¿Por qué escribes?
Por curiosidad. Y por si acaso.
¿Qué título de algún libro te podría definir?
Me encantaría que fuera El paraíso tres veces al día, pero admito que estoy más cerca de Cuando pienso en mi falta de cabeza. Y a veces también de El cariño de los tontos.
¿Cuál es tu peor pesadilla?
Quedar despierta para siempre.
Cioran decía algo así como "si he percibido ciertas cosas en la vida es porque tuve la suerte de no poder dormir". ¿Te acomoda?
En absoluto. Nadie puede mirar el insomnio como un don. Yo corregiría la frase: "si he escrito ciertas cosas es porque tuve la mala suerte de no poder dormir". Más vale un inédito bien dormido que cien libros en vela.
¿Tienes algún método de trabajo?
Si me fuerzo a buscar uno podría ser la obsesión, la obsesión, la obsesión.
2% de la población mundial sufre trastornos obsesivos compulsivos. ¿Escritura y obsesión van de la mano?
No sé, pero me atrevería a apostar que 1,99% de ese 2% corresponde a gente que escribe. Quizás sin ese toc, toc, toc no habría literatura. O no, al menos, literatura de a de veras. Pero como no dispongo de cifras que respalden mi apuesta me limito a pensar que la obsesión es una escopeta. A veces cargada, a veces vacía.
Chéjov decía que si al inicio de un cuento había una escopeta, ésta debía ser disparada.
Chéjov decía poco, pero lo decía al hueso. Decía que había que escribir una obra donde la gente entrara, saliera, almorzara, hablara del tiempo, jugara a las cartas; que todo fuera en escena igual de complejo e igual de sencillo que en la vida: "La gente está almorzando –almorzando nada más– y, entre tanto, cuaja su felicidad o se desmorona su vida". Así de simple y así de complejo. Chéjov decía también que en un cuento es mucho mejor quedarse corto que decir demasiado. Y ése sí que es disparo.
¿Cuál es tu escritor favorito?
No tengo un favorito. Son muchos y van cambiando con el tiempo.
Pero dime el primero que se te venga a la cabeza…
Juan Carlos Onetti es uno de los más perdurables.
¿Qué lo hace perdurable?
Quizás ese hincar el diente en conceptos tan manoseados como el pesimismo, la desesperanza o la piedad. Mire no más los títulos: El infierno tan temido, Para una tumba sin nombre, La cara de la desgracia, Tan triste como ella o Juntacadáveres. Onetti aviva a unos personajes medio calaveras y los vuelve rabiosamente conmovedores.
¿Cómo definirías la buena literatura?
No sé si la definiría. Porque no sé si existe "la" buena literatura. No necesariamente es sinónimo de escribir bien. Puede haber textos ingeniosos, ocurrentes y bien escritos. Pero anémicos hasta las muelas, sin enjundia, sin personalidad. Cero carácter. La mejor literatura no siempre tiene una sintaxis impecable. Bajo el ropaje de la incorrección formal puede haber un material brillante, y puede que el brillo derive de la insolencia de esa prosa no moldeada, salvaje. La buena escritura no se agota en los puntos y las comas bien puestos, sino también en el nervio de lo escrito.
¿El argumento te da lo mismo?
Es una excusa. Lo que importa –lo que a mí me importa– es cómo se cuenta lo que se quiere contar. No es que no me importe la historia, pero me interesa mucho más que lo escrito fluya. Que insinúe, que sugiera, que suene. El tono y la voz son todo.
¿Qué consejos darías a los jóvenes que..?
Ninguno. Ni a los jóvenes ni a los viejos ni a mí misma. En literatura no hay nada escrito, dijo Monterroso.
Pero algún libro recomendarás, alguna lectura imprescindible.
Bueno, recomendaría leer no sólo libros. Leer las cartas al director, los anuncios del Metro, los manuales de instrucciones, la guía de teléfonos, el menú, las páginas de hípica. Leer, eso sí, a Chéjov y a Grace Paley.
¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?
Juntacadáveres, ya que estamos.
¿Eres de las que legalizaría la marihuana?
Y la píldora del día después y el matrimonio homosexual y el aborto y también la eutanasia.
¿Cómo te gustaría morir?
No me gustaría morir, me encantaría ser transparente.