Violencia y festival
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Hay sectores que, desde el inicio del estallido social, se oponen a la realización de cualquier actividad que pueda entenderse como normalización del país. Así ocurre con el fútbol y diversas actividades públicas, y ahora con el Festival de Viña del Mar. Estas personas parecen ver en las acciones de violencia y en la irrupción intempestiva de turbas en cualquier acto masivo, una fórmula que favorece las demandas de la ciudadanía.
Craso error. No estamos en dictadura y los costos para recuperar la democracia fueron demasiado altos como para olvidar o desconocer lo que tenemos. Además, muchos que votaron mayoritariamente por Sebastián Piñera son los que hoy rechazan su gestión.
La ciudadanía tiene el legítimo derecho de expresar su descontento y, en este caso, de buscar diversas formas para modificar aquel “pacto social” que quedó obsoleto en las actuales condiciones del mundo y del país. No hay nadie en Chile que no tenga claro que este estallido social se arregla con soluciones reales, terminando con los abusos y mejorando las condiciones de vida de los chilenos.
No hay que olvidar que el país ha vivido un difícil tránsito con una Constitución autoritaria, impuesta en difíciles condiciones, con senadores designados, sistema binominal y, por sobre todo, con el irreductible rechazo de la derecha chilena a los cambios. La cuenta por eso se está pagando ahora y todo indica que ese bloque -hoy oficialista- lo ha entendido y está dispuesto a cambios mayores. Por cierto, es comprensible que haya desconfianza popular ante palabras que pueden desdecirse mañana. Pero para eso está la movilización social y no la violencia.
La mejor demostración de lo equivocados que están quienes apuestan a la violencia es que los más contundentes actos de protesta pacíficos, los más sólidos mensajes y los más efectivos símbolos se han producido precisamente en el lugar que se quería boicotear. El promedio de 57 puntos de rating con Ricky Martin y Kramer, que hizo una verdadera oda al estallido, a las reivindicaciones y su legitimidad, significa que más de cuatro millones de personas miraban por TV el espectáculo y se enteraban de lo que se espera hoy como solución.
Como si fuera poco, también más de cuatro millones de personas, y seguramente un público diferente al del domingo, asistían a lo que probablemente haya sido el espectáculo musical más lleno de contenido contingente y sin censura de sus 61 años de historia. La extraordinaria cantante Mon Laferte no dejó nada por decir, ni nada por cantar.
Todo eso solo demuestra que, en democracia, se deben saber usar con inteligencia los canales que existen y las innumerables alternativas de la tecnología que hacen posible que -por ejemplo en estos dos días- el gobierno haya recibido duros golpes y que una buena parte del mundo haya podido comprobar la masividad que tiene la demanda en Chile.
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