Alicia Velásquez, instructora de Artes Marciales a los 79 años: “La edad no es una limitación para esta disciplina”
La atracción que Alicia Velásquez siente por la actividad física se remonta a su infancia en el campo, a 18 kilómetros de Ancud, donde creció rodeada de naturaleza y juegos al aire libre. Fue recién a los 38 años que se topó con las Artes Marciales, disciplina que sigue practicando y que recomienda a todo el mundo. “El principal motor para continuar es saber que esta disciplina ayuda a estar con la mente clara, ocupada y saludable”, dice.
“Estoy a punto de cumplir 80 años y soy instructora de Artes Marciales. Descubrí este mundo a los 38, cuando estaba buscando una nueva actividad física. Al presentarse la oportunidad de probar, me entusiasmó la idea y fui con mis hijos sin pensarlo dos veces.
Por supuesto que no nos tenían fe, sobre todo el maestro. Todos los alumnos eran jóvenes y estaban avanzados. Nosotros nada. La primera clase fue pesadísima: 50 bloqueos de mano, flexiones y ejercicios pesados. Yo creo que la clase estaba diseñada para que abandonáramos la idea.
Mis hijos eran ágiles y siempre les gustó hacer acrobacias, no tenían problemas. La mayor, Rocío, tenía 13 en ese entonces. Yo quedé molidísima, pero así todo perseveramos y logramos avanzar. Había otra jovencita inscrita que iba de vez en cuando a clases, pero además de ella, no vi más mujeres.
Teníamos muchos desafíos por delante, pero para entender mis ganas hay que retroceder un poco.
Mi amor por la actividad física nació en el campo: siempre estuve rodeada de naturaleza. Nací en Ancud en el año 1945, pero mi infancia la viví a 18 kilómetros de la ciudad. No había caminos, el caballo era el medio de transporte y la carga se llevaba en carreta. Mi padre era agricultor y mi madre era profesora normalista: atravesábamos la calle y ya estábamos en la escuela. Me encantaba acompañar a mi papá a realizar los trabajos del campo, íbamos a caballo y él arreglaba cercos. Silbaba y yo creo que era muy feliz.
En el campo jugábamos a las carreras y a la pelota. En el colegio, cuando hacía buen clima, nos daban más tiempo en los recreos. Jugábamos a la ronda, al lazo, a las naciones, al tejo, a la pelota: eran verdaderas competencias. Mientras tanto, los varones jugaban al fútbol, al trompo, a las bolitas, también al pillado. Más tarde, cuando me recibí de profesora, lo hice con una mención en Matemáticas y Educación Física.
Asistía regularmente a clases y me fui sintiendo cada vez más cómoda practicando Artes Marciales. Ensayaba las técnicas de pierna una y otra vez, eso era lo que más me costaba. Cada vez que tenía que dar un examen para subir de grado me ponía nerviosa y el corazón me palpitaba.
Me enfrenté a varios desafíos. Lo primero fue lograr aguantar una clase, después aprender las técnicas, más adelante ser capaz de combatir, perder el miedo a recibir golpes y ser capaz de realizar los esquemas haciendo las técnicas correctas.
El camino es largo y no se acaba nunca, siempre hay algo más que aprender.
Me acuerdo que una vez reprobé el examen para cinturón azul porque una de las tantas pruebas que el maestro me puso fue ofrecerme una taza de café. Yo la recibí y me serví. Error. Acá en Chiloé es un desprecio no servirse el alimento que te ofrecen, pero en las Artes Marciales y la tradición de Oriente es distinto.
Tal vez sentí un poco de discriminación, pero solo al principio. Los varones no nos tenían mucha fe, pero fuimos demostrando poco a poco que éramos capaces y podíamos desarrollar las mismas técnicas que ellos. Cuando algo no me resultaba lo repetía 100 y 200 veces hasta que lo lograba. Cuando reprobé un examen, seguí practicando con mayor empuje. Lo que más me costaba era la teoría. Aún hay muchas cosas que no sé, por eso sigo haciendo cursos, practicando respiraciones y nuevos ejercicios apuntados a mejorar la salud.
En 1993, mi hija Rocío, que era médico veterinaria pero ya estaba dedicada a esto, decidió formar su propia escuela. Me fue instruyendo en el arte de arbitrar. Yo era su alumna más antigua y me exigía rapidez, ser muy objetiva y marcar los puntos a tiempo. No debíamos equivocarnos. Practicar y practicar fue la clave del éxito.
Competí en formas y también combate, alcanzando premiaciones en ambas categorías a lo largo de mi carrera. En 2004, obtuve mi grado de cinturón negro 2º Dan, rango que mantengo hasta el día de hoy. Fui alumna, instructora, árbitro y jueza.
Mi experiencia ha sido genial considerando que el desafío fue siempre muy alto. Es un camino que te permite tomar conciencia, cultivar la voluntad y confiar en ti mismo. Comencé a valorarme, a elevar mi autoestima. Además, los valores que se cultivan me alegran la vida. Veo a mis alumnos mejorar como personas, ser solidarios con sus compañeros, ser siempre respetuosos y alejados de la vida mundana.
Al comenzar, había pocas mujeres y a medida que pasaron los años y viendo que Rocío y yo ya practicábamos, se fueron sumando más. Actualmente la escuela tiene aproximadamente un 42% de mujeres.
Las artes marciales están presentes en cada uno de mis días. Todo es movimiento y energía. Ahoa cambié la disciplina, me dedico a realizar ejercicios de Chi Kung y formas de Tai Chi que igual son desafiantes. Tengo un profesor reconocido que me ha ayudado a avanzar en este camino.
La edad no es una limitación. Es posible que no se puedan hacer patadas tan altas ni saltos mágicos, pero hay mil cosas que podemos hacer. Son miles las oportunidades.
Los cambios físicos propios de la edad no son chistosos. Hubo una época que lamenté mucho no poder participar en las campañas de entrenamiento que hacía la escuela. Pero el principal motor para continuar practicando es saber que esta disciplina ayuda a estar con la mente clara, ocupada, saludable. Ayuda al cuerpo, a los músculos, a las articulaciones. Ayuda a mantener la elasticidad y la movilidad de las articulaciones.
Me gustaría decirles a todas las personas mayores que es posible llevar una vida saludable haciendo ejercicios. Siempre es buen momento para tomar las herramientas que nos ofrecen, ya sea a través de Internet, en un gimnasio, saliendo a caminar, usando las máquinas de ejercicios de las plazas. Y también hay que mantener la mente ocupada: sacar puzzles, bordar, tejer, escribir. Son miles las pequeñas cosas que nos llevan a tener una vida feliz con un cuerpo y una mente saludable”.
*Alicia Velásquez Martínez fue elegida en 2022 como líder para su comunidad por la Fundación Futuro y fue seleccionada como una de las 100 Líderes Mayores 2023.
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