El consejo que Yolanda Hadid le dio a su hija y modelo Gigi, en un episodio del programa The Real Housewives of Beverly Hills, cuando ella le decía que se sentía débil por haber comido poco, sonaba despreocupado: “Toma un par de almendras y mastícalas muy bien”.
Esa escena fue emitida por primera vez en 2013, sin embargo, no ha pasado desapercibida en Tik Tok hoy, luego que el usuario @pattypopculture subiera un video titulado 5 razones por las que todos odian a Yolanda Hadid. Un clip donde se ve cómo esta ex modelo ejerció presión e inculcó comportamientos restrictivos en sus hijas para hacerlas “encajar” físicamente en la industria del modelaje.
10 años después, con los movimientos sociales de aceptación corporal en pleno auge, estos comentarios –que según ella fueron sacados de contexto, al ser dichos tras despertar de una cirugía– abrieron un mundo. Tanto así que los usuarios bautizaron a este tipo de personas como ‘almond moms’.
¿Pero qué significa ser una ‘mamá almendra’? Básicamente, el término alude a madres, padres o tutores obsesionados con la cultura de la dieta, que transmiten una preocupación excesiva por la imagen corporal de sí mismos y que, en el camino, restringen la alimentación de sus hijos e hijas para que se mantengan visiblemente “saludables”. Así, se dedican a criticar lo que comen, les hacen comentarios sobre sus cuerpos y les esconden ciertos alimentos.
Pero Yolanda Hadid no ha sido la única en manifestar este tipo de comportamientos ante la opinión pública. Hace solo unas semanas, la actriz y cantante, Gwyneth Paltrow, fue denominada como la ‘madre’ de todas las almond moms, tras compartir su estricta rutina diaria en el podcast El Arte de Estar Bien. En él, confesaba alimentarse en base a caldo de huesos y una dieta paleo, no sin antes hacer un ayuno intermitente para estimular la “desintoxicación” del cuerpo.
Actualmente, el hashtag #almondmom cuenta con más de 250 millones de visualizaciones en Tik Tok y en él, las personas comparten videos irónicos sobre vivir y crecer con madres y padres obsesionados por el peso. “Son personas que van por la vida poniéndose a dieta y tienen una gran insatisfacción corporal. Y eso es porque también han sido lastimadas en sus propias casas con el mismo tema. En el fondo, ellas mismas tienen una relación difícil con la comida y eso lo transmiten a sus hijos e hijas, ya sea con comentarios o a través de la manera en la que se hablan a sí mismas”, dice la nutrióloga de la Red de Salud UC Christus, Verónica Irribarra.
Javiera Medina (27) cuenta que ha vivido de cerca esa compleja dinámica familiar en torno a la alimentación. Y es que desde pequeña, relata, aparecieron de forma implícita mensajes dicotómicos en torno a la comida y su significado. Por ejemplo, veía cómo sus papás se justificaban cuando comían algo alto en calorías. Observaba también de qué manera se hablaban a sí mismos y cómo, de pronto, su cuerpo comenzó a ser tema de opinión para ellos. “Abiertamente me decían que bajara de peso en el colegio, porque estaban preocupados por mi salud; o decían cosas como ‘uy me comí esto, que soy chanchito’. Todo era muy fijado. Por ejemplo, se cuestionaba por qué uno comía ensaladas o no. Ahora entiendo que estos comentarios se les inculcaron a ellos cuando chicos, que no los hacían con mala intención, y también veo cómo han trabajado para ir cambiando esos patrones”, relata.
Con el tiempo, Javiera logró bajar de peso en base a dietas y restricciones, pero luego de eso vino el descontrol. Así, empezó a comer a escondidas de manera compulsiva, desarrollando más adelante lo que se denomina trastorno por atracón; un desorden alimenticio en el cual las personas consumen grandes volúmenes de comida, en breves períodos de tiempo, generando una pérdida de control y una sensación de culpa. Y es que eso mismo era lo que ella sentía al momento de sentarse frente a un plato: un torbellino de emociones desagradables. Por eso, cuando entró a la universidad, vio una ventana para poder estar sola y comer sin que nadie la estuviera mirando. Así, era más fácil -dice- “borrar la evidencia”.
