Y si te diagnosticaran Alzheimer, ¿qué harías?
Por Ricardo Maccioni, neurocientífico y director Centro Internacional de Biomedicina, ICC
Escuchaba a un grupo de alumnos en el patio de la U de Chile, donde hago clases desde hace más de 40 años, conversar sobre lo devastador que sería saber si padecieran una enfermedad “con mal diagnóstico” como el Alzheimer. Se preguntaban, ¿qué harías tú? La mayoría, lo comparaba con una condena a muerte y creía que era mejor no saber anticipadamente si desarrollaría esta enfermedad. Y luego reflexionaron que, aunque el Alzheimer fue descubierto hace más de un siglo, seguía siendo un enigma para la ciencia. Y ahí tuve que intervenir. Pues con certeza absoluta, puedo sostener que, al menos, en los últimos 50 años, un largo camino de avances se ha recorrido.
El último gran paso fue dado a conocer hace unos meses, donde ¡en hora buena! se reconoció el error conceptual que explicaba que la enfermedad de Alzheimer (EA) se producía por la acumulación de la proteína beta–amiloide, lo que se traducía en la formación de placas seniles que revestían por fuera a las neuronas. Nuestro grupo venía sosteniendo desde la década del 80, que esto era un error, pero no había consenso en la comunidad científica internacional hasta ahora.
Lo maravilloso de esta noticia es que da paso, a la que ha sido nuestra teoría desde el comienzo de este nuevo milenio, y es que el Alzheimer es una enfermedad neuroinflamatoria, que se produce por la agregación de la proteína TAU y que su cura o tratamiento, debe tener una mirada multitarget, basada en productos naturales y principios bioactivos, así como también en la incorporación de terapias no farmacológicas como parte de su tratamiento.
El EA aún no tiene cura, no hay una pastilla que termine con el sufrimiento de millones de personas que la padecen en el mundo. Pero sí hay mucho por hacer frente a un diagnóstico adverso.
Hay consenso en la comunidad científica respecto de los factores de riesgo que pueden provocar esta enfermedad, que sólo en un 60% aproximado tiene una explicación en procesos epigenéticos. Se trata de conductas y hábitos, modificables que de ser adoptados de forma temprana pueden reducir hasta en un 40% el desarrollo de la EA o al menos, retrasar la aparición de los síntomas relacionados a ésta. En ese contexto, la detección temprana también se vuelve imperativa, porque empuja a un cambio de hábitos que quizás, sin este diagnóstico, no se realizaría. Dejar de fumar, hacer ejercicio físico y mental, incorporar ciertos nutracéuticos a nuestra dieta, cuidar de otras enfermedades crónicas que incrementan el riesgo, son algunas de las modificaciones que podemos hacer.
Desde hace un año, Chile cuenta con un examen pionero a nivel mundial que permite saber con sólo una muestra de sangre, qué está pasando en el cerebro y apoyar de esa forma un diagnóstico temprano. Lamentablemente, esta herramienta que puede ser muy útil, no es todo lo masiva que debería, pues no ha sido bonificada por nuestro sistema de salud.
Con todo, son buenas noticias para hacer frente a una patología que se estima, afecta a más de 52 millones de personas en el mundo, y que se teme, crezca exponencialmente en los próximos años debido, entre otros factores, al confinamiento de los dos últimos años.
Aun así, a la luz de los consensos internacionales de la comunidad científica, que ratifican que vamos por buen camino, me mantengo optimista; y frente a la pregunta, qué harías tú, a mis 78 años puedo enfatizar que, haría todo lo que sabemos funciona para evitar o retrasar su desarrollo, y para su prevención. Hoy más que nunca, me aferraría a la esperanza que la ciencia nos ofrece.