Ahí viene Américo, luego de una sesión de hidromasaje con leche y romero, cruzando el lobby del hotel de Santa Cruz. Doce mil personas lo esperan a minutos, en Chépica. Y ahí está Américo, perfumado, de punta en blanco, tímido. Porque Américo, el número uno, el "artista del momento", "la revelación del año" llega hablando bajito, arrugando la servilleta mientras entra en confianza. Hoy comienza su gira nacional que terminará en el Festival de Viña. Los tickets para su noche están agotados.
Américo sube al auto junto a su mánager y hermano, quien también es su asistente personal y confidente. Recuerda sus giras en Europa y cuánto le gustó Suecia. "Allá son todos lindos, son todos perfectos, allá saben apreciar el talento", sentencia.
En Europa practicó el inglés que le dejó el liceo y que complementó cantando canciones de Pearl Jam, Stone Temple Pilots y Sound Garden. Porque Américo era metalero y jamás pensó terminar cantando cumbia, a pesar de la influencia de su padre, un conocido cantante tropical del norte que, parlante en mano, publicitaba en la calle su música. Américo lo miraba y pensaba: "Si yo soy artista, quiero algo mejor ".
Su primera banda la tuvo en el liceo y se llamó Redrum, un juego de palabras que una compañera canadiense le sugirió. Significa ron rojo pero si se lee al revés, es Murder, un nombre mega metalero que además le aseguraba tema de entrada. "La banda duró menos que una cumbia", señala. Luego, para hacerse sus pesos y comprarse una batería, trabajó vendiendo en la feria hasta que un día le propusieron cantar música tropical en un boliche. Eran los comienzos del movimiento sound en el norte. No le entusiasmaba mucho pero lo hizo. Eso sí, no le contaba a nadie. Le daba plancha. Tocaba viernes, sábado y domingo. El lunes llegaba hecho bolsa al liceo. Luego armó la banda Alegría y fue él quien instó a sus compañeros a venirse a Santiago. "Allá están las oportunidades", les dijo. Arrendaron una casa en La Florida. Luego, un día lo convidaron a la tele, al Pase lo que pase con Felipe y la Karen y al programa Casi en serio, que conducía Leo Caprile. Y ahí estaba Américo, en plena onda sound, meneando una perfecta melena. De banda que ameniza pasó a ser número principal. Los bailes se convirtieron en recitales. Grabaron once discos. Luego, Américo se independizó. "Debo hacer algo por mí", pensó.
Américo se acerca al estadio. La gente camina por las calles con banderas y cintillos con su nombre. Américo recuerda sus recientes vacaciones en Rio, donde se paseaba a guata pelada, con sandalias y con esa lejana sensación de anonimato. Allá, en el noveno piso de un hotel, abría las ventanas para contemplar el mar en compañía de su pareja. Porque Américo está comprometido. Muy. Hace 12 años. Américo, que aparenta mucho menos de los 32 que tiene, es padre de dos hijas, una de 15 y una de 13. Américo, el superstar, es un tranquilo hombre de familia.
A Américo no le interesan las fiestas sino que prefiere estar en su casa, parrillando y escuchando a Michael Bublé. Y eso de no salir viene de siempre: lo pone nervioso la gente, "soy un poco cobarde de los fines de fiesta, de que me salga alguien medio choro, que me haga daño", afirma.
De la calle… Bajarse a comprar un diario puede significarle un par de horas. Que un autógrafo, que una foto. Por eso las compras las hace en el Jumbo del Portal La Dehesa. Allá, en el barrio alto, no es tan conocido, asegura, aunque el otro día en una tienda Calvin Klein, escuchó su disco sonar a todo chancho.
¿Dinero? Bien, gracias. Gran parte de sus lucas las invierte en equipos, en su homestudio. Porque Américo es re pro: además de mánager y asistente, tiene director artístico, stage mánager, dos sonidistas, productor audiovisual, un técnico multimedia y mucha gente más que depende de su liderazgo. A Américo el éxito no le llegó de casualidad y le pegó en la cabeza.
No, Américo lleva 16 años soñando con esto. Acá no hay nada improvisado. Estaba escrito. Y se está escribiendo: su autobiografía pronto estará en circulación. Y, como quiere que esto perdure por siempre, ya está pensando en la internacionalización de su carrera. Este fin de semana vienen a entrevistarlo de Perú, "creo que allá soy medio famoso", sostiene.
En las esquinas de Chépica venden su retrato con su lema: "Américo a morir ". Él se entierra en el asiento tratando de pasar piola. De ahí, raudo al camarín. En el camino lo detienen para pasarle guaguas y tomarle fotos.
También lolas de la edad de su hija mayor para decirle que lo aman. Sus músicos ya están en el escenario. En la mesa, galletas, jugos, sándwiches en pan de molde y algunas bebidas energéticas. Américo sólo pide un té, se saca los frenillos y se mira en un espejo. Ajusta su camisa, se mira, acomoda su cabello y conecta sus equipos de sonido. Afuera, chillan.
Flanqueado por su hermano, su mánager y un guardia, camina hacia al escenario. Se persigna varias veces, está serio, mentalizado. Abraza a su mánager. "Américo, ¡que te vaya regio!" le grito. Américo se devuelve y me abraza a mí también.
Ahí va Américo. 12 mil personas lo esperan.