Cuando Macarena (31) aceptó el trabajo como periodista en una importante organización fuera de Santiago, no imaginó que a menos de un año de empezar iba a estar de vuelta en la casa de sus papás, con una licencia médica indefinida e iniciando un proceso legal que le tomará meses resolver. Todo porque decidió presentar una denuncia ante la Mutual de Seguridad y la Inspección del Trabajo por acoso laboral en contra de su jefa.

Según cifras de la Dirección del Trabajo, durante el 2019 en Chile se registró un alza de un 14% en las denuncias por acoso en los espacios laborales. Y según un estudio realizado por Icare en conjunto con ChileMujeres, el acoso laboral es un problema que afecta a un 30% más de mujeres que de hombres.

Macarena, como muchas víctimas de acoso, no se dio cuenta de que vivía una situación de maltrato laboral hasta que ya estaba completamente inmersa en una dinámica abusiva con su jefa directa y personas cercanas a ella la confrontaron con la realidad. "No me di cuenta sola, pero cuando llegaba llorando a la casa y le contaba a mis amigas lo que me estaba pasando 'me decían que la denunciara, porque eso era maltrato", recuerda. "Yo nunca había vivido una situación así y por eso no sabía dónde estaba el límite de lo que era maltrato laboral y lo que no".

En Chile, la Dirección del Trabajo ha definido el acoso laboral como toda conducta de agresión u hostigamiento que ejerce el propio empleador o los trabajadores de una empresa en contra de otro a través de cualquier medio. Un punto clave para identificar el maltrato laboral tiene que ver con el efecto que este genera en la persona. Según la DT, el acoso produce un "menoscabo, maltrato o humillación o bien amenaza o perjudica su situación laboral o sus oportunidades en el empleo, siempre que todas estas conductas se practiquen en forma reiterada".

Dado que no toda la violencia es física, en muchos casos es difícil identificar los comportamientos de abuso. La Asociación Chilena de Seguridad da algunos lineamientos. Entre las acciones que son considerados acoso laboral se encuentran: el hostigamiento verbal, el no ser incluida en los beneficios de una empresa de forma arbitraria, recibir un cambio de funciones sin justificación, no ser tomada en cuenta o ser aislada del grupo de trabajo, ser objeto de burlas en el trabajo o recibir amenazas de ser despedida o sancionada.

Amenazas como las que escuchaba Macarena en forma repetida por parte de su empleadora. "Ella constantemente me amenazaba con despedirme o no renovar mi contrato", recuerda. "Decía que yo no le servía o que alguien tenía que enseñarme a hacer el trabajo. Cuando estábamos con otros equipos de otras áreas ella hacía comentarios del tipo '¿por qué no le enseñan a hacer bien la pega?' delante de todos".

Los comentarios que denostaban su trabajo los hacía en todas las instancias. Frente a ella, frente a otros e incluso frente a terceros ajenos a la organización. "No era solo para mí a modo de corrección. Los días lunes teníamos una reunión con todos los jefes de área y yo tenía que asistir como jefa de comunicaciones a reportar cómo iban mis temas y ella me cuestionaba constantemente frente a los demás. Si yo respondía algo, se transformaba en una pelea en la que, por no perder, sacaba a colación incidentes pasados o eventos que no tenían nada que ver con el tema", recuerda. "Hacía comentarios como 'esto es lo que me mandaron de Santiago' dando a entender que yo era una especie de problema con el que a ella le tocaba lidiar. Yo sé que no soy una profesional perfecta, pero también sé que por algo me contrataron. Cumplía con los requisitos y la experiencia que se necesitaba para el cargo". Además, desde la jefatura en Santiago, Macarena siempre recibió un buen feedback: estaba cumpliendo con las metas y con los objetivos que se le habían planteado y además estaba agregando nuevas dinámicas que antes no se estaban haciendo en el área digital y multimedia.

"El comportamiento de mi jefa siempre me pareció inadecuado, no solo conmigo sino que con otras personas también. Tenía ataques de gritos en los que realmente parecía una pataleta. Gritos, llanto, golpear cosas", comenta. Pero como le ocurre a muchas personas que se mantienen en situaciones de abuso, Macarena toleró estos incidentes. "Yo necesitaba la plata. Acepté ese puesto porque me ofrecieron el doble del sueldo que estaba ganando en mi antiguo trabajo. Por mucho tiempo decidí que iba a ponerle el hombro porque este cambio de ciudad había significado un gran esfuerzo para mí, pero además porque contada con ese ingreso".

