Aunque uno los vea por todos lados, promocionados con insistencia en redes sociales, divulgados incluso por medios como este, en realidad los superalimentos son como los fantasmas: si bien uno puede creer en ellos, hasta ahora no hay evidencia que demuestre su existencia.
Tampoco hay pruebas de que estos productos consigan provocar algunos de los milagros que se les atribuyen. Por muy ricos que sean en vitaminas, minerales, proteínas, antioxidantes, ácidos grasos y cuanto nutriente pueda entrar en sus moléculas, ningún alimento es capaz de hacer bajar de peso —como dicen que lo consigue el jengibre—, evitar la diabetes —como se le celebra al té matcha— ni prevenir enfermedades cardiovasculares —como se le augura a la chía— por sí solo.
“Los superalimentos son un concepto del márketing, no de la ciencia”, dice Rodrigo Valenzuela, doctor en Nutrición y Alimentos y director del Departamento de Nutrición de la Universidad de Chile. Ni en la literatura científica ni mucho menos en la legal se ocupa este término, y no porque existan discrepancias o desacuerdos en la comunidad médica; al contrario, entre nutricionistas hay un consenso unánime: hablar de superalimentos es un error.
Ningún alimento es súper
¿Los arándanos hacen bien? Claro que sí, tienen muchos antioxidantes. ¿La quinoa es muy nutritiva? Por supuesto, pocos cereales aportan tantas proteínas. ¿Y la palta? Llena de grasas saludables y vitamina E.
Ahora bien, ¿esas propiedades, y los supuestos beneficios que traerían —como reducir la obesidad, mejorar la concentración o controlar la hipertensión— los transforman en superalimentos? Por ningún motivo.
“No te vas a mejorar de algo ni vas a evitar engordar, ni tampoco tener diabetes, por comer un alimento”, señala Carolina Pye, nutricionista y académica de la Univesidad de los Andes. “Ningún alimento, por muy natural y nutritivo que sea, tiene ese efecto tan milagroso”.
Eso no quita, obviamente, que casi todos los productos que son denominados como superalimentos sean saludables. Incorporarlos a la alimentación de manera equilibrada siempre será positivo, pero de ahí a que sanen todos los males, te lleven a la vida eterna y además sin sobrepeso, es otra historia.
Si hablamos de alimentos naturales, que no sean ultraprocesados, “no hay unos mejores o peores”, explica Ximena Martínez, nutricionista especialista en obesidad de la Red de Salud UC CHRISTUS. “El concepto de superalimento tiende a vanagloriar ciertos productos que efectivamente pueden tener propiedades muy beneficiosas pero que no necesariamente son superiores a otros”.
En la lengua española, el prefijo “súper” se utiliza cuando se quiere resaltar la excelencia o superioridad de algo, ya sea porque es mejor que la norma o porque se encuentra por encima. Por eso, cuando se habla de superalimentos es fácil imaginarlos como superhéroes que nos van a salvar de algo. “Pero eso no va a ocurrir”, advierte Pye.
“Ningún alimento, ni siquiera estos, son tan completos como para que tú puedas basar tu alimentación exclusivamente en su consumo, omitiendo otros de tu dieta”, agrega. “No por consumir una dieta a base de súper alimentos vas a estar sano; no es así”.
Si no existen, ¿por qué se habla tanto de los superalimentos?
Hay varias razones. Una es la que mencionaba Valenzuela: el márketing, la necesidad de promocionar y vender productos exóticos o no tan arraigados. “Un ejemplo es la manteca de coco”, dice el académico de la U. de Chile. “La promocionan por todos lados pero no hay estudios científicos en humanos validados que demuestren los beneficios que dicen que tiene, que es tratar la diabetes, reducir el colesterol, disminuir el riesgo de Alzheimer y tratar determinados tipos de cáncer”.
Pero el aceite de coco, como lo hemos visto en otros artículos, es uno de los menos saludables en el mercado, con altos niveles de ácidos grasos saturados que, “en exceso pueden ser nocivos para una persona”.
Muchos son productos extranjeros, o no propios de nuestra cultura gastronómica, como la espirulina —que se vende en suplementos—, el kale, la piña, la cúrcuma o los arándanos rojos, que para introducirlos como opción alimenticia se les añade el adjetivo de superalimento.
Otro motivo son los altos niveles de malnutrición que existen tanto en Chile como en buena parte del mundo. Uno de cada cuatro chilenos tiene sobrepeso u obesidad, según un informe de la OCDE, un 10 por ciento sufre de diabetes y muchos millones más presentan algún tipo de problema de salud relacionado con la alimentación.
