Hace un tiempo, el chef ejecutivo Joaquín Cerda pasó por una profunda disyuntiva, el dilema al que cualquier amante o aficionado a la cocina se somete alguna vez en la vida: ¿licuadora o procesadora?
El cocinero, especializado en quesos y pastelería, necesitaba un electrodoméstico que le diera una mano en sus preparaciones, que pudiera moler en él alguna carne, mezclar ingredientes y también hacer pastas y cremas. Su minipimer de inmersión Oster —esas multifuncionales que pueden ser usadas como batidoras, trituradoras y moledoras—, terminó rompiéndose después de varios años de girar con devoción, y era urgente reemplazarla.
“Me decidí primero por una licuadora”, cuenta Cerda, “pero por un problema que traía de fábrica, la fui a cambiar”. Un trámite tedioso, mucho más en pandemia, pero en el cual terminó encontrando la respuesta a su interrogante. No nos gusta reconocerlo, pero así suele ser la vida: en los momentos más oscuros —qué más desalentador que ir a cambiar un producto fallado en pleno 2021— es cuando todo suele verse más claro.
Licuar o moler, esa es la cuestión
Antes de llegar al momento revelador de Joaquín Cerda, es conveniente explicar para qué sirve cada una de estas máquinas. Para muchos puede parecer obvio, pero en realidad no lo es tanto: se ha visto a gente tratando de hacer hummus en jugueras, jugos en procesadoras o smoothies en minipimers. No porque los dos aparatos tengan cuchillos que giran a gran velocidad significa que ambos pueden cumplir las mismas funciones ni conseguir iguales resultados.
¿Para qué está hecha una licuadora? “Para licuar”, responde con extrema simpatía —considerando lo ridícula de la pregunta— la chef Fernanda Giacaman. “O sea, para pasar a estado líquido un alimento sólido”. Para que este proceso salga bien, normalmente hay que agregar algo de líquido —agua, caldo, alcohol— a los ingredientes sólidos para que éstos logren convertirse en el batido, el jugo, la sopa, la salsa o el cóctel que estamos buscando.
“Igual las licuadoras profesionales pueden realizar funciones de procesadoras, y moler o triturar ingredientes sólidos”, dice Giacaman. “Pero son las más caras”, advierte, por lo que están alcance de muy pocos presupuestos.
“Cuando de verdad quieres dejar algo muy líquido y finito, ahí necesitas una licuadora”, explica Álvaro Peralta, cronista gastronómico y columnista de La Tercera. “El mejor ejemplo es un gazpacho, que tiene que quedar molido perfecto: ahí la licuadora es imprescindible”. También para la coctelería es irreemplazable: un daiquiri sin ella no existe, y la única manera de moler bien el hielo para generar un frappé es con esta máquina. Y para otros tragos, es más cómoda que andar batiendo la coctelera como un poseso. Como dice Peralta, “es grande, está empotrada, no se mueve y es segura de trabajar”.
Si eso es lo que más se hará en casa —tomar tragos y al otro día pasar la resaca con un batido verde—, entonces no hay dónde perderse: la licuadora es el aparato ideal. “Especialmente si los prepararás en mucha cantidad”, agrega Cerda, ya que las jarras suelen tener una capacidad mayor a un litro. Eso sí, “la jarra debe ser de vidrio”, sugiere Álvaro Peralta. “Ahora todas son templadas y no se quiebran con cosas hirviendo. La jarra plástica, en cambio, no se lava bien y duran menos”.
Pero sería una muy mala idea comprarse o usar una licuadora para trabajar con ingredientes secos y muy sólidos. Es lo que le pasó a Joaquín Cerda, que una vez intentó realizar mantequilla de maní en una de ellas. La receta, que solo se trata de triturar los maníes tostados continuamente hasta que suelten su propio aceite y se conviertan en una pasta, en todos lados dice que no demora más de 5 minutos en hacerse. Él estuvo más de 30 minutos intentándolo.
“La licuadora no tiene la capacidad de bajar la mezcla, que por física sube y se pega en las paredes de la jarra”, explica el chef. “Cada 30 segundos tenía que parar, abrir la tapa, despegar la mezcla, bajarla, volver a tapar y seguir”. Finalmente pudo hacer la mantequilla, pero “costó mucho y, si exijo demasiado a la licuadora, el motor se va a terminar quemando”.
