Acompañar a una amiga en su duelo
Con mi mejor amiga nos conocemos hace casi diez años. Nuestros hijos son compañeros de colegio, y por eso comenzó nuestra amistad. El primer día que nos vimos estaba lloviendo. Ella iba caminando con su hijo más pequeño, y yo me acerqué en el auto y le ofrecí llevarlos a su casa. En ese momento pensé que nos haríamos buenas amigas porque hubo una conexión inmediata entre nosotras.
Y así fue: nunca más nos separamos. En todo este tiempo siempre nos hemos apoyado, escuchado, llorado, pero sobre todo, reído. Eso es lo que más nos caracteriza: lo bien que lo pasamos juntas. Quienes nos conocen suelen decirnos que parecemos cabras chicas porque no sentimos vergüenza ni miedo al ridículo cuando estamos juntas. Hemos bailado en el metro, escondido traguitos como si fuéramos quinceañeras y protagonizado ataques de risa en reuniones de apoderados, al punto de que ya no podemos sentarnos juntas. Todo es alegría a su lado. Puedo ser tal cual soy porque nos aceptamos y disfrutamos de lo simple.
Aunque lo que más valoro de nuestra relación es que es una amistad sana, sin celos ni competencia. Cada una tiene claro su lugar en la vida de la otra.
Este año, sin embargo, nuestra amistad se puso a prueba. El 25 de febrero es su cumpleaños. Hace diez años que lo celebramos juntas, pero esta vez fue distinto. Estaba en mi casa comenzando los preparativos para su celebración cuando recibí su llamada. Apenas podía hablar, ahogada en llanto. Entre balbuceos escuché la palabra suicidio. No lo podía creer, pero era cierto: su marido había tomado esa drástica decisión.
Partí corriendo hacia su casa. Sus hijos, de 11 y 15 años, estaban solos. Vivimos a diez minutos de distancia, pero creo que me demoré tres en llegar. Estaba completamente en shock, actuando por inercia. Tenía la esperanza de que todo fuera un malentendido, pero no lo era. Era la peor realidad que podía estar viviendo.
No quería que esto estuviera ocurriendo, y menos a ella, menos a los niños. Sentí que no tendría fuerzas para estar ahí. ¿Cómo se consuela a alguien cuando una misma no puede sostenerse?
A pesar de que yo perdí a mi papá a los 12 años por cáncer, esto fue peor. Ha sido la tragedia más grande de mi vida. Me concentré en los niños, en que ellos necesitaban mi calma, porque mi dolor no podía ser más grande que el de ellos. Respiré hondo y les expliqué lo que había pasado.
A los 10 minutos llegó ella, mi amiga, mi hermana. No la pudimos levantar del suelo, así que me senté junto a ella y lloramos durante un buen rato. Me preguntaba por qué, pero yo no tenía respuestas. Por primera vez no tenía respuestas. En esos momentos sólo tocaba estar.
Tuve que bañarla, vestirla, hidratarla... los médicos decían que estaba catatónica. Todavía no sé cómo logré llevarla al funeral, no sé cómo pude sostener tanto dolor esos días. Verla me destruía. Tal vez fue la fuerza de la amistad, o simplemente el amor que le tengo.
Los días que siguieron fueron oscuros. Por un momento pensé que jamas volveríamos a reír, que ella nunca saldría de su pena infinita. Salíamos a caminar al parque para que ella pudiera respirar, tratar de entender lo que había pasado. Hablábamos, o simplemente estábamos en silencio. De a poco, comencé a notar algunos avances.
Un día le dije en broma que deberíamos escribir un libro, o grabar un video de TikTok contando nuestras historias. “¿Te imaginas si nos hacemos millonarias?” Esa fue la primera vez que la vi sonreír desde aquel día.
Desde entonces, la he visto sanar lentamente, pero con fuerza. Hace poco decidió cambiarse el color de pelo. Algo extremo para ella. Obvio que juntas compramos la tintura y fuimos a su casa. Yo la teñí. Fue muy gracioso porque cuando le saqué la toalla, su cabeza era completamente naranja. ¡Nos reímos tanto! Aunque debo decir que el resultado nos encantó. Se ve muy bien.
Cada día seguimos encontrando formas de volver a sonreír. Para el 18 hicimos Karaoke con nuestros hijos mayores y hasta bailamos cueca. Volvimos a grabar nuestros videos en TikTok. Los niños terminaron el año escolar y aunque siguen en terapia, yo los veo mejor. El más grande va al gimnasio con el mío. Creo que les hace bien entrenar, votar un poco y ahí hablan de sus cosas.
¿Qué papel jugué en este proceso? Aún no lo tengo claro. Solo hice lo que sentí que debía hacer. Algunas amigas me decían que yo parecía un zombi, que sólo actuaba, la verdad no recuerdo mucho. Una semana después fui al concierto de Luis Miguel y fue mi escape. Por primera vez lloré con el alma por ese amigo que quise y que también perdí.
Si algo aprendí de esta experiencia, es que la amistad es un vínculo poderoso. Sé que hay heridas que nunca se cierran del todo, pero sé que mientras ella me tenga a su lado y yo la tenga a ella, siempre podremos seguir adelante.
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* Karina Carrasco es lectora de Paula. Si como ella tienes una historia que contar, escríbenos a hola@paula.cl.
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