Viejo choro
Hará unos diez años, en una Cumbre Guachaca, tuve el privilegio inesperado de conocer a Nicanor Parra. Con mi señora entramos a un sector de la Estación Mapocho habilitado por "La Piojera". Allí nos topamos con una de sus nueras, quien nos presentó al Poeta como "mis alumnos de teatro", lo cual era cierto. Nos sentamos a conversar algunos minutos en torno a un "terremoto". Parra, sin atisbo de fastidio ni actitud de "rock star", resultó ser un viejo afable y empático. Con su mirada sonriente y pícara (¿se estaría riendo de nuestra evidente alucinación?), parecía genuinamente interesado en escucharnos más que en hablarnos. Le contamos que habíamos asistido a una de las 11 funciones de "Hojas de Parra, salto mortal en un acto", antes que la clausurara la dictadura y se incendiaria misteriosamente el circo-teatro donde se presentaba (era 1977). Que gozamos la obra tanto por su contenido como por esa suave sensación de "brisa de libertad" que nos produjo.
Esa "brisa de libertad" ha sido, para mí, una constante de Nicanor Parra. La siento con su poesía, sus entrevistas, sus discursos de sobremesa. Quizás sea porque él vivió como un liberal. No se ajustaba a estándares, ni a modas, ni a protocolos. No hacía genuflexiones al poder ni al dinero. Cuando hablaba y escribía, ¿lo hacía en serio o en broma? Y era un liberal legítimo, sin ataduras. No como tantos liberales chilenos, algunos partidarios de Pinochet, otros con algo de simpatía por Maduro. Su libertad no oprimía al resto. En eso, y quizás solo en eso, hay algún parentesco con Roberto Bolaño, otro genio de nuestra literatura. (Lean Ocho segundos con Nicanor Parra, de Bolaño. Altamente recomendable.)
Se parece también en algo a la genialidad de Beethoven, también reacio a las ataduras. La 3ª sinfonía (Eroica) rompió con la burocracia musical de su época. En su estreno hubo un áspero debate entre los que les gustaba lo que escuchaban y los molestos porque no había seguido las reglas propias de una sinfonía. Para dirimir la controversia las partes recurrieron a Haydn quien, ya anciano, sentenció: "La música nunca será lo mismo". Clarito.
Como en el París de la Belle Époque, cuando aparecieron los genios impresionistas que rompieron con la burocracia de la Academia Francesa de Bellas Artes, que dictaba reglas sobre cómo pintar.
Todos los mencionados (Parra, Bolaño, Beethoven, Haydn, los impresionistas) fueron trabajólicos. La libertad que buscaron tuvo como contrapartida una vida de trabajo y esfuerzo. Cuando rompieron esquemas lo hicieron con el afán de crear, no de destruir o buscar la anarquía.
Quizás exista algún parecido con muchos emprendedores jóvenes. Esos que visten jeans rotos, usan aros, se cortan raro el pelo y, a la vez, son trabajólicos, creativos e innovadores. Quizás alguno de ellos llegará a vivir 100 años y algún admirador pensará que es un viejo choro.
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