Un espacio sudamericano de integración
Por Carlos Ominami, economista
América Latina ha vivido en los años recientes uno de sus períodos históricos más oscuros. Es la región más duramente afectada por la pandemia desde el punto de vista sanitario, económico y social, al mismo tiempo que se ha hecho crecientemente marginal e irrelevante en el plano internacional.
Es cierto, a partir del 2021 se logró a instancias de la Presidencia mexicana reactivar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y se espera que bajo la nueva Presidencia argentina pueda avanzar en el cumplimiento de los objetivos que se aprobaron en la reunión de septiembre pasado, en particular el Plan de Autosuficiencia Sanitaria.
Para que la Celac despliegue todas sus potencialidades se requiere el empuje de América del Sur, subregión absolutamente decisiva por su peso económico, demográfico y político. En la actualidad, América del Sur se encuentra en una especie de grado cero en materia de integración. Los gobiernos conservadores tuvieron éxito en su intento de paralizar Unasur; fracasaron, sin embargo, estrepitosamente en su proyecto de recrear una instancia alternativa. A poco andar, ha quedado en evidencia que Prosur no pasó de ser una especie de club de presidentes con grandes afinidades ideológicas, pero sin ningún tipo de proyecto consistente.
Urge recrear un espacio sudamericano de concertación política y económica con perspectiva latinoamericana. Se requiere para ello de un esfuerzo mayor basado en una lectura crítica y autocrítica de las experiencias pasadas. Las frustraciones en materia de integración regional son enormes. No hay espacio para nuevas partidas en falso. En particular, hay que rescatar contribuciones valiosas que se hicieron en el marco de Unasur, instancia cuya creación fue impulsada por Brasil bajo la Presidencia de Fernando Enrique Cardoso.
La recreación de nuevo espacio sudamericano no puede ser tributaria de la nostalgia. Debe, por el contrario, asumir creativamente las lecciones del pasado. En primer lugar, a diferencia de nuestra tradición, debe poner por delante el programa antes que la institución. Antes que generar una nueva institucionalidad es preciso poner en práctica iniciativas concretas que demuestren la conveniencia y la factibilidad de la integración. No más instituciones administrativa y burocráticamente pesadas de escasa eficiencia práctica. Hay que avanzar ahora en acuerdos concretos que permitan, entre otros, regular la migración, impulsar la cooperación sanitaria -en especial en la producción de vacunas e insumos indispensables para enfrentar la pandemia-, avanzar en integración física, fijar una posición común en materia de financiamiento internacional. Asimismo, el nuevo espacio debe ser ampliamente pluralista, única forma de garantizar su proyección más allá de las preferencias de los gobiernos de turno. Finalmente, debe trascender lo estatal, abriendo paso a una multiplicidad de nuevos actores, como universidades, organizaciones gremiales y empresariales, y asociaciones culturales, que le impriman una vitalidad de la cual han adolecido los esfuerzos de integración precedentes.
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