Voces diferentes

Presidenta del Senado, Adriana Muñoz


Por Yanira Zúñiga, profesora titular Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile

Hace unos días el Presidente Piñera convocó a las más altas autoridades del Estado para abordar la crisis en el sur del país. Antes había anunciado la recuperación de una agenda legislativa punitivista y llamado, al mismo tiempo, a adoptar un gran acuerdo nacional. A la salida de esta especie de “cumbre”, Piñera manifestó que su objetivo era articular una respuesta común estatal para “combatir con mayor fuerza la violencia”. Pero, cuando la senadora Adriana Muñoz hizo uso de la palabra, desmarcándose abiertamente de los dichos del Presidente, la ilusión de un acuerdo para enfrentar el problema se desvaneció, ante los ojos incrédulos de quienes observaban cómo su discurso era ignorado por los asistentes a la reunión, incluido el propio convocante.

Hay razones para pensar que este episodio tiene un trasfondo sexista. Abundan los estudios y relatos que muestran que las mujeres son ignoradas, aunque ocupen posiciones de poder (por ejemplo, tiempo atrás, el diario The Washington Post reveló que asesoras del ex Presidente Obama se habían puesto de acuerdo para hacer eco de sus respectivas ideas, dándose crédito unas a otras, para “amplificar” sus voces frente a las de sus colegas varones). Al ignorar el discurso de la senadora Muñoz no solo se trató de manera sexista a la presidenta del Senado, se desoyó, además, una voz diferente.

Escuchar voces diferentes -de mujeres y de otros grupos que han permanecido silenciados- permite comprender las relaciones humanas y abordar de mejor manera los conflictos. En su libro, In a different Voice, Carol Gilligan observó que los enfoques femeninos sobre los conflictos ponían constante atención a las relaciones interpersonales. Aparentemente, la dominación secular sufrida por las mujeres les ayuda a empatizar con otras formas de opresión y a privilegiar estrategias centradas en el otro (la ética del cuidado), alternativas al uso de la violencia y de la represión.

He aquí el mayor problema que destila el episodio antes citado: el predominio de voces y resonancias bélicas como fórmula política por excelencia. La violencia institucionalizada no es la única respuesta estatal ante un conflicto, ni tampoco la más adecuada, tal como arguyó la senadora. Su sobreutilización crea una espiral que termina borrando la frontera entre la violencia legítima y la violencia ilegítima. Con demasiada frecuencia los valores invocados para justificar el recurso a la represión estatal defienden prerrogativas de unos cuantos; y terminan por jerarquizar personas y derechos. ¿No es eso lo que sugiere el despliegue de un operativo en la comunidad Temucuicui el mismo día en que se daba a conocer la sentencia por el homicidio de Camilo Catrillanca?, ¿o el trato abusivo dado a la hija de éste, de solo 7 años? Hay vidas merecedoras de duelo y otras que no, libertades garantizadas y otras que son modulables.