Vivir y dejar morir

Una aparente salida fácil ante el sufrimiento del enfermo es la eutanasia, pero si las condiciones que rodean la muerte (y la vida) son miserables e indignas, parece lógico preguntarse por esas condiciones particulares.



“Cuando se muere en la carne, el alma busca en la altura la explicación de su vida cortada con tal premura”. Los versos de Violeta Parra hablan del sentido de la vida mirado desde el momento de la muerte. Cuando es vista desde esa perspectiva, la vida cobra un sentido especial, una cierta sensación de finitud que la vuelve más valiosa. Sin embargo, hay ocasiones en que las condiciones de la vida son tales, que la posibilidad de la muerte pareciera transformarse en deseable.

Si la vida es miserable, los incentivos para acabar con ella pueden ser muchos. Pensemos, por ejemplo, en las condiciones médicas que rodean la muerte. La técnica ha alcanzado niveles tan altos de desarrollo que es posible preservar largamente la vida, aun en condiciones paupérrimas. Pero el hecho de poder alargarla no es una razón para, de hecho, hacerlo: la técnica como herramienta ha de ser siempre dominada por el hombre y no al revés. Así, cabe preguntarse por cómo tratamos las enfermedades más graves y bajo qué condiciones extendemos la existencia. ¿Vale la pena alargar la vida siempre y a toda costa? Una aparente salida fácil ante el sufrimiento del enfermo es la eutanasia, pero si las condiciones que rodean la muerte (y la vida) son miserables e indignas, parece lógico preguntarse por esas condiciones particulares. Los cuidados paliativos, por ejemplo, apuntan justamente a llenar los últimos momentos de la vida de dignidad. En Chile, aún han sido poco explorados y constituyen una salida clara a problemas de esta índole. La pregunta muchas veces no es hasta qué punto extendemos artificialmente la vida, sino en qué condiciones.

Las circunstancias que rodean la vejez en Chile también levantan preguntas sobre el modo en que tratamos a nuestros adultos mayores. ¿Qué deseo de vivir puede tener un anciano que se siente una carga para el resto? Si la mayor parte de la vida ya ha pasado, ¿qué sentido tiene vivir el resto en soledad? Cobra, entonces, sentido la pregunta por las acciones que debemos tomar como sociedad para dotar de dignidad a la vejez. Y, sobre todo, si medidas como la eutanasia son una solución a los problemas de la vejez o de la enfermedad, o más bien sólo los empeoran. ¿No será demasiado agregar a la carga de la enfermedad la presión de quienes rodean al enfermo? La de quienes, en palabras del diputado Matías Walker, apunten a una salida “más compasiva” (salida consistente en quitar directa y deliberadamente la vida de quien está sufriendo).

Ayer, la Cámara de Diputados aprobó en general el proyecto de eutanasia. Desde luego, aquello no implica ni de cerca su legalización en nuestro país, pero es un primer paso. Resulta al menos llamativo que tras un año de haber luchado por preservar la vida intentemos legislar para terminarla.

La eutanasia es presentada como la solución a tantos problemas, pero en vez pareciera camuflar otros que no son del todo evidentes. Un libro que puede ayudar a enfrentar el debate, y que apunta justamente a esas otras dificultades que quedan ocultas detrás de las promesas de la eutanasia, es “Sobre la buena muerte”, de Spaemann, Hohendorf y Oduncu, publicado el año 2019 por el IES. El asunto es delicado y complejo, y levanta una serie de preguntas que habrá que responder evitando las salidas fáciles. En ese libro se ofrece un horizonte que puede ayudarnos en ese propósito: recuperar la distinción elemental entre “matar” y “dejar morir”. Esto último es muy humano. Lo primero atenta contra la dignidad de cada persona, aunque nuestros diputados ayer lo hayan olvidado.