"Recuerdo que en una oportunidad estábamos en una conferencia y a mí me tocaba registrar la presentación de mi jefa. Estaba sacando fotos mientras veía que uno de sus asesores se acercaba y ella le susurraba cosas al oído. Al rato, el asesor se acerca a decirme cómo tenían que ser las fotos, dirigiendo hasta el más mínimo detalle. A cada minuto venía a interrumpir mientras grababa los videos con una nueva instrucción, al punto que, mientras yo sujetaba la cámara, él intentaba por detrás apretar los botones para aumentar o disminuir el zoom de mi celular", explica Macarena.

La jefa de Macarena estaba constantemente tratando de intervenir en su trabajo o de hacerlo por ella. Al punto de hacerla sentir que ya no podía hacer su trabajo porque era constantemente interrumpida. "Si yo hacía anotaciones en una libreta, ella tomaba el lápiz y escribía encima. Y aún cuando ella lo manejaba todo, el resultado siempre era pésimo cuando se trataba de un trabajo mío", aclara.

Pero no solo quedó ahí. Además de inmiscuirse en su trabajo, opinaba acerca de sus gustos y decisiones personales. "Llegó al punto en que ni si quiera le parecían bien mis desayunos. Una vez me compré un pañuelo de color verde que usaba amarrado al pelo y me pidió que no me lo pusiera más porque, a su parecer, le generaría conflictos con otras personas porque el verde es el color que se asocia con las manifestaciones a favor del aborto. Compré uno rosado y se burlaba diciendo que me parecía al personaje Peppa Pig. Compré uno azul y me dejó de molestar".

"Antes de entrar a este trabajo, yo tenía mi celular programado para que durante la noche automáticamente se pusiera en modo 'No molestar' y las notificaciones se silenciaran. Pero cuando empecé a trabajar aquí eso quedó en el pasado, porque podían ser las 10 de la noche o las 11 y ella empezaba a mandarme encargos o requerimientos", explica. "Nunca fueron mensajes con emergencias o temas de contingencia que tuviesen que ser vistos de forma inmediata a esa hora. Era simplemente para cambiar cosas como una foto en un post de redes sociales porque encontraba que se veía muy despeinada en la imagen, porque le parecía que no había incluido suficientes emojis en un tweet o porque se le había ocurrido una idea y no quería esperar hasta el día siguiente para comentármela".

Finalmente, Macarena sufrió una crisis de pánico en la calle y fue llevada de urgencia al hospital más cercano. Allí no había ningún siquiatra que pudiera atenderla, así que la derivaron a la Mutual de Seguridad. "Me dijeron que para que me pudieran atender tenía que hacer una denuncia. Mi intención en una primera instancia era renunciar y volverme a Santiago para dejar esto atrás, pero ese día llegué a un límite. No podía parar de llorar, llevaba mucho tiempo sin poder dormir y el pelo se me estaba cayendo por mechones", recuerda.

A partir de ahí, inició un proceso muy demandante en el que le exigieron una serie de trámites frente a distintos organismos. "Tienes que recopilar pruebas y presentarlas, asesorarte por un abogado y presentar la denuncia en el juzgado laboral para comprobar que efectivamente hubo una violación a la ley", explica. "No sé si para mí valga la pena seguir este proceso. No solo por el costo económico, sino que por el desgaste emocional que esto implica. He escuchado a otras en mi situación decir que han dejado los procesos abandonados porque te exigen todas estas cosas precisamente en el momento en el que te encuentras más vulnerable y sin energías. Estás tratando de recuperarte de un episodio de abuso que muchas veces se prolongó por meses e incluso años".

Macarena cuenta que los meses trabajando en estas condiciones de acoso le generaron agotamiento físico y mental. Además de un diagnóstico psiquiátrico de depresión y ansiedad. "Las primeras dos semanas que estuve de vuelta en Santiago no podía si ver televisión ni leer un libro. De poco he ido recuperando más energía, pero la parte emocional y laboral no sé cuándo la voy a recuperar", comenta. "Pasé meses escuchando todos los días que no servía para nada y eso tuvo efectos en mí. Ya no soy la misma persona segura de mí misma y orgullosa de mi trabajo. Ahora cada vez que alguien me hace un comentario sobre algo que he hecho se me revuelve la guata. Estoy convencida de que experiencias como estas te hacen o te deshacen y estoy haciendo todo lo posible para salir fortalecida. Quiero volver a confiar, no solo en otros, sino que también volver a confiar en mí misma. Creo que eso va a ser lo más difícil".