modo ha perdido la frialdad mecanizada que normalmente asociamos a la tecnología, adquiriendo un carácter orgánico, cálido y entrañable. Quizás por eso cuando Bob Dylan acude a una imagen apocalíptica para describir un desencuentro romántico en su tema “Shooting Star” de 1989, declama el verso: “last radio is playing” (“la última radio está tocando”). Las ondas de radio cambiaron a nuestra civilización, permitiendo una comunicación inmediata y masiva, y dándoles de paso compañía a los hombres y mujeres más solitarios. Tal es el vínculo que percibimos entre esta radiación y la civilización, que cuando un astrónomo recibe una señal de radio de origen desconocido desde lo profundo del universo, es bien probable que un escalofrío recorra su cuerpo.

Es lo que ha venido ocurriendo la última década con las así llamadas “ráfagas rápidas de radio”, o FRB por sus siglas en inglés. Son señales muy breves, de milésimas de segundo de duración, que se observan en lugares muy precisos de la bóveda celeste, y que provienen de muy lejos, mucho más allá de los límites de nuestra propia galaxia, a miles de millones de años luz de distancia.

En el pasado, señales de radio de origen desconocido han sido detonantes de descubrimientos extraordinarios, y los astrónomos esperan que esta vez no sea distinto. En el verano de 1967, por ejemplo, Jocelyn Bell, entonces estudiante de doctorado en Cambridge, se encontró con una misteriosa señal de radio. Había pasado dos años construyendo el radiotelescopio, un enmarañado sistema de cables sobre postes que sostenían más de dos mil antenas. Luego vinieron meses en que pasaba día y noche analizando metros y metros de papeles con los registros de la señal. De pronto vio algo que estaba totalmente fuera de toda lógica. Una muy breve señal que se repetía unas 45 veces por minuto con una precisión temporal asombrosa. Su director de tesis, el astrofísico Anthony Hewish, insistía que debía tratarse de una fuente artificial, una interferencia de origen humano. No parecía haber otra opción, puesto que, por una parte, una fuente natural de pulsos tan rápidos era indicación de un objeto pequeño. Por otra, la intensidad que debían tener en el origen para atravesar los cientos de años luz que, de acuerdo con los cálculos, lo alejaban de la Tierra, requería de energías enormes, imposibles de producir por un cuerpo pequeño. Así, una vez que se descartó la interferencia humana, la única posibilidad de que la señal fuese artificial era que hubiese sido diseñada por una civilización extraterrestre. Nunca en la historia de la ciencia esa posibilidad había sido tomada tan en serio. Solo fue descartada cuando Jocelyn Bell encontró señales similares que provenían de otros puntos del cielo. Era extremadamente improbable que distintas civilizaciones extraterrestres se estuviesen comunicando simultáneamente usando ondas de radio de precisamente la frecuencia que Bell y Hewish habían decidido observar. Debía ser entonces una señal natural, proveniente de un objeto pequeño e inmensamente energético. Jocelyn Bell y Anthony Hewisch habían descubierto uno de los objetos más extraordinarios del inventario cósmico: las estrellas de neutrones.

Una estrella de neutrones típica, como aquella que descubrieron Bell y Hewish, tiene una masa similar a la del Sol comprimida en una esfera de diez kilómetros de radio. Así, lo inmenso (la masa del Sol) convive con lo minúsculo (las dimensiones de Isla de Pascua, ínfimas en escalas cósmicas). La densidad de una estrella de neutrones es tan colosal, que un trozo del tamaño de una pelota de tenis tiene la masa del orden de la del monte Everest. Los enormes campos magnéticos en su superficie son capaces de acelerar partículas cargadas en forma de jets que emergen de sus polos. En el proceso se emiten además generosas cantidades de ondas de radio. Las estrellas de neutrones suelen rotar muy velozmente, de modo que sus jets giran en círculos como faros cósmicos. En el caso de aquella primera estrella de neutrones, el haz se dirigía hacia la Tierra cuarenta veces por minuto, iluminando las antenas de Bell y Hewish con pulsos periódicos. Por eso se conocen como “pulsares”.

Por estos días nuevamente las señales de radio nos plantean un acertijo cósmico. Los científicos del radiotelescopio CHIME en Canadá han encontrado una fuente periódica de FRB. Cada 16 días y 6 horas se observan destellos durante un lapso de 4 días, luego 12 días de silencio. La repetición permite determinar en dónde está ubicada la fuente. Se trata de una galaxia espiral a unos 500 millones de años luz de distancia, la señal más cercana de FRB jamás encontrada. ¿Vida extraterrestre? Poco probable. Por ahora nadie sabe de qué se trata, pero se especula que podría tratarse de una estrella de neutrones que orbita alrededor de otra estrella muy masiva. Sin duda eventos extraordinarios que nos muestran, día a día, que el universo es un lugar más bello, violento y misterioso de lo que podemos soñar. En el intertanto seguimos mirando las radiaciones de ondas de radio que nos llegan de las entrañas del universo. Quizás algún día nos encontremos de verdad con ese mensaje que todos añoramos.

* Andrés Gomberoff es profesor de la Facultad de Ingeniería y Ciencias de la UAI e investigador del CECs


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