Abuelas, madres e hijas y el legado de la biología
Seguro alguna vez escuchaste esta afirmación, que parece loca, pero que -en cierta medida- es real: todas estuvimos en el útero de nuestra abuela. Pero, ¿cómo? Desde que nacemos, las mujeres poseemos todos los óvulos que tendremos a lo largo de nuestra vida, aunque estos estén en un estado inmaduro. Así, cuando nuestra abuela estaba esperando a nuestra mamá, ella ya tenía esos óvulos que más tarde se convertirían en nosotros. Es como si llevaramos, de alguna manera, la herencia genética de nuestras antepasadas.
Aunque dicha información genética no proviene únicamente del óvulo, sino que es resultado de la combinación del material genético de los padres; el óvulo contribuye con una cantidad significativa a crear el citoplasma del nuevo embrión. “Entonces, uno recibe la información genética de las mitocondrias -encargadas de entregar energía a las células-, principalmente desde origen materno: se hereda estrictamente de madre a hijo o hija”, dice el médico cirujano y especialista en genética de la Red de Salud Uc Christus, Guillermo Lay-Son.
Esa conexión genética también tiene otros eventos que impactan de alguna manera nuestra relación con abuelas y madres. Además de todo el proceso de embarazo y parto -donde suele existir un profundo vínculo madre/hijo-; probablemente otro de los más determinantes es el apego durante el período lactancia; un momento fundamental en el desarrollo emocional de las personas que moldea nuestra manera de acercarnos y comprender los vínculos afectivos. Y así, sucesivamente.
La biología nos deja una huella imborrable y muchas veces, un legado que se transmite de generación en generación. Sin embargo, a pesar de la existencia de esta conexión física entre abuelas, madres e hijas; la psicóloga clínica y especialista en temas de género, Claudia Muñoz, indica que la construcción de las relaciones con nuestro linaje femenino no sólo está determinada por aspectos biológicos, sino más bien sociales y culturales, que pueden tensar dichos vínculos. “Son las historias y el lugar que nos ha dado la sociedad, lo que va determinando nuestras posibilidades en la vida. No nuestro cuerpo como tal (...) Efectivamente, las relaciones madres e hijes suelen ser intensas, pero ¿qué condiciones tienen las mujeres para criar, cuando la sociedad arma techos invisibles y la maternidad está condicionada a vivirse sola y con culpa? ¿Es posible, en ese escenario, que esta relación no sea tensa o compleja?”, dice.
Si bien no existe una conexión lineal generada por la biología, la psicóloga clínica Pía Urrutia (@lapsicologafeminista), quien atiende e investiga en el Centro Interdisciplinario de las Mujeres, CIDEM (@cidemchile); sostiene que existe una influencia del linaje femenino en la formación de patrones de comportamiento y estilos de comunicación, que muchas veces, se transmiten de manera generacional, moldeando la forma en que las personas se relacionan. “Son relaciones sumamente importantes porque justamente son las primeras a las cuales vamos a tener acceso. En ellas, quizás podemos ver modelos a seguir o personas para identificarnos”, dice y agrega: “La familia es el primer sistema social al que pertenecemos, entonces todas las personas van a querer tratar de encajar para no perder este espacio, que es nuestro primer espacio. Es un tema de sobrevivencia también. Entonces, muchas veces sostenemos ciertas pautas de conducta porque nos aseguran la pertenencia, impactando en nuestro desarrollo como mujeres”.
Como relaciones que comienzan a desarrollarse desde que las personas somos guaguas y que moldean, en un primer momento, nuestro desarrollo emocional, habitualmente se trata de vínculos complejos. “En la clínica se repite una y otra vez la situación de mujeres adultas con padres idealizados y madres devaluadas, culpabilizadas de forma exclusiva por los problemas que hoy se tienen (...) Hay veces que existe dolor por sentir que la madre no cuidó lo suficiente, o al revés: por uno no haber sido suficiente para la madre”, dice Muñoz.
“Quienes trabajamos en esto, vemos que muchas veces la violencia es uno de los puntos más conflictivos, donde las personas repiten patrones por generaciones. Cuando han existido estas vivencias en otras mujeres que anteceden, es importante ir a revisar qué se ha hecho con esas historias en la familia. Uno puede observar que transgeneracionalmente no se cuestiona esas dinámicas o derechamente, se aceptan. Es doloroso porque ahí aparece la idea de exclusión familiar cuando logran denunciar y salir de la cultura del silencio”, dice Pía Urrutia.
Es por eso que para poder quebrar con dichos patrones, sostiene esta especialista, es importante revisar las historias de las mujeres de la familia para analizar diversos aspectos que van desde sus procesos de maternidad hasta sus relaciones interpersonales. “Pero otra manera terapéutica es poder rescatar relatos de otras mujeres, que quizás no son de mi familia, pero sí de mi comunidad o ciudad. Eso también puede ser profundamente sanador y puede acolchar estas vivencias cuando se rompe con algún patrón que incluye la exclusión”, indica.
Algo similar concluye Claudia Muñoz: “El trabajo terapéutico permite poder entender también que esa madre es una mujer y persona, quien tiene su propia historia y que crió en un momento sociohistórico determinado. Cuando esta puerta se abre, muchas veces se desidealiza al padre y podemos observar las cosas con perspectiva, entendiendo mejor la propia historia. Entendiendo ese relato, podemos tomar distancia, identificar lo que nos hizo daño, valorar lo que se nos pudo entregar, para poder así elegir caminos propios”.
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