Desde muy joven la fotógrafa Pilar Cruz (62) ha tenido curiosidad por los temas relacionados con las mujeres. “Me llamaba la atención que social o laboralmente se naturalizara la poca visibilidad de las mujeres, por más que representamos el 50% de la población. Me sorprendía la infantilización de la imagen femenina, muchas veces viniendo desde las propias mujeres”, dice.
Así, a través de su lente, comenzó a retratar el recorrido que hacemos las mujeres a lo largo de nuestras vidas. Fotografió a mujeres embarazadas en un proyecto que se llamó ‘Tiempo de espera’; también realizó talleres como aquel que tituló ‘Imaginándonos’, en donde invitaba a las mujeres a caracterizarse y autoretratarse, en esos años, con cámaras desechables. Después hacían una mesa redonda y hablaban sobre esas imágenes. Pilar recuerda a una mujer que se tomó una foto con un pañuelo en la cabeza. Cuando le preguntó por qué eligió eso, dijo que fue lo que se le ocurrió frente a la pregunta cómo me ve el otro.
–El otro es mi marido y él no me ve–, dijo.
Pilar guardó esa imagen no por que fuese una excelente fotografía, sino por su significado. “Esto que parecía un juego, al final era un ejercicio muy interesante. Uno va viendo cómo las imágenes pueden representar mucho”, dice.
Fue bajo la misma inquietud que se fue adentrando en la realización de su último trabajo, el libro ‘Mujeres del Tercer Tiempo’, que consta de dos grandes partes: una de testimonios y otra de retratos. “Decidí grabar las entrevistas con una cámara, cosa que no había hecho antes. Citar a mujeres de distintos orígenes y entornos, con distintas costumbres y creencias heredadas de sus familias, además de nuevos enfoques adquiridos a lo largo de sus vidas, que estuvieran dispuestas a compartir sus experiencias. Indagué, escuché y observé a mujeres que, dentro de este amplio espectro, tuvieran un origen familiar, cultural o religioso distinto, mujeres con ascendencia lituana, española, árabe, griega, alemana e italiana. También china, francesa, rusa, ucraniana, austríaca y turca”, añade.
A pesar de esta diversidad, Pilar decidió que estas mujeres tendrían al menos dos puntos en común: serían mujeres que pertenecen a la clase que se denomina “acomodada” o socioeconómica “alta”, y serían mayores de 50 años.
“En mis investigaciones previas fue habitual escuchar comentarios como ‘son mujeres sin nada interesante que compartir, porque lo tienen todo resuelto’. O leer libros y artículos en los cuales se las generalizaba como mujeres ‘gomero’, por ejemplo. Habiendo vivido experiencias como mujer de clase económicamente acomodada o alta, yo había desarrollado el ojo y los sentidos para observar estas identidades, pensarlas y descubrirlas ahora que yo misma he alcanzado más de medio siglo. Me pareció que abordar el proyecto desde esta perspectiva podía enriquecerlo”, explica. Y es que, para ella, independiente del origen o la clase social, a las mujeres nos cruzan experiencias comunes; dolores comunes.
Los testimonios de este libro se distribuyen en tres tiempos; el Primer Tiempo abarca sus orígenes, infancia y juventud, hasta dejar la casa familiar; el Segundo Tiempo comprende primeros amores, sexualidad, matrimonio, constitución de familia y crianza de hijos, así como estudios y actividad profesional; y el Tercer Tiempo aborda a las entrevistadas en su presente, recopilando y evaluando sus experiencias de vida actual. Todos los testimonios son anónimos, y han sido identificados con las 29 letras del alfabeto castellano, para poder seguirlos a lo largo de los tres tiempos. La segunda parte del libro incluye los retratos de las entrevistadas realizados por la misma autora del libro donde las mismas protagonistas deseaban ser retratadas.
“Ansias de ponerse –por primera vez– a ellas en primer plano”
- “Le decía al doctor que quizá yo habría sido más feliz en una familia sin plata, o, normal, digamos… Sin tener todo resuelto… Porque yo veo en mis compañeras de la universidad, de la primera universidad, de la segunda universidad, que no tenían todo lo económico resuelto, que tuvieron que trabajar, o tuvieron que, en fin, joderse un poco más, y como que en lo personal, en lo profesional les ha ido mejor, se han realizado más… Yo recién estoy empezando, tengo 60″.
