
Volver al trabajo

Cabe insistir que no se trata de privilegiar la economía sobre la salud. Solo centrándonos en esta última, sabemos que el confinamiento prolongado, particularmente con hacinamiento, tiene efectos muy adversos en la salud mental y que la falta de trabajo e ingresos genera hambre, lo que con certeza mata. Por lo anterior, también sabemos que, más temprano que tarde, deberemos retomar cierta normalidad laboral.
Cuando ese momento llegue, es clave hacerlo en forma ordenada. Con el afinamiento de los expertos médicos, debiéramos jerarquizar el regreso primero de los inmunizados, porque tuvieron la enfermedad y se recuperaron (esos a los que el ministro Mañalich propone dar un carné de alta); luego, los grupos que tienen menos probabilidad de desarrollar una enfermedad grave en caso de contagiarse (digamos jóvenes sin preexistencias); y, por último, los grupos de mayor riesgo. Todo ello se puede hacer más eficientemente con mayor capacidad de testeo rápido y, para ello, el rol del Estado en proveer y certificar es insustituible.
Un regreso ordenado reducirá el riesgo de rebrote y también fortalecerá la capacidad de retomar la producción en un mayor número de actividades. Pero ello además demanda organizar internamente las empresas para ese retorno, lo que requiere cierta solidaridad. Ello se logrará si quienes queden inicialmente en sus casas, los más propensos al contagio y a agravarse, complementen sus escasos ingresos provistos por el seguro de desempleo y las ayudas estatales con el apoyo de quienes trabajan.
Una propuesta trasciende a un llamado general, se inspira en lo que ya están realizando algunas empresas y equipos de trabajo y que ilustra burdamente lo que podemos hacer cuando empecemos el regreso. La práctica, gruesamente y como ejemplo, es la siguiente: el equipo original puede dividirse por ejemplo en dos grupos iguales, los que asisten (y trabajan el doble) y el resto que se queda en casa y no trabaja (es una reserva a la distancia). Todos siguen recibiendo el mismo salario, claro está, a costo fundamentalmente del doble esfuerzo que realiza el equipo que trabaja. Pero luego, digamos de dos semanas, los equipos se invierten y los que trabajan duro son los que primero se quedaron en casa, volviendo a mantener todos el mismo salario.
Esta forma de dividirse el trabajo requiere disposición entre grupos de trabajadores, la que -lejos de lo que algunos pregonan- existe. Ello, sin embargo, requiere nuevos pactos de flexibilidad, que por ejemplo no limite “las horas extra” ni ellas impliquen un sobrecosto.
Debemos empezar a pensar en la vuelta al trabajo con amplitud de mente y con una generosidad que permita, más allá de lo que pueda hacer el Estado, que no es ni mucho ni permanente, contar con la voluntad de todos.
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