Alejandro Arretx (42) decidió ir al neurólogo cuando sintió que su cabeza ya no daba más. Había nacido su tercer hijo y tenía nuevas responsabilidades en la empresa de la que es socio, una productora audiovisual. Alejandro había creado una nueva área de negocios, de servicios de comunicaciones internas, que se estaba expandiendo. "Mi problema era de administración. Tenía muchas ideas que no lograba sacar adelante, siempre andaba corriendo, me costaba priorizar y estaba metido en todo: iluminaba, dirigía, editaba, y si había que ir a comprar pan, lo hacía también", dice.
Aunque siempre había sido inquieto y distraído, en ese momento eso se exacerbó. "En las reuniones largas era incapaz de mantener la atención y cuando tenía que editar imágenes en el computador me paraba diez veces con cualquier excusa: para ir al baño o buscar un café. Aunque me reía de eso, tenía muy claro que no era capaz de estar quieto: mi cuerpo me obligaba a moverme y mi cabeza no se enfocaba", agrega.
Convencido de que le dirían que tenía estrés, Alejandro pidió una hora y le contó sus síntomas al doctor Patricio Ruedi, neurólogo de Clínica Las Condes. Tras escucharlo e indagar en su historia, el especialista le dijo que era necesario que una neuropsicóloga lo evaluara para confirmar el primer diagnóstico: síndrome de déficit atencional (SDA). Alejandro no se lo esperaba. "Es un trastorno que yo asociaba a cabros chicos, no a adultos como yo", comenta.
El síndrome es causado por una inmadurez neuronal en la corteza prefrontal del cerebro, donde se encuentran las funciones ejecutivas, tales como organizar, planificar o inhibir los estímulos irrelevantes. A las personas que tienen SDA les cuesta filtrar la información y distinguir qué es lo más importante, porque están pendientes de todo al mismo tiempo y se dispersan con facilidad. Durante mucho tiempo se pensó que este trastorno era exclusivo de los niños y de-saparecía cuando crecía y su cerebro maduraba. Hoy se sabe que en el 50% de los casos, los síntomas continúan en la adultez.
"Para el diagnóstico en adultos es importante averiguar la causa de la falla de memoria o de la desconcentración, porque pueden ser síntomas de otra cosa: un problema emocional –como una depresión o un trastorno ansioso– o un problema estructural, porque un tumor o una enfermedad metabólica puede causar fallas de memoria. La historia es muy importante: el diagnóstico exige que el trastorno haya estado presente desde la infancia, aunque no haya sido detectado. Cuando les preguntas a estos pacientes cómo eran cuando niños, siempre dicen: distraídos o inquietos", explica el neurólogo Patricio Ruedi.
Los pacientes también deben someterse a una serie de tests de atención visual y auditiva con una neuropsicóloga que evalúa los resultados en base a la edad y nivel educacional de cada persona. Estos exámenes miden cuál tipo de atención falla: la atención inmediata, que permite retener datos puntuales, como un número de teléfono; la sostenida, que facilita, por ejemplo, escuchar una conferencia; o la selectiva, que es la capacidad de concentrarse en un elemento entre muchos estímulos simultáneos. Todas estas fallas son síntomas de SDA.
El informe de la neuropsicóloga señaló que Alejandro tenía un coeficiente intelectual más alto de lo normal y confirmó que sufría déficit atencional. "Para mí fue una sorpresa y me costó aceptarlo, pero tenía mucho sentido: en el colegio nunca tuve cuaderno, repetí tercero básico y era la oveja negra de mi familia, por inquieto y desordenado. O sea, era evidente que tenía déficit atencional. No sé cómo nadie se dio cuenta antes", dice.
