Valparaíso: hablemos de la decadencia
Valparaíso está de duelo. El derrumbe de una vivienda terminó con seis víctimas fatales y el incendio de otras cuatro construcciones resultó con cuarenta y seis damnificados. Un saldo dramático para una ciudad suficientemente golpeada por la historia, pero que hoy enfrenta un desafío distinto. El adversario no es el paso del tiempo que cada día nos aleja más de un otrora pasado glorioso, sino la sombra de un enemigo más fuerte, complejo y atemorizante: la decadencia.
La decadencia va de la mano con ausencia de riqueza, pues trae consigo la pobreza, la miseria y la precariedad a la que se ven enfrentadas tantas familias porteñas en distintos grados. La decadencia es el fenómeno que jamás soñaron los porteños de los siglos pasados, pues dieron por sentado el progreso. Fuimos la ciudad de los grandes intentos: el diario más antiguo de habla hispana, el primer equipo de fútbol chileno y la primera bolsa de valores. Hoy somos la comuna de los derrumbes, los incendios y la delincuencia. A eso hay que sumar que la bolsa cerró en 2018 tras 126 años de funcionamiento.
Aunque se ha agudizado durante la gestión del alcalde Jorge Sharp, la decadencia no es nueva y se arrastra hace décadas. Han sido cómplices de ella todos los sectores políticos y la comunidad porteña en general. Podríamos despotricar durante horas sobre lo que han hecho o dejado de hacer las autoridades actuales o las pasadas, pero olvidamos que han sido los propios vecinos quienes las escogieron. Culpar a otro es fácil, pero no resuelve nada. Lo cierto es que la ciudad está pronta a tocar fondo.
Hasta ahora se nos han planteado cuatro modelos de ciudad: el turismo, la educación, el patrimonio y el puerto. Tenemos una ciudad turística donde se asesinó a un visitante canadiense a plena luz del día; una ciudad universitaria donde los estudiantes viven en paro; una ciudad patrimonial donde el patrimonio que se cae a pedazos; y un puerto con la constante amenaza de ser sitiado por los sindicatos. Da lo mismo cuál se prefiera, todos quedan cojos.
Sectores tradicionales del plan se encuentran despoblados, como el Almendral y el Barrio Puerto. El comercio ambulante está fuera de control, tomándose cada vez más espacios de la ciudad. La delincuencia no cede y el desempleo se cifra en un 12%. A eso hay que sumar que según la Cámara Chilena de la Construcción se han reducido en un 70% los permisos para edificación y se estima que la pérdida en inversión ronda los 1.000 millones de dólares. ¿Se puede caer más bajo?
La decadencia es un adversario formidable, pero no invencible. Su talón de Aquiles es el progreso, el mismo que ya ha arrancado a millones de personas desde las fauces de la pobreza; que ha modernizado los territorios convirtiéndolos en más bellos, inteligentes y amigables; y que también mejorado la calidad de vida de los ciudadanos en formas que nuestros antepasados jamás pudieron imaginar. Para esto se requieren tres cosas: consenso, libertad y orden. Consenso para empujar el pesado carro con todas las manos posibles. Libertad para crear, invertir e intercambiar. Orden para resguardar las reglas del juego.
Nadie podría culpar a las actuales autoridades por toda la decadencia de Valparaíso, pero será la historia quien juzgará si estuvieron o no a la altura de este desafío.
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