Un país de flojos
"Que las secretarias hablen menos por teléfono y el trabajador haga mejor su pega". Ese fue el consejo del ex presidente de la Sofofa Pedro Lizana, para aumentar la productividad. Hace años, el entonces presidente de la Cámara Nacional de Comercio decía que nos estábamos convirtiendo "en un país de flojos". El académico del MIT Ricardo Caballero advierte que "la gente se toma vacaciones largas, almuerzos largos, viernes cortos, feriados sándwich… en Chile queremos trabajar como franceses y crecer como asiáticos. No funciona así la cosa".
Son frases típicas cuando se habla de la baja productividad (y los bajos sueldos) en Chile. La palabra "productividad" se asocia al cafecito de media mañana y a preocuparse más de las redes sociales que de la pega. "Es un tema cultural", excusan algunos, comparando con Corea o Singapur.
Por eso, antes de pensar en mejores sueldos o en bajar la jornada laboral a 40 horas, tenemos que subir esa productividad, dicen los contrarios al proyecto. El argumento de los partidarios es que bajar la jornada laboral permitirá tener trabajadores menos estresados, con mejor salud mental y, por lo tanto, más productivos.
O sea, para bien o para mal, la productividad es responsabilidad del trabajador.
Todo esto suena de sentido común, pero es profundamente equivocado.
Para entender por qué, tomaré prestado un ejemplo del economista de Cambridge Ha-Joon Chang. Él cuenta que un conductor de bus en Nueva Delhi (Ram) gana 18 rupias por hora, mientras que su colega de Estocolmo (Sven) recibe casi 50 veces más, el equivalente a 870 rupias. ¿Es Sven "50 veces mejor", "50 veces más trabajador" o "50 veces más productivo" que Ram? Claro que no; de hecho, el trabajo de este último es mucho más exigente, dadas las condiciones de los buses y el tránsito en Estocolmo y Nueva Delhi. La razón es, simplemente, que Sven tiene la suerte de vivir en Suecia, cuya productividad es muchísimo mayor que la de la India.
La productividad total de factores (PTF), mide el crecimiento que no se debe a aumentos de trabajo ni capital. En palabras de Ricardo Raineri, la PTF es la inspiración (avances tecnológicos, aumento de eficiencia, mejores mercados) y no la transpiración (trabajo y capital).
Esto nos permite entender las claves del cambio. Robert Solow descubrió que el 87,5% del gigantesco crecimiento de Estados Unidos entre 1909 y 1949 se debió a la PTF. No es que los estadounidenses se volvieran súbitamente más trabajadores, sino que sus empresas comandaron innovaciones, como la producción de autos en cadena, que multiplicaron su eficiencia.
Cosa parecida pasó cuando los "tigres asiáticos" se subieron a la revolución tecnológica. No es un asunto de "cultura": Con la misma raíz cultural de hoy, en 1965 Corea y Singapur eran más pobres que Chile.
Pues bien, la PTF está en caída libre en Chile. En la década del 90 fue de 2,3%; en los 2000 bajó a 0,6%; y en la presente década ya estamos con la nariz bajo el agua, en torno al -0,2%.
La productividad de nuestras grandes empresas es apenas un tercio de sus pares de la OCDE. El empresariado suele culpar a la mano de obra ("las secretarias que hablan por teléfono") y al ahogo provocado por los impuestos y las reglas laborales.
Pero la evidencia no acompaña esa tesis. Según el Ranking Mundial de Competitividad IMD, las fortalezas de Chile son las finanzas públicas (17º lugar entre 63 países), legislación para los negocios (18º) y política impositiva (33º). En cambio, en prácticas de gestión de las empresas estamos en el puesto 50º; en productividad y eficiencia del sector privado, en el 52º. Somos antepenúltimos en patentes de alta tecnología, 50º en exportación de tecnología, y 54º en inversión en investigación y desarrollo (I+D).
La suma del Estado y todas las empresas chilenas invierten 985 millones de dólares anuales en I+D. Comparemos esto con los 23 mil millones que invierte en I+D una sola compañía, como Amazon. Según la última encuesta del ministerio de Economía, la ejecución de I+D en las empresas chilenas bajó 11% en el último año medido (2017). ¿La razón?: "el 47% de los privados considera que no es prioridad o no es necesario para la empresa".
Viendo estas cifras, ¿de verdad vamos a seguir culpando al cafecito y las secretarias conversadoras? ¿O pondremos el ojo crítico en un sistema que desprecia la inspiración y pone toda la carga sobre la transpiración ajena?
"Es necesario arremangarse la camisa todos y salir a trabajar", dijo esta semana el ministro de Hacienda. Podemos trabajar 40, 41 o 45 horas semanales. Pero si lo hacemos produciendo lo mismo y de la misma forma, un poco más o menos de transpiración no hará la diferencia.
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