Volver al campo: una nueva generación rural

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Por Macarena Soler, abogada ambiental, fundadora de Geute Conservación Sur.

Hace un siglo la migración campo-ciudad en Chile era el resultado de la desigualdad y la pobreza. En esos años la mitad de los chilenos eran campesinos, es decir los abuelos y bisabuelos de muchos de nosotros. Y somos muchos de nosotros, un par de generaciones más tarde, los que queremos volver.

Ciudades colapsadas, violencia, estrés, contaminación, hacinamiento, cambio climático, las experiencias derivadas de la pandemia, así como la posibilidad de trabajar desde casa, entre otros factores, han llevado a la convicción de que en las zonas rurales la calidad de vida será mejor. Así lo recuerdan nuestras historias familiares y los días de vacaciones entre montañas, lagos, playas, o bosques.

Y los estudios ratifican esta intuición. La felicidad, longevidad y la salud están íntimamente asociadas, entre otros factores, al contacto estrecho con la naturaleza, a la alimentación saludable, y a la vida en comunidad. La felicidad es una meta humana fundamental, algo que pese a ser obvio, ha sido relegado por la religión económica globalizada, que acopla el crecimiento al desarrollo.

Bután innovó en los años 70 con su Índice Nacional Bruto de Felicidad para determinar el bienestar y el progreso de un país. Este país inspiró a la ONU a reconocer la resolución «Felicidad: Hacia un enfoque holístico del desarrollo», llamándonos a repensar nuestro sistema de mercado hacia uno que apunte a una integración más armónica entre nuestras necesidades y la naturaleza, poniendo al ser humano y a su felicidad al centro del debate. Y se ha demostrado que las sociedades más felices, son más resilientes económicamente y tienen mejores índices de PIB per cápita.

Por décadas el desarrollo lo habíamos considerado en una única dirección, pasando de lo tradicional a lo moderno, de la agricultura a la agroindustria, de lo rural a lo urbano, de lo duradero a lo desechable. Pero esa unidireccionalidad está quedando obsoleta y la tendencia es volver a los orígenes en todo ámbito: volver a cocinar, cultivar los alimentos, optar por una vida más simple y sana, valorar el tiempo libre y la vida familiar, y, en muchos casos, regresar al campo.

Esta migración inversa, de la ciudad al campo, no es un proceso malo en sí mismo, pero requiere de manera urgente ordenar la ocupación del territorio rural, regular el mercado inmobiliario y generar certezas de que, en un marco de igualdad ante la ley, se proteja el medio ambiente y las comunidades rurales.

Es un proceso que también genera oportunidades, como el revitalizar nuestra cultura e identidad, apostar por una bioeconomía, o hacernos partícipes de la conservación, siendo activos en la tarea de restaurar los ecosistemas que hemos degradado.

Regresar al campo para muchos es una necesidad, una que seguirá creciendo. El verdadero desafío es dar espacio a estas legítimas decisiones de vida, reconociendo además sus enormes y beneficiosas posibilidades.

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