En busca de soluciones, la gente se aferra a estos productos que prometen resolver sus problemas. Los medios detectaron esta necesidad, especialmente los digitales, y semanalmente publican cientos de artículos mencionando los increíbles poderes de estos alimentos.
“El ser humano tiende a poner la esperanza en una sola cosa”, reflexiona Ximena Martínez. “Tanto en la comida como en la política o la religión. “Buscamos una solución rápida y mágica, pensando que eso va a resolver mis problemas, pero al menos en nutrición está comprobado que no es así”.
Esta desinformación también ha sido caldo de cultivo para la proliferación de influencers nutricionales, personas cuya falta de preparación y antecedentes académicos los compensan con carisma y charlatanería, y que promueven entre sus miles de seguidores arriesgadas dietas y exóticos superalimentos. Como la moda de tomar vinagre de manzana en ayunas.
“Eso me ha llegado mucho a la consulta”, dice Martínez. “Son personas que están con mucho reflujo y acidez estomacal, pero cuando uno empieza a investigar confiesan que todas las mañanas, por consejo de alguien que vieron en internet, se toman una cucharadita de vinagre de manzana. En vez de ayudarlos, les altera el pH y les trae más problemas”.
“Es realmente preocupante cómo los influencers se han transformado en un verdadero peligro público para la salud de las personas”, opina Valenzuela.
El superpeligro de los superalimentos
La moda de los superalimentos, en vez de mejorar la nutrición o los hábitos alimentarios de los alimentarios, provoca dos grandes consecuencias: una, que aumenta la desinformación entre las personas (como ya lo vimos); y dos, que encarece estos productos al aumentar su demanda.
“La quinoa, por ejemplo, es un cereal más, que se produce aquí en Chile y que no tendría por qué ser tan caro”, opina Carolina Pye. Lo mismo se podría decir del arándano —nuestro país es uno de los principales productores del hemisferio sur— o de ciertos suplementos, que mientras más beneficios prometen, más elevan sus precios.
Valenzuela ha visto cómo las personas, al invertir más en estos alimentos, dejan de consumir otros que también están llenos de nutrientes, pero que como nadie los llama superalimentos, disminuye su consumo.
“Por ejemplo el pimentón —rico en potasio y vitaminas A y C—, el cilantro —con vitamina K, hierro y potasio—, el repollo —lleno de fibra y vitaminas— o las legumbres, que son una gran fuente de proteínas. Todos alimentos locales, económicos y propios de nuestra dieta, ideales para una dieta habitual beneficiosa para la salud”.
Además, para que los alimentos tengan efectos positivos en nuestro organismo hacen falta dos cosas: consumirlos con regularidad —lamentamos decir que comer cochayuyos cada dos meses no tendrá mucho impacto en la salud— y acompañarlos de un estilo de vida sin abusos ni muy sedentario. Lo sentimos, pero para vivir mucho y sano no queda otra que hacer algo de ejercicio, ojalá un poco todos los días.
“Aunque uno no lo crea, hay gente que piensa que porque come arándanos puede dejar de hacer actividad física”, cuenta Carolina Pye. “Como leyó que el arándano sirve para bajar de peso, los compra, los come todos los días, pero deja de ejercitarse o de cuidarse en otros aspectos, y le pone toda su fe a comer arándanos. Pero ese milagro no va a ocurrir”.
Un ejemplo parecido pone Ximena Martínez: “puedo tomarme todas las mañanas un té fermentado, la kombucha, que es tiene muy buen aporte de probióticos, o un kéfir, el yogur del pajaritos, pero si después siempre almuerzo hamburguesas o empanadas, no hay nada que hacer”.
Más que de superalimentos, lo que convendría es promover un súper patrón alimentario, algo así como la famosa dieta mediterránea, pero con los productos que se consiguen en cualquier feria libre.
“Nuestro país tiene características que le permitirían desarrollar su propia dieta mediterránea a la chilena”, cree Valenzuela. “Las preparaciones culinarias chilenas típicas, si se realizan de forma adecuada, están llenas de propiedades saludables. Como los porotos con rienda”.
Y concluye: “si comiéramos legumbres dos o tres veces a la semana no tengo la menor duda de que tendríamos menor prevalencia de obesidad, de sobrepeso, de enfermedades cardiovasculares, de diabetes e incluso de determinados tipos de cáncer en Chile”. Esa sí sería una súper noticia.