Transantiago: feliz cumpleaños, fallas del Estado
La semana pasada se cumplieron 13 años de la creación del Transantiago. Dado que el número 13 es considerado por muchos el número de la mala suerte y del mal augurio, es que quisiera detenerme en esta tragicómica celebración del Transantiago y así desearle de paso no solo un feliz —y espero último— cumpleaños al mismo, sino que además a todas las fallas y fracasos del Estado. Esta trágica efeméride de un fracaso rotundo en la provisión de un bien público y en la creación de una falla del Estado –fuente además de crecientes pérdidas de recursos públicos ($ 7 billones de pesos aproximadamente) y de calidad de vida (en tiempo) para muchos conciudadanos— no ha sido realmente considerada en su magnitud y en su verdadero significado simbólico y lógico.
Digámoslo con todas sus letras, el Transantiago –junto a los tristes casos de violación de menores ocurridos bajo la tutela del Sename— son los dos casos de fracasos y fallas del Estado más dramáticos en los últimos 40 años. Deberíamos reflexionar el auténtico significado y las implicancias lógicas de lo que significa vivir con estas fallas a la hora de hacer política pública y dejar de pretender que el Estado es una panacea de la cual emanan bienes públicos de calidad y de forma sustentable, como si fueran maná del cielo.
El Transantiago, no obstante su pobre desempeño económico y de servicio y su perniciosa capacidad de generar un metastático hoyo negro en las arcas fiscales, equivalente hasta el momento a 24 hospitales o casi cinco líneas de metro, al menos nos entrega una lección valiosa del punto de vista racional y simbólico; a saber, que el Estado y sus burocracias son entidades que pueden fallar y fracasar rotundamente tanto como —o quizás peor que— cualquier otra organización o entidad creada por los seres humanos, sean estas empresas, mercados, u organizaciones civiles.
Es precisamente aquí donde existe una paradoja intelectual en Chile. Los chilenos han experimentado y vivido en carne propia las fallas del Estado en su máxima expresión y reconocen que no es un Dios benevolente y omnisciente, pero al mismo tiempo, salen a la calle a manifestarse en contra de la "mercantilización de bienes sociales", clamando al cielo para que venga el Estado —el mismo Estado que creó el Transantiago— a proveer bienes sociales de calidad y de forma sustentable [sic].
Dicho en simple, parece que tenemos una disonancia cognitiva grave en nuestra sociedad si creemos que el mismo Estado, aquel que creó el Transantiago y violó de forma sistemática los derechos de los niños que estaban bajo su tutela, se convierta ahora en aquel dios benevolente que después administre de forma honesta fondos de pensiones, custodie la educación de nuestros niños y vele por la salud de nuestros compatriotas. No queda más que preguntarse si esto es una disonancia cognitiva o un intento ideologizado de ciertos sectores de eludir la realidad sólo cuando les conviene para promover sus propios fines ideológicos y así conquistar la administración de ciertos servicios sociales y sus presupuestos asociados.
En esta tragicómica efeméride, los invito a reflexionar sobre lo anterior, a sacudirse intelectualmente de añejos dogmas y falacias lógicas, y finalmente así poder ver las fallas del Estado como una trágica e ineludible realidad, y las negativas implicancias de estas a la hora de clamar soluciones fáciles al cielo.
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