A Alejandro le recetaron metilfelinato, un fármaco cuya presentación más conocida es el ritalín, que estimula la liberación de dopamina y regula el desbalance químico asociado a este trastorno, con lo cual los síntomas de hiperactividad e inatención desaparecen. El mismo efecto que en los niños. "Antes me sentía sobrepasado en el trabajo y me iba por las ramas. Ahora llego más rápido a lo medular de un asunto, porque no me distraigo. Es como si en vez de estar sumergido en los problemas, los viera desde arriba, con perspectiva. Soy, en resumidas cuentas, más eficiente en la empresa. Y a costa de mucho menos esfuerzo", dice. Aprendió a delegar tareas, a planificar sus proyectos y a estar quieto durante horas sin necesidad de buscar excusas para levantarse.
La mala memoria
La mayor parte de los pacientes con déficit atencional que llega a la consulta del doctor Jorge González, neurólogo del programa de memoria de la Universidad Católica, lo hace quejándose de mala memoria. Tienen en promedio 35 años.
"Lejos, la causa más frecuente de trastornos de memoria en personas jóvenes es por déficit atencional; alrededor del 70% de los pacientes menores de 50 años acude a este programa por esa causa y, en su mayoría, no contaba con un diagnóstico previo", señala.
El doctor González –autor de un estudio descriptivo de este trastorno en adultos, publicado en la Revista Española de Neurología el año pasado– explica que, técnicamente, estos pacientes no tienen mala memoria, sino que olvidan porque se distraen. Y estar atento es un requisito indispensable para almacenar información.
"Llegan angustiados porque se sienten poco capaces, lo que tiene un impacto en su autoestima; de ahí que muchas veces se asocie el SDA con depresión, especialmente en las mujeres. El mayor problema que refieren es que no son eficientes, porque emplean el doble de tiempo para realizar cualquier tarea, se les pierden las cosas, dejan las obligaciones para después y se entretienen en asuntos irrelevantes. Esto les resulta muy frustrante, porque son personas inteligentes y capaces", agrega.
A Carmen Gloria Chaparro (44), pintora, le diagnosticaron déficit atencional hace un mes. Sus olvidos comenzaron hace dos años, después de mejorarse de un cáncer de colon. Pensaba que la quimioterapia había dañado su memoria inmediata. "Me volví repetitiva. Empezaba a contarles a mis hijos sobre un cuadro que quería pintar y decían que ya se los había contado. Lo mismo me pasaba con mis amigas. Mis olvidos empezaron a insegurizarme", dice.
Para suplir sus fallas de memoria, Carmen Gloria empezó a anotar todo en su agenda y se volvió muy ordenada. "Con el tiempo me di cuenta de que mi memoria era selectiva: me olvidaba de las cosas que me daban lata, como las cuentas, que siempre se me perdían, por lo que empecé a guardarlas en una caja. Claro que tengo que estar muy aburrida para abrir esa caja", dice.
Se ha comprobado que la motivación en una persona tiende a esconder su déficit atencional: si está motivada y hace las actividades que le gustan, logra concentrarse. En cambio, si se siente sobreexigida o debe hacer tareas que le desagradan, su atención disminuye y le cuesta mucho terminarlas.
Levantarse temprano es una obligación que a Carmen Gloria le de-sagrada, pero no tiene alternativa, porque debe llevar a sus dos hijos al colegio. "Suenan mil alarmas, pero me cuesta salir de la cama. Siempre lo hago a contrapelo, lo que nos provoca a todos un estrés enorme, porque salimos corriendo y muchas veces tomamosdesayuno en el auto", dice. Desde que inició su tratamiento con metilfelinato, a Carmen Gloria le cuesta menos levantarse y ya no debe anotar todo para recordarlo. No lo necesita.
Si bien un adulto que recibe el diagnóstico de déficit atencional ha tenido el trastorno toda su vida, es el ambiente el que provoca que el síndrome se manifieste: el aumento de las exigencias laborales o el estrés emocional puede empeorar los síntomas y poner de manifiesto este trastorno.
