Tony Judt, historiador e intelectual europeo (1948-2010)
Por Alejandro San Francisco, académico Universidad San Sebastián y P. Universidad Católica de Chile / director de Formación del Instituto Res Publica
El historiador Tony Judt falleció hace exactamente 10 años, el 6 de agosto de 2010, tras sufrir una esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Para entonces ya gozaba de un inmenso prestigio intelectual debido a su labor historiográfica, así como también contaba con importantes detractores debido a algunas de sus opiniones políticas sobre temas internacionales.
Es curioso lo que ocurre con Judt. Si bien fue un hombre que murió relativamente joven, a los 62 años, su prolífica obra nos permite seguir en contacto con su vida y su forma de comprender la historia de la segunda mitad del siglo XX. Incluso más: en los últimos años aventuró algunos artículos y libros distintos, que van desde los trabajos autobiográficos, por una parte, hasta la reflexión política y de actualidad, por otra, los cuales se suman a las investigaciones especializadas que realizó durante su vida como historiador. Por lo mismo, autores como Judt presentan la disyuntiva sobre qué leer y qué no de su obra, por cuál libro comenzar o saber qué resulta imprescindible. El tema, como siempre, admite diversas respuestas, porque hay libros valiosos, pero que claramente sirven más a especialistas o interesados en temas más específicos, como Marxism and the French Left. Studies on Labour and Politics in France, 1830-1981 (New York University Press, 2011), que extiende su investigación hasta la llegada de François Mitterrand al gobierno.
Me parece que para quienes simplemente gustan de la historia y tienen un especial interés por conocer e intentar comprender el pasado posguerra. Una historia de Europa desde 1945 (Madrid, Taurus, 2006), no solo es una obra monumental, sino que se trata de un trabajo necesario, maduro y valioso. Está escrito de una manera sencilla, pero abunda en información y erudición, sin caer en la pedantería ni en el exceso de detalles, muestra una visión que es global, pero que posee precisión en los temas que trata. Tiene la particularidad de extender el estudio hasta fines del siglo XX, así como abarca diversas áreas de la trayectoria del Viejo Continente, aunque vertebrado desde una perspectiva política: también aparecen las ideas, los movimientos culturales y los cambios sociales, entre otros asuntos de interés, para terminar con una larga reflexión sobre Europa, uno de los temas que más le atraían.
Tony Judt nació en Londres en 1948 y tuvo de pequeño una formación judía –incluso vivió en un kibutz en su juventud–, aunque no era practicante y posteriormente fue incluso crítico de Israel en muchos planos. Estudió en la Universidad de Cambridge y en la Escuela Normal Superior de París. Posteriormente fue académico de la Universidad de Oxford, la que dejó en la segunda mitad de la década de 1980 para partir a Estados Unidos a la New York University, donde fue director del Remarque Institute. Fue ahí también donde emergió como un crítico literario inteligente e informado, especialmente en obras de historia y del pensamiento del siglo XX, en la The New York Review of Books.
Aunque tenía muchos intereses en el ámbito cultural, había dos temas que lo motivaron especialmente: el papel de las ideas y la responsabilidad social y política de los intelectuales, así como el lugar de la historia reciente en una época que denominaba “de olvido”, que muchas veces en realidad era de incomprensión sobre el significado de muchos procesos, ideas, ilusiones y fracasos del siglo XX.
Esa primera preocupación aparece en numerosas obras, como se puede ver su libro Pasado imperfecto. Los intelectuales franceses 1944-1956 (Madrid, Taurus, 2007), donde analiza críticamente a tres destacadas figuras a comienzos de la Guerra Fría: Jean-Paul Sartre, Emmanuel Mounier y Maurice Merleau-Ponty. En otra obra, El peso de la responsabilidad (Buenos Aires, Taurus, 2014), trabaja sobre Leon Blum, Albert Camus y Raymond Aron, “tres franceses que vivieron y escribieron a contracorriente” en épocas de irresponsabilidad. Su colección de ensayos, estudios y reseñas agrupados en Sobre el olvidado siglo XX (Madrid, Taurus, 2008), también tiene la particularidad de ampliar su análisis a otros personajes relevantes como Arthur Koestler, Primo Levi, Hannah Arendt, Louis Althusser, Leszek Kolakowski, y algunos tan disímiles como Juan Pablo II y Eric Hobsbawm, de quienes pondera aspectos positivos y sobre otros muestra una clara distancia.
