Verticalidad
Por Rolf Lüders, economista
En Chile nos encontramos en medio de una crisis que marcará un cambio de época. El espectacular desarrollo tecnológico está generando -en un mundo globalizado- enormes rentas para aquellos que tienen las habilidades y capacidades necesarias para traducirlo en más y mejores bienes y servicios para la población (Hinds, 2021). La crisis surge entonces porque, si bien el resto de la población también se beneficia de este desarrollo, en un comienzo lo hace en mucho menor grado. Situaciones parecidas se produjeron en el pasado en otros países, beneficiando a aquellos que, para salir de la crisis, adoptaron las instituciones adecuadas.
Para analizar el fenómeno mencionado, es posible contrastar dos tipos estilizados de organizaciones socio-económicas. Por un lado, una vertical, paternalista, en que la autoridad determina la asignación de recursos y distribuye los frutos de las actividades productivas. Este tipo de organización fue adoptada por el nazismo y por el comunismo-leninismo y responde a la demanda de seguridad de la población, a semejanza de lo que sucede en las familias. En efecto, es la autoridad la que distribuye los ingresos en función de lo que arbitrariamente percibe son las necesidades de sus integrantes.
Por el otro lado está la organización horizontal. Se basa en la igualación de oportunidades, en el funcionamiento de mercados libres, y en compensaciones basadas en el aporte de cada persona. Tiene la virtud de incentivar poderosamente la innovación y el esfuerzo de ahorro y trabajo de los individuos. Sociedades que adoptaron este segundo tipo de organización, incluyendo a Chile a partir de los 1970, tendieron a alcanzar elevados niveles de vida y bajos indicadores de pobreza, pero tendieron a tener -en la transición- mayores indicadores de desigualdad.
Crisis inducidas por cambios tecnológicos, como aquella que estamos viviendo en Chile, requieren para su solución importantes reformas socio-económicas y políticas. Es más, el camino que escojamos determinará nuestros niveles de bienestar en las próximas décadas. De optar por la verticalidad, perderemos buena parte de nuestras libertades individuales y podemos retroceder económicamente. De escoger la horizontalidad, nuestras libertades se expandirán y es probable que la economía vuelva a florecer.
En la práctica, los países optan por sistemas que combinan elementos de una y otra organización, y así será también en Chile. Por el momento -a juzgar por el trabajo realizado hasta ahora por la Convención Constitucional, como por aspectos del programa del Presidente Gabriel Boric-, estamos encaminados a la adopción de una organización que se asemejaría más bien a aquella del tipo vertical. Afortunadamente, existe espacio y tiempo para recapacitar y la última palabra aún no se ha dicho.
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