Una pandemia de dolor
Sabemos que no es posible predecir crisis, menos cuando son a gran escala. Sin embargo, entender cómo nos impactan es fundamental para diseñar una respuesta adecuada. Por eso es imperioso el trabajo coordinado de todos los expertos, públicos y privados.
Las crisis económicas duelen, y una que surge en pandemia duele más. El Banco Mundial estima que 100 millones de personas han sido empujadas a la pobreza extrema, definida por un ingreso inferior a dos dólares diarios.
Pero la crisis no solo daña de manera desmesurada e inmediata, también lo hace desigual y persistentemente. Las mujeres y empresas pequeñas y medianas, que participan en una proporción mayor en los sectores más afectados por las cuarentenas, han sido más golpeadas. En Chile, la participación laboral femenina ha caído cerca de 10 puntos porcentuales, al nivel de una década atrás, mientras que las quiebras, concentradas en empresas medianas, aumentaron 11%. Así, se exacerban el desequilibrio del poder, la débil competencia y la incapacidad para crecer sostenidamente más. Y mientras en comunas socialmente más vulnerables, como San Ramón, La Pintana, Lampa y Cerro Navia, el “exceso de muertes” respecto al último lustro supera el 40%, en las Condes y Ñuñoa es menos de la mitad.
Otras consecuencias, sin embargo, recién se manifiestan. La adopción tecnológica se acelera durante un evento de esta magnitud. El teletrabajo, que depende de inventos disponibles hace varios años, solo ahora se masificó, y no parece aventurado afirmar que llegó para quedarse. Muchos deberán reconvertirse para complementar esta nueva tecnología y aprovecharla en su favor. Los que están en trabajos flexibles y que pueden desarrollarse a distancia, en general altamente calificados, ya se han beneficiado; los que no, enfrentan opciones laborales estrechas -la economía del 90%, como señaló la revista The Economist, refiriéndose a los sectores que no volverán a ser lo que eran. De igual forma, la robotización y la inteligencia artificial, cuyo uso también se ha acelerado, eliminarán tareas rutinarias y con poca exigencia cognitiva. El impacto agregado en el largo plazo debería ser positivo, pero la transición impondrá enormes costos a grupos específicos. Una vez más, el Estado tiene un rol suavizando los costos económicos y emocionales que acompañan a estas necesarias transformaciones.
Adicionalmente, el FMI examinó un centenar de países durante las primeras dos décadas de este siglo y descubrió que los disturbios aumentan después del inicio de una crisis sanitaria, alcanzando su punto máximo en torno a los dos años. La historia, probablemente, registrará esta época como un periodo altamente turbulento, siendo un obstáculo adicional para la inversión privada.
Y algunos efectos no desaparecerán con la vacuna. La generación que hoy inicia su vida laboral enfrentará, respecto de la previa, una reducción promedio del 25% en su sueldo acumulado total, además de una mayor prevalencia de enfermedades mentales, con incrementos de las tasas de suicidio y alcoholismo.
Sabemos que no es posible predecir crisis, menos cuando son a gran escala. Sin embargo, entender cómo nos impactan es fundamental para diseñar una respuesta adecuada. Por eso es imperioso el trabajo coordinado de todos los expertos, públicos y privados.
Así, los tiempos actuales no deberían ser utilizados por el activismo, por ejemplo, arriesgando vidas bajo pretexto de defender el derecho individual a no usar mascarilla -y olvidando que cuando los problemas son públicos, la solución social óptima también lo es-, ni tampoco deberían serlo por las políticas con brocha gorda, como los confinamientos indiscriminados, que enferman en exceso a la economía, sacrifican irremediablemente la educación de los niños, y fuerzan un distanciamiento social que dificulta la reconexión con los demás, clave para superar el trauma. La solución requiere, como ha señalado la ciencia desde el comienzo, testeos masivos, trazabilidad y confinamientos inteligentes. Que el Estado no tenga la capacidad para realizarlos indigna y duele.
-El autor es presidente de la Comisión Nacional de Productividad y profesor de la UDP
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