Paula 1183. Sábado 26 de septiembre de 2015.

La niña no quiere ser astronauta, ni profesora, ni actriz: quiere ser médico forense. El padre de una amiga suya en La Reina tiene esa curiosa profesión y desde que la niña supo de qué se trataba, quedó maravillada. Por las tardes ve llegar al hombre a su casa y piensa, intrigada, qué habrá visto ese día, qué cuerpos habrá examinado. Un día la niña se pierde en el Museo de Historia Natural y llega a un salón repleto de tarros con cerebros, corazones, fetos, suspendidos en formol como en un líquido amniótico perpetuo: se asusta un poco, pero también se fascina.

La niña crece. Va a un colegio de monjas donde los profesores la animan a interpretar la música de Pink Floyd, a entender el rock desde la filosofía, a expresarse sin tapujos. Ya no quiere ser médico forense sino artista. En sus ratos libres dibuja y pinta obras que muchos años después mirará con horror, pero que al momento la enorgullecen: confirman su vocación artística. Al terminar la escuela estudia Diseño Gráfico –cree que le dará más herramientas para el arte–, luego se mete en el mundo editorial en dirección de arte para revistas como Elle y Latitud 33, tras lo cual decide dedicarse a la ilustración freelance, primero en libros para niños y después para adultos. Y entonces, como un animal que despierta tras hibernar por años, irrumpe en su imaginario aquella fascinación por los cuerpos, por la observación minuciosa, casi científica, de sus partes, llevando los dibujos de anatomía a un nivel poético, mágico.

"Más que una técnica, me interesa definir una forma de contar lo que me está sugiriendo el texto. En el fondo, ser otra voz. y que con la voz del escritor y la voz del ilustrador se genere una música, una orquesta".

"Trato de ver la belleza en todo eso. Podría ser súper macabro y, sin embargo, siento que hay algo delicado, como entrañable, en estos cuerpos. Algo muy lindo". Alejandra Acosta (39) habla despacio, con una cadencia elegante, austera, a tono con su obra. Sus gestos y su risa son de una alegría sin estridencias, una templanza que da cuenta de un mundo interior rico y cultivado. Está particularmente feliz porque hoy comenzó a dar las primeras clases del diplomado de Ilustración en la Universidad Católica (también enseña Ilustración en la Universidad del Pacífico y en la Universidad del Desarrollo). Es un momento de ebullición profesional: hace pocos meses estuvo en España, donde presentó Pajarario (Quilombo, 2015) y Cosmotheoros –un ensayo sobre los mundos paralelos del cientista Christiaan Huygens, editado por los españoles de Jekyll and Jill–, en mayo lanzó su primer libro como escritora e ilustradora, Gremlins (diario de una madre), y al momento trabaja en otros dos con la escritora chilena Sara Bertrand, para editoriales colombianas, que se sumarán a los 19 títulos que ya lleva publicados. "A estas alturas, después de haber recorrido un camino de aprendizaje –que siento que de todas maneras no termina– tengo la suerte de que me contactan porque sienten que el texto se acerca a mi estética. Han ido apareciendo libros que son como regalos de la vida, y que yo agradezco mucho: son cosas que a mí me encantan y que me llegan, no sé por qué. Los editores dicen: 'esto va muy bien con tu imaginario'. Y es súper lindo, porque creo que es imposible que un ilustrador o un artista o un músico se desligue de sus obsesiones. Los gustos personales y las obsesiones siempre, inevitablemente, terminan conviviendo con el texto. Como que se cuelan", dice.

Del lápiz de Alejandra –y de su computador, porque gran parte de su trabajo es digital– salen, en efecto, seres extraordinarios que dan cuenta de su mundo particular: cuerpos que en vez de cabeza tienen una bandada de pájaros, rostros de ramas y espinas, hojas y flores enredadas entre vísceras y corazones de un rojo furioso, aves que visten faldas coquetas o piernas de mujeres que parecen brotar de una nube. Sus trazos y collages remiten a los grabados de medicina del siglo XIX, quizás también a los cuentos de Edgar Allan Poe, a las pinturas surrealistas del holandés Hieronymus Bosch, a los versos tristes de Alejandra Pizarnik. Pero su estilo no es tan marcado ni tan evidente, porque su trazo está en permanente tensión con los textos que ilustra: tiene, ante estos, una reverencia inicial que asume con humildad, tras la cual suelta al viento el ave de la imaginación, que recorre durante días los rincones de su memoria, posándose sobre el fotograma de un filme, el acorde de una canción o la luz tenue que entra por una ventana, hasta que regresa, triunfal, con la certeza de haber encontrado, por fin, el clima, el tono que teñirá toda la ilustración. Entonces, y solo entonces, comienza a dibujar.

"Han ido apareciendo libros que son como regalos de la vida, y que yo agradezco mucho: son cosas que a mí me encantan y que me llegan, no sé por qué", dice Alejandra, quien ha ilustrado casi 20 libros.