Procesando
A pesar de esa experiencia con la mantequilla de maní, Cerda había comprado la licuadora pensando en hacer una receta parecida: una nutella casera. Esta adictiva pasta se hace con avellanas, cacao y azúcar, aunque en este caso él la prepararía con miel. Pero cuando la fue a cambiar, el sabio vendedor le aconsejó que no la realizara en una licuadora.
“Me dijo que su motor no es tan potente, que está pensado más para procesos largos y no tan fuertes, al revés de una procesadora, que tiene más intensidad pero para golpes de tiempo más breves”, explica.
Así fue como finalmente se decidió por una procesadora —en su caso, una Moulinex—, con la que pudo hacer la nutella, también moler carne para unas hamburguesas y picar y triturar casi cualquier cosa que se le ocurriera.
Picadora Moulinex 1,2,3 750 W
Esa versatilidad es la que convence a Fernanda Giacaman: si ella tuviera que elegir entre una licuadora y una procesadora, se quedaría sin dudarlo con la segunda. “Una buena procesadora es más completa”, dice, “más manejable, fácil de limpiar y más barata que una buena licuadora”.
Si uno cuenta con una procesadora de inmersión —las que se usan con la mano y se pueden sumergir en ollas, vasos y recipientes—, “es posible licuar algunas cosas, como una crema de verduras o legumbres”, agrega. Además, estos modelos traen más de un artefacto, “por lo que también sirven para batir un merengue o hacer puré”.
Álvaro Peralta es otro miembro del team procesadora. Sin quitarle méritos a la licuadora, él se queda con la primera. “Es más barata, es portátil, tiene más funciones y es difícil que se te eche a perder”. Hace poco se le rompió el vaso que estas traen —ideal para hacer hummus o mayonesas—, pero fue a Tenderini, en el centro de Santiago, y encontró el repuesto. “Para hacer colados y papillas es imbatible”.
Minipimer Oster Stick Mixer 5103R 600 W
Giacaman advierte sobre las diferencias entre los modelos que las mismas marcas ofrecen. “Varias de ellas tienen al menos dos calidades: una súper doméstica y barata, versus una que cuesta $50 mil o más, un poco más sofisticadas y potentes”. Ella compró la opción económica de Thomas “y se me echó a perder altiro”. La más cara, en cambio, la tiene hace bastante tiempo y le sigue funcionando. “Vale la pena gastar más por un producto como éste, porque la diferencia de materiales es notoria”, cuenta. “Yo, por ejemplo, me fijé que el cuerpo de la procesadora de inmersión fuera de metal y no de plástico”.
Multimixer Thomas TH8735i 800 W
Motor y potencia
Hay que saber distinguir entre las procesadoras de inmersión —o mixer, como les dice Joaquín Cerda— y las fijas, que cuentan con un bol en el cual deben ingresar todos los ingredientes que se quieran moler o triturar. Estas últimas son menos dúctiles pero también suelen ser más potentes, además de contar con distintos cuchillos para diferentes funciones.
Pero el principal contraste, según Cerda, está en sus motores. “El del mixer, por ejemplo, no te va a poder hacer una pasta de frutos secos”, dice. “En el recipiente puedes hacer masas secas, puré y hummus, pero para triturar cosas duras va a tener dificultades, porque su motor es muy chiquitito, se va a calentar y sobreexigir”, no así el de las otras procesadoras, mucho más potentes (algunas, como la Moulinex 1,2,3, llegan a los 750 W, mientras que el de una mixer económica —como una Ursus Trotter— solo es de 400 W).
En otras palabras, “le estarías pidiendo a un Suzuki Swift que compita contra un Ferrari”, ejemplifica Cerda. “Las procesadoras de inmersión no están hechas para hacer mantequillas de maní o funcionar mucho tiempo”.
Al final, los tres consultados coinciden en que la elección depende de las tendencias que cada persona tenga en su cocina, aunque si por ellos fuera, los tres escogerían antes una procesadora que una licuadora.
*Los precios de los productos en este artículo están actualizados al 30 de septiembre de 2024. Los valores y disponibilidad pueden cambiar.