Visiones contrapuestas
Por Hernán Cheyre, Centro de Investigación Empresa y Sociedad UDD
En el marco de una campaña presidencial en que el eje no ha sido la discusión de ideas, a la ciudadanía le está costando identificar las diferencias de fondo en los temas más sustantivos. Dejando de lado las similitudes a nivel de algunos objetivos generales, lo concreto es que sí hay divergencias radicales que dan cuenta de dos visiones de futuro contrapuestas en materia de estrategia de desarrollo. En el caso de los programas de Sichel y Kast, subyace una visión común en cuanto al rol de la actividad privada como motor del desarrollo del país, desempeñando el Estado un rol eminentemente “facilitador”, permitiendo que la fuerza del emprendimiento se manifieste con todo su potencial. En la práctica, esto significa que hay espacio para perseverar en el camino transitado durante las últimas décadas, introduciendo todas las modificaciones que sean necesarias para adaptarse a la nueva realidad que se está viviendo en el ámbito de la economía del conocimiento, de la digitalización, e incorporando también los desafíos en materia de sustentabilidad.
En contraposición a lo anterior, los programas de Boric y Provoste plantean una reformulación total de la estrategia de desarrollo en curso, virando hacia un esquema en que el Estado juega un rol fundamental no solo en la planificación del desarrollo, sino que también como ejecutor directo de las políticas: banca nacional del desarrollo para impulsar la innovación, empresas públicas para abordar desafíos en materia energética (litio) y nuevos organismos estatales en las más diversas áreas. Más allá de la semántica, es obvio que bajo un marco de este tipo el mundo emprendedor, caracterizado por su afán de estar permanentemente buscando nuevas oportunidades, pierde protagonismo, el cual pasa a ser asumido por el aparato estatal, siguiendo la lógica del “Estado-emprendedor”.
Para las generaciones más jóvenes estas “nuevas” propuestas se ven muy atractivas, pero de “nuevas” no tienen mucho: el mundo ya ha probado experiencias de este tipo en su versión extrema -Chile incluido- y los resultados están lejos de haber sido satisfactorios. Es cierto que estas “nuevas” versiones han sido remozadas, están construidas de manera de evitar algunos de los problemas más característicos de las versiones tradicionales, y todo funciona con la eficiencia de un engranaje perfecto diseñado en un laboratorio. Lamentablemente, ello choca con el muro de la realidad. Como reza un antiguo adagio, “los programas de campaña se escriben en verso, pero a la hora de gobernar hay que hacerlo en prosa”. No cabe duda de que hay muchas áreas en las que se debe mejorar nuestro actual “Estado-facilitador”, pero no hay evidencia sólida para sustentar virajes exitosos hacia un “Estado-emprendedor”, salvo iniciativas puntuales en programas específicos, donde se pueda requerir un mayor rol de articulación.
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