"Tengo un modelo de trabajo que trato de explicarles a mis alumnos, que tiene que ver con que el texto, más que condicionar ciertas imágenes, quede como una música de fondo. Primero lo leo y me tiene que quedar dando vueltas, pero solo como música de fondo: música, no letra. Esa música me va a dar un tono, me va a hacer bailar de cierta forma. Y creo que como ilustradores tenemos que poder bailar de diferentes formas, dependiendo de la música que nos toque. Me parece súper importante que el ilustrador entienda que trabajamos para, por y con un texto. Hay muchos ilustradores que se repiten, en técnica o en discurso, y a mí me gusta ser más consciente de qué es lo que me está pidiendo el texto. Ahora, como también uno es autor, se puede permitir meter algunas cosas: si te gusta el amarillo, interprétalo en amarillo; si te gustan los ratones, convierte a tus personajes en ratones, pero en el fondo siempre tratando de potenciar el texto y de ir caminando como de la mano, pero con un punto de vista que sea súper propio".

Que el lector se enriquezca con esos dos lenguajes y no esté perturbado por dos cosas que no tienen nada que ver.

Sí, y me siento tranquila en ese sentido, porque divido mi trabajo entre la ilustración y la obra gráfica mía que expongo o vendo. Por eso en el fondo no tengo esa necesidad de lucirme en un texto, porque cuando tengo esa pulsión creadora, de vomitar algo, lo hago con mi propio trabajo. Por eso hay gente que mira mi trabajo y me dice: 'Tienes miles de estilos, no puedo reconocerte'. Bueno, me van a reconocer en el tono, en la voz, en cómo estoy contando la cosa, independientemente del estilo, porque el estilo a mí me lo dicta el texto. No puedo usar el collage Del enebro, que fue súper exitoso, en todos los otros libros. Hay libros que necesitan que me manche los dedos o que lo haga con grafito. Me preocupo mucho de escuchar qué me pide el texto, independientemente de si me gusta o si me siento cómoda, pero siento que va a ser lo mejor para la historia.

Alejandra Acosta en su taller.Su trabajo puede verse en www.pajarocontemplativo.com

¿Cómo lo haces para llegar a ese diálogo con la obra?

Soy de procesos súper lentos, silenciosos. Al principio trabajaba mucho más con el escritor y la editorial, y ahora yo creo que las editoriales que me conocen y les acomoda mi trabajo me vuelven a llamar; las que no, me dejan de llamar. Para mí es súper importante ese periodo de creación en solitario: me acostumbré a trabajar así. Siento que lo hago de una forma tan estudiada, tan matea, que los editores pueden confiar en que voy a hacer lo mejor posible para el texto.

¿Vas probando distintos abordajes?

Creo que cada libro es como preparar un viaje, armar una maleta. Es un proceso bien mental. Que es horrible, porque en el fondo paso hartas semanas con esta música de fondo, y voy armándome una especie de mochila en la que recopilo imágenes que no necesariamente tienen que ver con eso, sino con paisajes, música, escenas de películas, pasajes de otros textos, que me llevan a este estado, al que necesito llegar para estar bien con ese libro. Si retomo un libro en el que estoy trabajando, me empiezo a condicionar, porque me aparecen las imágenes y no quiero eso. Me gusta leerlo una sola vez y quedarme con esa atmósfera y, para potenciarla, empezar a buscar referentes de todo tipo. Hasta que de repente, mágicamente, aparece el tono. Digo: "ya, esto es". Y ahí empiezo a probar.

TODO SOBRE SER MADRE

Sobre la mesa de café, en el living de su casa, descansa una copia de Gremlins (diario de una madre), el primer libro que Alejandra hizo como ilustradora y escritora, que salió en mayo. En la primera página, en una letra torcida, se lee: "Para mí de mí". Es la autodedicación que hizo su hijo menor para el ejemplar de la familia. "Este libro surgió como una necesidad de mamá de ir registrando cosas, gestos, palabras. De repente te das cuenta que los niños crecen demasiado rápido y que dejaron de reírse tanto o de hacer el ridículo. Entonces pensé: si no empiezo a anotar estas cosas que me dicen, se me van a olvidar", dice Alejandra. Lo que surgió como un cuaderno personal fue mutando a posteos en Facebook, y después un blog, que llamó la atención de un editor de Random House que le propuso convertirlo en libro. Finalmente fue un proceso en el que participó toda la familia –su marido y sus dos hijos varones–, haciendo memoria juntos. "En la mitad del proceso sentí que tenía la carga de que el libro fuera divertido todo el rato, chistoso. Y después me di cuenta de que no, que tenía que retratar qué significa ser mamá: tratar de cumplir, estar pendiente de muchas cosas a la vez. Un colapso permanente".