Venezuela y la lección no aprendida
SEÑOR DIRECTOR:
La reciente toma de posesión de Nicolás Maduro no es solo un acto político autoritario, es una advertencia. Venezuela se ha convertido en un laboratorio político de abusos del Estado, cinismo y crimen, un ejemplo de lo que sucede cuando las instituciones democráticas se utilizan para establecer y justificar una plena dictadura. Este fenómeno transforma elecciones en rituales sin significado, elimina libertades políticas y reduce los derechos civiles al mínimo para simular legitimidad.
El respaldo de regímenes como Cuba, Nicaragua, Irán y Rusia, todos categorizados como no democráticos según el Índice de Democracia The Economist, refleja un bloque autoritario donde las libertades son sacrificadas en nombre del poder. Estos países no solo apoyan a Maduro, legitiman un modelo que amenaza con expandirse.
En este sentido, Venezuela muestra cómo un sistema democrático puede autodestruirse desde dentro. Según Freedom House, la puntuación de Venezuela en 2024 fue de 16/100, clasificándola como “no libre”. Los órganos electorales carecen de independencia, los medios de comunicación están controlados y la oposición enfrenta constante persecución. Según el Foro Penal Venezolano, en enero de 2025 se registraban 1.697 presos políticos, una de las cifras más altas en la historia reciente del país, incluyendo civiles y militares detenidos por expresar opiniones contrarias al régimen.
La detención de la líder opositora María Corina Machado hace un par de días, aunque breve, ilustra cómo el disenso político es criminalizado incluso en su forma más básica. Este no es un hecho aislado, es parte de un patrón sistemático de represión que busca eliminar cualquier posibilidad de competencia política real.
La comunidad internacional ha respondido con sanciones y condenas, como las impuestas por Estados Unidos. Sin embargo, estas acciones, aunque necesarias, no han sido suficientes para generar un cambio significativo. Venezuela no es solo un caso aislado, es un espejo que refleja cómo el autoritarismo puede disfrazarse de democracia y cómo la inacción global puede perpetuar modelos de opresión.
En lugar de ver a Venezuela con indiferencia, deberíamos entenderla como un llamado urgente. Defender las libertades políticas y los derechos civiles no es una cuestión interna, es un deber colectivo. Hoy, Venezuela nos muestra que en el siglo XXI la democracia no se pierde de un golpe, sino a través de un lento proceso que comienza cuando dejamos de protegerla.
Miguel Ángel Fernández
Subdirector académico FARO UDD
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