"La falta de eficiencia está en directa relación con cuántas cosas tienes que hacer. Una mujer con déficit atencional puede haber funcionado bien en el colegio y en la universidad si logró desarrollar estrategias compensatorias, como la autodisciplina y buenas técnicas de estudio. Pero esa misma mujer se descompensa cuando se casa y tiene hijos, porque tiene que preocuparse de los niños, organizar su casa y, además, trabajar. Lo mismo ocurre cuando a un profesional con déficit atencional le aumenta la carga laboral: entonces aparecen las inatenciones y los olvidos", señala el doctor González, anotando que las consultas en el programa de memoria de la Universidad Católica han crecido de 5 a 30% entre 2002 y 2005.
La vida con GPS
Lo primero que hace Margarett Baboun (50) cuando se sube a su camioneta es ingresar la dirección a la que se dirige en un GPS que, a medida que el auto avanza, le va dando instrucciones verbales con una entonación metálica: "A cincuenta metros doble a la derecha; en la tercera cuadra gire al sur".
Margarett sigue las indicaciones al pie de la letra. Desde niña ha tenido problemas para concentrarse y sus distracciones se han agravado en la adultez. Muchas veces ha dejado esperando a sus hijos en el colegio, porque repentinamente se acuerda de que tiene que ir a la farmacia. Basta una pequeña distracción para que olvide cosas importantes: el año pasado olvidó la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga y muchas veces no consigue acordarse por qué está enojada con su marido.
"Debo tener un Alzheimer precoz", sospechó durante mucho tiempo. Tras consultar a un neurólogo y hacerse varios exámenes, se descartó el Alzheimer y ella decidió asumirse como una persona "volada". Por eso tiene un GPS en su auto, una palm donde anota todo y una nana muy ejecutiva. "Ella es mi memoria: sabe si entré o no con cartera a la casa, dónde dejé los lentes, cuándo tengo que llevar a los niños al dentista. Gracias a ella, funciono", dice.
Margarett tiene cuatro hijos y el menor es igual de distraído que ella. Hace dos años el niño empezó a tener dificultades en el colegio: estaba en primero básico y le costaba aprender a leer. Margarett lo llevó a donde la doctora Eliana Rodillo, neuróloga infantil de Clínica Las Condes, quien, como parte de la evaluación, le leyó un cuento y le hizo algunas preguntas de comprensión de lectura. El niño no supo responder, porque no recordaba lo que acababa de escuchar. Margarett se dio cuenta de que ella tampoco recordaba nada del cuento.
"Tu hijo tiene déficit atencional", le dijo la doctora y le explicó que el trastorno se caracteriza por la dificultad para focalizar la atención. La neuróloga le recetó ritalín al niño y le indicó una rutina de estudio. Margarett notó que su hijo progresaba. "Estaba más despierto, empezó a leer, a subir las notas, a recibir felicitaciones", dice.
Un mes después del primer control, Margarett y su hijo volvieron a la consulta y la doctora volvió a leer un cuento, esta vez más largo, y le hizo preguntas al niño. El chico respondió correctamente. En cambio Margarett estaba en blanco.
–No puedo recordar lo que acabo de escuchar– le confesó a la doctora.
–Es que probablemente tú también tienes déficit atencional– le contestó la neuróloga, que había observado que Margarett se distraía mirando su celular durante la lectura.
"Como es un diagnóstico relativamente nuevo en adultos, hay toda una generación que no fue diagnosticada. Varias veces las mamás se han dado cuenta de que también lo tienen cuando traen a sus hijos. El trastorno es hereditario. Al repasar su propia historia, las madres entienden por qué se les pierden las cosas o captan sólo una parte de las conversaciones", dice la doctora Rodillo.
Margarett al fin tenía una respuesta para sus despistes. "Muchas veces me miraron como pobrecita y yo misma me pregunté si era tonta: en el colegio me sacaba la mugre estudiando y siempre me iba mal. No me alcanzó el puntaje para estudiar Enfermería y terminé en Decoración, que nunca me convenció. Mi historia habría sido otra si hubiera sabido que tenía déficit atencional a los 7 años, como mi hijo. Y no a los 50", reflexiona ahora.