Tiempos difíciles

Man and a woman looks out from a dormitory under quarantine in Istanbul
Dos vecinos mirando hacia la calle durante la cuarentena, en Estambul, Turquía. Foto: Reuters


Analizando la estructura ontológica del mundo, el filósofo alemán Martin Heidegger nos muestra cómo en la cotidianidad el mundo circundante se nos aparece de forma borrosa, siempre disponible, al alcance de la mano, pero por lo mismo en cierta forma invisible. La cotidianidad nos permite vivir en piloto automático hasta que algo se rompe o se echa a perder. Ese evento nos saca de nuestra rutina, nos obliga a detenernos y a mirar como si fuese por primera vez aquello que exige reparación.

En estos cinco meses nuestra cotidianidad se ha hecho añicos. La violencia que vivimos durante las primeras semanas del estallido social dejó al desnudo los fundamentos sobre los cuales se construye la democracia y que habíamos olvidado. De pronto, Hobbes, ese autor oscuro y pasado de moda, cobró vigencia como ningún otro. El Estado fracasaba en su principal rol, proveer orden y seguridad, y la ausencia de poder abría el camino para la represión o la anarquía, caminos que socavan la democracia. Si bien el esfuerzo intelectual ha estado abocado a comprender las causas del estallido social, de ahí la prolífica literatura al respecto, los ciudadanos hemos experimentado la fragilidad de las instituciones y de la paz, y cómo la amistad cívica es condición necesaria, aunque no suficiente, de la democracia.

Hoy, a cinco meses del estallido y en pleno clima de violencia política, nos golpea la pandemia del coronavirus amenazando la vida de millones de personas. Si hay algo más básico que la democracia, eso es la vida, y como nunca antes en nuestro país ella se encuentra bajo amenaza. En un abrir y cerrar de ojos, el Estado, esa institución que estaba en el suelo y que no gozaba de la confianza de los ciudadanos, hoy se muestra como indispensable y exige nuestra total confianza, al punto de que le hemos entregado poderes excepcionales y nosotros hemos renunciado a derechos básicos, como es el derecho a reunión o al libre tránsito.

¿Cuánto vale la vida? Es la pregunta que nos plantea esta pandemia. La respuesta obvia es que esta no tiene precio. Pero los políticos y los médicos saben que eso no es cierto. Es irritante tener que pensar en los costos económicos que tendrá esta pandemia, pero la escasez de recursos nos obliga a ello. ¿Cuántos meses podemos estar encerrados en nuestras casas sin que colapse el sistema de producción del país? ¿Cuánto resistirá nuestra economía? ¿Cuántas personas morirán si no continuamos con la cuarentena por meses? Preguntas incómodas que no tienen por ahora respuesta. El equilibrio es precario y la evidencia, incierta. Por primera vez no es posible avizorar lo que viene.

Vivimos tiempos difíciles. Pero como nos muestra el filósofo alemán, es en estos momentos cuando las estructuras más profundas y fundamentales de la existencia salen a la luz y tenemos la oportunidad de verlas y entender un poco más de qué va estar vivos.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.