¿Y qué nos pasó? Un factor a considerar
Nada sacamos con soñar que el dinamismo anterior volverá; el auge exportador del tipo experimentado anteriormente ya no es posible. Tampoco resolverá nuestros problemas redistribuir riqueza y reemplazar la iniciativa privada por la acción del Estado. Pero hay experiencias de países relativamente pequeños y abiertos –y por lo mismo forzados a exportar- que lograron navegar en las procelosas aguas de la liberalización y el conflicto comercial.
En junio de 2018, el Presidente Piñera señalaba al Congreso: “Llegó la hora de cumplir con nuestra gran misión, la misión de nuestra generación, la generación del Bicentenario. Llegó la hora de dar un gran salto adelante para transformar a Chile, la colonia más pobre de España en América, y antes que termine la próxima década, en un país desarrollado…”. Un año más tarde agregaba “en medio de esta América Latina convulsionada, Chile es un verdadero oasis con una democracia estable”.
Era la promesa de tiempos mejores. Y los logros de las últimas décadas, imposibles de desconocer, le daban algún sustento a esa quimera. La pobreza había disminuido a la cuarta parte, el gasto en educación y salud por habitante se había quintuplicado y la inflación había descendido a un décimo de lo que era. Y más aún, la desigualdad, nuestro peor flagelo, se moderaba lentamente.
“Y una mañana todo estaba ardiendo”, como dice Neruda en España en el corazón. ¿Es que la inequidad y el abuso -imposibles de ocultar- produjeron una explosión repentina? Es cierto que solo se había revertido –de manera acaso incompleta- la mayor desigualdad que dejó la dictadura; pero Chile ha sido un país muy desigual desde su origen. ¿O sería que la revolución del internet, y la consiguiente capacidad de articularse de abusados y excluidos, bajó el umbral de tolerancia ciudadana a estas injusticias y ya no se pasarían por alto?
Sin duda esa es parte de la explicación y lo podemos observar en una ola de convulsión social y crisis de la democracia representativa en diversas latitudes. Pero lo nuestro no fue una ola, sino un tsunami. Algo particular hubo en nuestro caso que no parece calzar con explicaciones de contexto o problemas de viejo cuño. Algo similar al desengaño, a la pérdida de fe en ese relato que parecía convencer a la mayoría de que mañana sería mejor.
¿Y qué podría ser ese algo? Postulo al progreso económico, que simplemente se estancó. Y lamentablemente tras eso hay un problema profundo y nada fácil de resolver, que es el agotamiento de un cierto modelo de crecimiento. Al observar el gráfico podemos notar que el comercio mundial se aceleró marcadamente desde su liberalización en los ochenta, pero decayó sin recuperar su antiguo ritmo desde la gran crisis de 2008 (la incipiente reversión final es proyectada). Latinoamérica aprovechó esa ola dinamizando sus exportaciones y Chile, el de más amplio espectro liberalizador, creció con particular fuerza durante ese auge. Pero este terminó y, tras una breve alerta con la crisis asiática, con la gran crisis esto se hizo manifiesto. Por espacio de ya más de una década nuestras exportaciones suben poco y el crecimiento -más allá de rebotes transitorios- se ha hecho muy lento y nada indica un cambio significativo a futuro.
Y esto ya lo vivimos antes. Fue lo que ocurrió hace cien años cuando la crisis de 1929 interrumpió décadas de un auge comercial global que dinamizó fuertemente nuestra economía; y el proteccionismo que emergió entonces duraría décadas, hasta la crisis petrolera de los setenta, complicando extraordinariamente nuestra economía y generando las tensiones políticas que romperían finalmente nuestra democracia. Ahora, como hace un siglo, el fulgor de la globalización parece haberse detenido nuevamente con la gran crisis y no hay signos de una pronta reversión.
Es posible postular que en estas décadas vivíamos un frágil equilibrio, en el que la expectativa de un futuro mejor lograba contener la indignación frente al abuso y la segregación, que cedían muy lentamente. Puede ser por eso que el país apostó hace poco por la fábula de los tiempos mejores. Pero cuando estos no llegaron, la indignación quedó desnuda.
Nada sacamos con soñar que el dinamismo anterior volverá; el auge exportador del tipo experimentado anteriormente ya no es posible. Tampoco resolverá nuestros problemas redistribuir riqueza y reemplazar la iniciativa privada por la acción del Estado. Pero hay experiencias de países relativamente pequeños y abiertos –y por lo mismo forzados a exportar- que lograron navegar en las procelosas aguas de la liberalización y el conflicto comercial. La ruta es compleja, pero posible y hoy estamos mejor equipados, también en términos relativos a otros países, que hace un siglo. Excede el espacio de esta columna delinear sus contornos, pero adelantamos que están a prudente distancia tanto del espejismo neoliberal que inspiró a este gobierno en sus inicios, como de la redistribución estatista que parecen abrazar otros sectores.