Un manejo desde la evidencia científica



Por Claudia Cortés, infectóloga y profesora asociada de la Universidad de Chile

Desde enero del 2020 nos hemos visto enfrentados a una pandemia catastrófica que ha causado la muerte de al menos 6,5 millones de personas a nivel global y sobre 60 mil en Chile. Ningún país estaba preparado para este tremendo desafío y desafortunadamente en muchos de ellos se ha utilizado esta enfermedad con ambición política, agravando en muchos casos los propios efectos de la pandemia.

Son conocidos los ejemplos en que autoridades de diversos países negaron la gravedad de la infección, ofrecieron tratamientos milagrosos, privaron a la población del acceso a vacunas y tratamientos efectivos o usaron las cifras de la pandemia en búsqueda de su beneficio partidista o ideológico.

Algunos olvidaron que las enfermedades se combaten con evidencia científica, no con cálculos políticos.

Al gobierno actual le tocó asumir una pandemia que llevaba ya dos años de evolución. Esto significa, entre otras dificultades, un sistema sanitario en extremo extenuado, con déficit de personal y listas de esperas aún más largas de lo habitual.

Paralelamente se encontró con una población agotada tras el encierro, cesantes o abrumados por el teletrabajo, recuperándose del propio virus o lamentando a los suyos entre los fallecidos y con un marcado agravamiento de los problemas de salud mental preexistentes. Todo esto hoy lo conocemos como fatiga pandémica, la cual hace que la población sea más refractaria a la comunicación de riesgo.

La instalación fue contra el tiempo, con una enfermedad en permanente evolución. Con aparición de nuevas variantes del virus, reconocimiento de nuevas complicaciones y secuelas y, paralelamente, mayores grados de conocimiento y disponibilidad de evidencia científica.

Desde marzo de este año el gobierno ha realizado variadas acciones que han permitido continuar el manejo de la pandemia. Se creó la Comisión Nacional de Respuesta a la Pandemia compuesta por mesas temáticas y 12 comisionados externos, sumando cerca de 100 expertos de las áreas de las ciencias básicas a las ciencias sociales, con el objetivo de dotar a las decisiones relacionadas a la pandemia de una estructura de trabajo transparente de cara a la ciudadanía y que abriera espacios de discusión respecto a las decisiones que involucran a toda la población. Gracias a este trabajo conjunto, destacan entre otras medidas la incorporación de la medición del impacto sanitario global que genera la pandemia. Modificación del “plan paso a paso seguimos cuidándonos” a uno adaptado a la etapa actual. Se mantuvo la comunicación de los casos, en forma semanal cuando las cifras iban a la baja y con mayor frecuencia ante nuevas olas. Se eliminó el uso de mascarillas en espacios abiertos, cuando la evidencia científica demostró que con un bajo número de casos el riesgo era mínimo. Se amplió el acceso a las vacunas, llevándolas a sitios de difícil acceso, establecimientos educacionales e incluso a las casas de quienes así lo necesitan, alcanzando a 1.460 centros de vacunación en todo el país. Se adelantaron las vacaciones escolares de invierno, cuando la carga asistencial de los centros de salud hacía peligrar el sistema, logrando con éxito bajar el número de casos.

Combatir la fatiga pandémica de modo efectivo es quizás el principal desafío para lograr una mejor adherencia a las recomendaciones actuales (completar esquema de vacunación). Allí falta trabajo por hacer y sin duda en el manejo sanitario habrán otras cosas por mejorar. Esa es una de las grandes virtudes de la ciencia. Esta permite ir analizando procesos, corrigiendo fallas, perfeccionando procedimientos. De eso trata el método científico. Afortunadamente el actual gobierno ha optado por ese camino.

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