“Fue en julio de 2016 cuando todo lo que me pasaba tomó un nombre. Con 87 kilos en el cuerpo fui a una nutrióloga para comenzar una nueva dieta, pero salí llorando y sin ninguna pauta a seguir. Resulta que la doctora me empezó a preguntar muchas cosas sobre mi autoestima y hábitos de alimentación, y yo, al lado de mi mamá, no paraba de llorar contándole todos los intentos de dieta que había hecho: la primera, a los 10 años. Ahí fue cuando ella me dijo: ‘No quiero ser intrusa, pero creo que tienes un trastorno de alimentación’. Lo primero que pensé fue: ‘Me pillaron’, pero también estaba agradecida de poder ponerle fin a esa angustia que sentía hace tanto tiempo”, cuenta en su libro Solos en la Cocina, escrito para su título de Periodismo de la Universidad Diego Portales.
Aunque crecer en este entorno puede gatillar desórdenes en el futuro -como fue en el caso de Javiera-, no todas las personas manifiestan las consecuencias de este modo, dice la psicóloga clínica y especialista en TCA, María Jesús Godoy. “Hay otras conductas alimentarias que también se pueden desencadenar y que sí son de riesgo, a pesar de no constituir un cuadro propiamente tal. Ejemplo de eso es empezar a hacer dietas para eventos, comprarse ropa de tallas más chicas, contar calorías al comer, abusar de laxantes o hacer cualquier conducta para mejorar la figura”, dice y agrega: “Eso se ve mucho, y da cuenta de que existe baja autoestima y un discurso propio desvalorizado. Al final, todo esto proviene de los mensajes indirectos que nos mandan del exterior, y en este caso, es de los papás. O sea, si veo -por ejemplo- a mi mamá ‘cuidándose’ para no comer demás o hablándose mal a sí misma, inconscientemente voy a empezar a hacer lo mismo”.
“Cuando pensamos en adolescentes inseguras, es porque en el fondo hay mamás o papás que hacen comentarios inadecuados. Muchas veces los pacientes lo dicen: ‘no, es que mi mamá decía que no había que comer tal cosa o que me veía mal con este peso’. Es terrible, porque además pasa más de madres a hijas mujeres, y eso refleja un sesgo de género”, dice Irribarra y agrega: “Igual he visto casos de papás que también caen en esto. Generalmente se trata de gente exitosa profesionalmente, orientada a la exigencias y que extrapolan eso a cómo quieren que se vean sus hijos e hijas”, dice Irribarra.
¿Pero cómo lidiar con esta situación, aún cuando se mantiene un contacto directo con las madres o padres que hacen estos comentarios? María Jesús Godoy sostiene que el primer paso es dejar de normalizar las opiniones en torno a la apariencia, como también las conductas alimentarias alteradas. Luego de eso, se debe aprender a poner límites para cortar este tipo de dinámicas y romper con el patrón con tal que no afecte a futuras generaciones.
Mirado desde el otro lado, para las mamás o papás que tengan cierta preocupación por la salud de sus hijos e hijas, María Jesús recomienda centrarse en hábitos de bienestar, más que en juicios de valor respecto a la alimentación. “Porque no sacamos nada hablando mal del cuerpo de nuestros hijos e hijas. Para preocuparnos de la salud mental y física de ellos, hay que ver el panorama general: cómo están las relaciones en la casa o cuál es el nivel de actividad física, y posteriormente ver cómo estamos comiendo”, sostiene.
Finalmente, Verónica Irribarra coincide, señalando que lo más importante es no ser restrictivos en cuanto a la alimentación, sino que la idea es ir promoviendo conductas sanadoras. Una de ellas es fomentar la comensalidad, compartiendo -en la medida de lo posible- la mesa con la familia y haciendo de la comida, un espacio agradable. “Además, hay que incentivar una alimentación variada e ir mejorando lo que comemos. Por ejemplo, se puede reemplazar una galleta dulce por un queque de zanahoria natural, o cambiar la leche entera por una descremada. Son pequeñas cosas que nos pueden ayudar a tener comidas más naturales, sin entrar a hacer comentarios que a la larga generan grandes problemas de salud mental en quienes los reciben”.