Como “mamá Waldorf” descubrí en Chile lo que hubiese querido como niña en Francia
Nada me destinaba a ser una “mamá Waldorf”. Soy francesa, Doctora en Estudios Políticos, profesora universitaria, criada en la tradición escolar francesa más laica, tradicional y cartesiana que se pueda concebir. Pero hay caminos que se tejen fuera de este mundo tan racional y secular. La historia de mi vida en Chile, donde llegué en 2009, me iba a deparar un destino muy distinto del trazado por mi origen y educación. Una persona en particular marcó mis primeros años en Chile: Claudio Rauch, el iniciador del movimiento antroposófico en este país. Fue Claudio quien me abrió un mundo desconocido al darme a conocer la Antroposofía del Dr. Rudolf Steiner, una forma de pensar el mundo y el ser humano cuyo despliegue en el ámbito educacional se materializa en la Pedagogía Waldorf.
Viendo mi interés y vocación por la pedagogía (soy profesora desde mis 25 años), Claudio me alentó a visitar el Giordano Bruno, el primer colegio Waldorf de Chile, fundado por él en 1979. Entrar en la hermosa y acogedora sala del segundo básico en el año 2010 fue una experiencia inolvidable. ¡Qué impresión me causó descubrir que se podía enseñar de una forma tan distinta a la que había conocido toda mi vida en Francia! Qué fría y estéril se me aparecía ahora la educación que yo había recibido y que descarta por completo el mundo imaginativo en el que de todos modos vive el niño.
En esta pedagogía, todo se concibe a través del arte, impregnado de belleza, desde un profundo conocimiento del ser humano en formación. Esta experiencia me motivó a participar del Seminario Pedagógico-Terapéutico dictado por Claudio hasta su muerte, en 2018, donde conocí a Alida Simon y Rodrigo Borrelli, dos ex alumnos Waldorf.
Muchos años después, decidimos con Darío, mi marido, poner a nuestro hijo en el kínder Juana de Arco, una nueva y bella iniciativa educativa en Chile, impulsada por Alida y Rodrigo, que acoge niños y niñas de 2 a 6 años, y a la que llegamos casi por coincidencia. Y es que Nathan, mi hijo, nació al principio de la pandemia. Pude ver cómo ésta no solamente afectó a las madres como yo, sino cómo perjudicó a los niños. La pandemia me convenció, más que nunca, de la imperiosa necesidad de una educación integral, no solamente para la época en la que vivimos en general, sino también, y más específicamente, como un remedio para contrarrestar los efectos que dejó en los más pequeños estos años de aislamiento y abuso de pantallas.
Al salir del momento más álgido de la pandemia, llegamos con Darío a mudarnos a una casa en la comuna de La Reina, huyendo del encierro en los departamentos. ¡Cuál no sería mi sorpresa al enterarme que Alida y Rodrigo –con quienes había perdido contacto por las circunstancias— habían iniciado un kínder Waldorf a cinco minutos de mi casa! Partimos enseguida a la Calle Los Prunos, donde se habían instalado anteriormente. Al entrar en el lugar, me impresionó ver cuánto habían logrado plasmar todo lo que habían aprendido y compartido en el Seminario con Claudio durante años. Matriculamos a Nathan sin dudarlo.
Para nuestra alegría como padres, anunciaron a principios de 2024 que el kínder iba a mudarse a un lugar más grande para poder ofrecer más cupos y una mejor experiencia a los niños. Llegamos así a la hermosa parcela de Álvaro Casanova, anidada en la precordillera, en la frontera de las comunas de La Reina y Peñalolén. Es difícil definir la sensación que me dio, como madre y apoderada, al entrar en este lugar, que sólo puedo describir como “mágico”. El canto de los pájaros te acoge al llegar a la antigua casona de madera y piedra, con su parqué antiguo y su chimenea maciza, que invitan a la contemplación por la nobleza de sus espacios. La parcela de una hectárea y media, plácida y tranquila, calma inmediatamente la inquietud interior que uno arrastra de la vida urbana. Y la mirada goza al observar los viejos robles, quillayes y boldos, como los almendros, ciruelos, naranjos e higueras que ofrecen, en las distintas estaciones, paisajes hermosos, con sus colores, flores y frutas.
Muchas mamás me preguntan: ¿por qué elegiste este kínder y no otro? Para mí, más allá de lo encantador del lugar, tiene que ver con Alida y Rodrigo. He sido testigo muchas veces de la labor de Alida con los niños, guiándolos con mucha calma y tranquilidad, invitándolos con su lira a participar en las actividades diarias, como las rondas, los cantos, contar y actuar los cuentos para niños.
Pero el kínder es más que esto. También se trata de abrir espacios. Espacios donde se reúnan seres humanos en torno a la alta cultura y al despliegue de una educación en la que el ser humano, en su dimensión física, anímica y espiritual, constituya el centro del proceso formativo. Se trata de un espacio para encontrarse con los niños, con apoderados y con otras personas. En este sentido, esta iniciativa ofrece no solamente un kínder para los más pequeños, sino actividades para adultos, coordinadas por Rodrigo, como talleres de huerto, grupos de estudios sobre las obras básicas de Rudolf Steiner, clases de acuarela, conciertos de música clásica, entre otras actividades. Para complementar y apoyar en estas labores, cuentan además con una librería antroposófica que ofrece una profusa oferta de títulos y una juguetería.
En esos espacios además conocí a dos personas que considero hoy día como verdaderos amigos, comprometidos como nadie con este lugar: Gabriel Brignardello, abogado, y Pilar Parot, diseñadora gráfica, cuyos hijos Lucas y Martín son los mejores amigos de Nathan. Junto con los otros apoderados, formamos una comunidad y ayudamos a sacarle el máximo potencial al espacio natural, aún muy virgen. Con sudor y alegría, chuseamos, escarbamos a palas, levantamos palos y rejas, y hasta construimos la casita de madera para los animales. Gracias a este esfuerzo común, recién pudimos acoger una linda mamá oveja con su corderito y un hermoso caballo llegó esta semana, maravillando a los niños. Ese caballo ayudará no solamente a arar la tierra y levantar el huerto, que permitirá a los niños descubrir todo el mundo cíclico de las plantas, sino que también es parte del enfoque educativo que los niños aprendan a alimentar y cuidar a los animales, que dependen enteramente del ser humano.
Conocer esta pedagogía ha sido un proceso paulatino para mí. Tal vez sea la madre Waldorf más inesperada por mi origen y educación. Pero he observado por años cuánto les encanta a los niños y cuánto los vincula con el mundo moderno de manera humana y sana. Como profesora universitaria, soy testigo de cómo muchos estudiantes llegan enfermos desde el colegio a la universidad, algunos infelices y deprimidos, otros perdidos por la vida y en general frágiles, viviendo una educación concebida (cada vez más) como algo meramente técnico/académico, como una herramienta para insertarse luego en un trabajo, con muy poco amor al conocimiento.
Concibo este enfoque como la contraimagen de esa educación, la que mejor entiende las necesidades reales de los niños hoy en día, en este mundo hiper tecnologizado y competitivo. En el Juana de Arco no hay competencia y se trabaja con los niños para que puedan encantarse con sus actividades. Veo a Nathan corriendo, jugando, aprendiendo a cocinar, hornear, fabricar juguetes, dibujar, sembrar y recolectar. Siempre con una sonrisa en su rostro y con un entusiasmo contagioso.
A mí, me hubiese encantado estar en este kinder de niña.
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* Rachel Théodore tiene 40 años, es politóloga y apoderada del Kinder Waldorf Juana de Arco. (Instagram @waldorfjuanadearco)
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