- “Creo que me he convertido en una mujer madura, activa, muy sensible y aprendiendo a no enganchar con lo que no me compete. De alguna manera, yo viví tan apretada, tan comprimida, que pienso que ahora tengo en este momento… Mira, todos estos premios que me he ganado han sido para darme cuenta que no soy una porquería, que soy una mujer valiosa. Encuentro que estoy viviendo una etapa muy entretenida. Me reinventé, no soy la de antes”.
- “Era muy difícil romper las reglas; creo que eso hizo nunca poderle decir al papá que le tenía miedo, un montón de cosas que yo miro para atrás que una no las decía porque a una le habían enseñado a ser, de alguna manera, a guiarse por los cánones 157 que estaban puestos en ese tiempo y que se llevaban, y una no tenía esa libertad. Pero una vivía así, la vida era así”.
- “Ante la vida hoy me paro absolutamente diferente. Ni siquiera me angustio, yo antes era muy angustiosa, sí, me angustiaba mucho, por todo, por los miedos, siempre miedo, miedo, miedo, miedo a que me pasara algo, que le pasara algo a mis niños, ese terror de tener lo que yo te decía la otra vez que… miedo, tenía miedo a la vida que yo tenía, que era tan perfecta”
- “Goce… no. El goce estaba prohibido. Mi mamá me contó que ella lo había empezado a pasar bien en las relaciones sexuales después de haber tenido su primer hijo porque mi papá no debe haber sabido, se la debe haber tirado y chao. Sí, los hombres son muy cancheros pero no saben tirar. Mi papá era bien mujeriego pero ser mujeriego no significa nada de nada. Yo pude haberme acostado con muchos hombres y recién hoy te diría que tengo una sexualidad que ni yo puedo creérmela. No conocía los multiorgasmos. No sabía que existían”.
Estas son algunas frases tomadas de los testimonios que filmó Pilar. Cada una de las mujeres fue compartiendo sus recorridos familiares, haciendo énfasis en lo que para ellas había tenido más relevancia: infancias acogidas o abandonadas, adolescencias apasionadas o solitarias, enamoramientos sufridos o gozados, parejas conservadas, perdidas o renovadas. Maternidades disfrutadas o padecidas, desarrollos laborales enriquecedores o frustrados –algunas trabajaban en empresas familiares donde había mucha confusión entre lo laboral y los afectos–, cambios físicos asumidos o rechazados, a veces negados también.
“Poco a poco fuimos llegando a momentos donde ellas compartieron ideas que habían surgido en sus vidas después de los 50 años. Etapa llena de cambios personales, a veces vista de reojo incluso por ellas mismas, porque culturalmente o en su entorno familiar o social se las valoraba más si ellas estaban en función de otras personas de esos entornos, no de sí mismas. ¿Y quién no quiere ser valorada? Incluso algunas se sorprendían pensando que habían intentado cumplir con muchos roles sin mayor reflexión. Descubrieron que sus cambios los habían transitado íntimamente, con bastante soledad. Y miedo, dijeron algunas”, cuenta Pilar.
Al final, lo que vio es que, con el paso del tiempo y una mirada más dirigida hacia sí mismas, estas mujeres estaban viviendo tiempos de ajustes y era necesario ir definiendo otras prioridades en direcciones que a ellas mismas les asombraba desear. Viviendo su adaptación con dificultad o culpa por no satisfacer las expectativas de quienes las rodearon hasta entonces.
“En casi todas descubrí muchas ansias de ponerse a ellas en primer plano, aunque la sociedad o su entorno inmediato todavía les demandara otra cosa. Ejercer la posibilidad de cambios con nuevos anhelos a pesar de sentir incertidumbre, poniendo las piezas del puzzle de otra manera, con aprendizajes nuevos y en la medida de nuevas posibilidades. Como diciendo: “la vida me da nuevas oportunidades de seguir escribiendo mi historia desde un lugar más propio, renovado, y ahora más madura””, concluye.