En la última etapa de su vida Tony Judt fue él mismo también un intelectual público. El tema que había trabajado como historiador lo ejercía ahora como persona. Como afirma Eric Hobsbawm, en este plano Judt fue “un brillante enemigo del autoengaño barnizado con jerga teórica, con el carácter explosivo del polemista natural, un comentarista crítico de los acontecimientos mundiales, independiente y audaz” (en “In Memoriam (Tony Judt)”, Clionauta, 3 de octubre de 2012). El propio autor de posguerra resume lo decisivo que fue vivir en Estados Unidos para esta evolución: “The New York Review me ayudó a convertirme en alguien que escribía públicamente sobre intelectuales públicos; pero fue la ciudad de Nueva York la que me convirtió en un intelectual público”, lo que ocurrió especialmente a partir del 11 de septiembre del 2001.
En este plano, sus reflexiones eran claramente las de un historiador interesado en su propio tiempo, con la perspectiva del pasado humano, el análisis riguroso de los problemas actuales y la toma de posiciones sobre la base de los antecedentes proporcionados por los estudios y el trabajo de investigación. Es lo que ocurre con ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa (Madrid, Taurus, 2013), en el cual analiza las perspectivas de una Unión Europea cada vez más estrechas y donde las nuevas naciones ingresaran en igualdad de condiciones. Se basaba en unas “conferencias escépticas” como él mismo las llamó en una oportunidad, que había pronunciado en 1995, cuando le parecía inviable ese camino (no indeseable), por los problemas de los países que habían estado bajo regímenes comunistas y por la preeminencia de los estados naciones: “‘Europa es algo más que un concepto geográfico, pero no llega a ser una respuesta”, era su conclusión, también escéptica.
En su definición política era un socialdemócrata, tema sobre el que reflexiona en Algo va mal (Madrid, Taurus, 2010), recreando la construcción del Estado de Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial y las debilidades que percibía por el retroceso del Estado en la economía, así como por el egoísmo y materialismo en las sociedades. A este tema dedica también el último capítulo de Pensar el siglo XX (Madrid, Taurus, 2012), que es un formato de libro diferente: se trata de una larga conversación con el historiador Timothy Snyder, el autor de Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011). Ahí Judt aborda tanto su vida como su pensamiento, su propia trayectoria intelectual como procura analizar el tiempo histórico que le correspondió vivir, su visión sobre el marxismo y el sionismo, además de su calidad de “escritor inglés”, “intelectual francés” e “historiador europeo”, según describe Snyder. Esa especie de autobiografía se puede complementar con los textos de El refugio de la memoria (Madrid, Taurus, 2011), que escribió no para ser publicados y que evocan sus recuerdos, algunos íntimos, otros más públicos.
En lo político, Judt un hombre al que no gustaron los cambios de la década de 1980 en Occidente –de Reagan en Estados Unidos y de Thatcher (tampoco de Blair) en Inglaterra–, si bien valoraba las decadencias y caídas de los totalitarismos comunistas en Europa Oriental y en la Unión Soviética. Prefería el Estado de Bienestar y su legado, frente a otro tipo de experiencias, como el sistema norteamericano. Tenía algunas inquietudes sobre el mundo que le tocaba vivir en el cambio de siglo: “La tendencia de la democracia a reproducir políticos mediocres es lo que me preocupa”. Eso no era lo único que lo mantenía inquieto en los últimos años: también le parecía un problema la mantención de comunidades cerradas dentro de una sociedad, que impiden la comprensión de otras realidades sociales; a su vez advertía los riesgos de las generaciones del siglo XXI, cuyas elecciones no serán entre comunismo y capitalismo, sino que entre “la política de cohesión” y “la erosión de la sociedad mediante la política del miedo”.
Personalmente, me parece una alternativa demasiado extrema y no necesariamente aplicable en todas las sociedades, como tampoco logra convencer su explicación sobre los Estados Unidos y su optimismo inveterado, frente al estatismo europeo, por ejemplo. En ese sentido, comparto lo señalado por Daniel Gascón: “A menudo, Judt era más convincente cuando trataba asuntos históricos que cuando diagnosticaba los problemas del presente” (en “Un recuerdo del historiador e intelectual”, Letras Libres, 30 de septiembre de 2010). Sin embargo, el tema de fondo lo dejó planteado el propio Judt al afirmar que un historiador o “cualquier persona sin opiniones no es muy interesante”, con lo cual renunciaba a las pretensiones de objetividad absoluta, integrando su propia visión y trayectoria en las obras que escribía, pero sin esperar que se convirtieran en “una apología de las interpretaciones personales”.
Judt nació, como decíamos, en 1948, mientras su obra posguerra comienza a partir de 1945, con lo cual llegamos a otra clave para entender su trabajo historiográfico e intelectual: su vida era contemporánea a los hechos que narraba. Eso, sin duda, le planteó dificultades, pero también oportunidades, que en el caso de Tony Judt fueron aprovechadas con inteligencia, una gran capacidad de análisis y una vocación decidida por entender el mundo en el que le había correspondido vivir.